PLASTICA
› Por O.T. de A.
Esta es la primera exposición de Alfredo Volpi en Argentina. Sin duda, el público argentino ya lo conoce de nombre. Finalmente, a 111 años de su nacimiento (en 1896, en Italia) y casi a veinte años de su muerte, Brasil unánimemente lo considera hoy uno de sus cinco mayores artistas del siglo XX. Pero tampoco hay duda de que muy poco se conoce, aquí, de su obra. Y tal vez se tenga de ella (y por lo tanto también de él) una imagen muy parcial.
A mediados de la década de 1950, Volpi se vinculó con el arte concreto brasileño y participó de algunas de sus exposiciones. Esto le dio gran visibilidad, pero dio pie también a cierta distorsión histórica. Por principios ideológico-estéticos, algunos segmentos críticos intentan hasta el día de hoy sobredimensionar la importancia de su producción de aquella etapa –y la mayor parte de los textos más divulgados en el exterior se incluye en este grupo–. Por cierto, lo que, un poco indebidamente, se llama “fase concreta” de Volpi es arte de calidad, pero (como se ve en esta exposición) ni siquiera cumple con los requisitos del verdadero arte concreto. Querer entenderlo a la luz de esta tendencia es ir en contra de los hechos.
Lo que singulariza a Volpi y hace de él el gran maestro que fue es el camino independiente e inteligentísimo, pero intuitivo, que lo llevó hasta la abstracción en los años ’50. Y después, a la plenitud de una síntesis donde se ubican sus famosas “banderitas” y las fachadas de los años ’60 y ’70. Quienes preferirían ponerle un chaleco de fuerza fingen no verlo pero, de hecho, el punto de llegada de la producción de Volpi son los años ’60. Es ahí donde logra integrar todas las peculiaridades de su personalidad artística y de su lenguaje (que no eran pocas ni poco importantes). Recién a partir de los años ’60, un puñado de composiciones geométricas traducen tal integración, y las banderitas se vuelven su marca registrada, así como, por ejemplo, las mulatas lo fueron de Di Cavalcanti. Pero no por haberse transformado en su tema más conocido, las banderitas pierden importancia y resultan una vulgarización, una concesión, una pérdida de rigor o una debilidad de vejez. Por el contrario. Volpi terminó convirtiéndolas en punto de partida para una pintura constructivista de naturaleza abstracta, pero conectada con el conjunto de su trayectoria y su pasado figurativo. Con ejemplar coherencia y entereza.
Volpi pertenecía al pueblo, tenía poca información y nunca buscó ni la vanguardia ni el nacionalismo. Si, por casualidad, creó arte brasileño, éste fue consecuencia de su vida y de su quehacer cotidiano, no de propuestas intelectuales. En su único viaje a Europa no buscó los museos de arte moderno (naturalmente, visitó uno que otro). Pero fue dieciséis veces a la ciudad de Padua para mirar los maravillosos frescos de Giotto en la Capella degli Scrovegni. En su esencia, Volpi tiene mucho más que ver con Giotto de que con cualquier forma de arte concreto.
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