Un temario caliente, político y tranquilo, literario, juntó por más de tres horas a Gabo y al ex presidente Bill Clinton en la casa cartagenera del Nobel colombiano. Ambos se sentaron a las seis y pico de la tarde, en una habitación guardada por policías que parecían gigantes, y allí, solos, con una traductora, alternaron las risas –algunas carcajadas se escucharon desde el patio– con momentos de seriedad. Puede interpretarse que las risas correspondían a las mismas bromas que se gastaron durante el almuerzo junto a los reyes, y las otras tienen que ver con el asunto de Cuba, que es el que verdaderamente –por encima de cualquier otro– le interesa al Nobel, amigo de Fidel Castro y habitante ocasional pero frecuente de la isla. Hace siete años le pidió García Márquez a Clinton que desbloqueara a Cuba. Ahora Clinton no tiene el poder. Pero hablaron de cómo usar su influencia. Eran las nueve y aún hablaban; detrás dejaron un temario que incluyó los libros –Kafka, Faulkner, el propio Gabo– y los autógrafos: el ex presidente aportó para las dedicatorias una primera edición de Sudamericana de Cien años de soledad, para Chelsea Clinton, y otra primera edición en inglés del mismo libro, para él y para Hillary. En el temario surgió un asunto que al ex presidente le inquieta: el peso que tiene hoy la imagen de EE. UU. en el mundo y su pérdida de credibilidad. Fue, dicen, una conversación “muy productiva, y muy larga”.
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