CINE › EN “SICKO”, MOORE APLICA TERAPIA DE SHOCK AL SISTEMA DE SALUD DE SU PAIS
› Por Horacio Bernades
Bowling for Columbine y Fahrenheit 9-11 movían a preguntarse si se trataba de documentales o de panfletos, de terapias de shock o meras bajadas de línea, de denuncias hirientes del capitalismo yanqui o de grandes shows manipulativos. Cuestiones que Sicko, nuevo megaéxito planetario de Michael Moore, no hace más que redoblar. Penúltima conmoción cinematográfica del autor (la última, Captain Mike Across America, acaba de exhibirse en Toronto), Sicko lleva a juicio el sistema de salud del gran imperio del norte, confirmando que tal vez lo único errado de todas las preguntas anteriores sea la disyunción. Presentada fuera de competencia en Cannes, Sicko refuerza la sensación –la certeza, tal vez– de que las películas de Moore son documentales y panfletos, denuncias hirientes y shows manipulativos. Y así sucesivamente. Depende de la lectura del reglamento que, para acudir a un símil futbolístico-arbitral, cada uno haga para que se descalifique a Moore o se lo acepte, tal vez como mal necesario.
Sicko empieza con todas las velas desplegadas. Lo cual, tratándose de Moore, no es necesariamente positivo. Trabajadores que cuentan cómo se vieron obligados a elegir entre la restitución de un dedo seccionado u otro, de acuerdo con el costo de cada operación; familias que sufrieron varios infartos seguidos y luego un cáncer; un plomero que se va a trabajar a Irak frente al llanto de sus cuatro hijos, que saben que no lo verán vaya a saber por cuántos años. Todo a lo que se asiste durante esos primeros minutos conduce a lo mismo: llantos y más llantos, con la cámara acercándose sin pudores en cuanto una tímida lagrimita asoma a los ojos de quien tiene delante. No puede menos que experimentarse alivio cuando la voz del director (tan omnipresente como de costumbre, en cámara y desde el off) anuncia, allá por los 10 o 15 minutos de proyección, que el tema del documental no son en verdad quienes no están cubiertos por el sistema de salud, sino aquéllos que sí lo están.
En otras palabras, el sensacionalismo de Moore no apuntará, de allí en más, sobre cánceres, deudos y heridas imposibles de cicatrizar, sino sobre algo menos físico y, si se quiere, más perverso: las infinitas estratagemas con que las compañías de seguros médicos de los Estados Unidos evitan pagar un dólar o un tratamiento a aquellos que los necesitan desesperadamente. La muerte no deja de estar presente, ya que a eso suelen conducir esas maniobras, pero al menos al espectador le queda la posibilidad de imaginarla, más que de verla bañada en lágrimas. Como de costumbre, la denuncia es rotunda y está llena de datos, pruebas y ejemplos que la certifican. Como de costumbre también, el enfoque y los recursos aplicados por el realizador están más que abiertos a discusión. Tanto algún comentario desubicadamente irónico como la idea de imitar los créditos iniciales de La guerra de las galaxias para hacer desfilar el interminable listado de motivos por los cuales una aseguradora puede negar asistencia a pacientes médicos podrán ser recibidos con una sonrisa o una ligera molestia estomacal. O con una sonrisa acompañada de una ligera molestia estomacal, para volver sobre aquella cuestión de la disyunción y la conjunción.
Como ya había hecho en anteriores ocasiones, Moore viaja fuera de las fronteras para comparar a su país con otros. En Canadá, Inglaterra y Francia corrobora, a través de entrevistas con gente anónima, que aun en países capitalistas el Estado puede hacerse cargo de la atención médica, ésta puede ser absolutamente gratuita y todo eso puede funcionar a la perfección. Se podrá acusar de manipuladora la recurrencia a un sistema comparativo tan simplificado, pero lo cierto es que no por maniqueo deja de ser eficaz. Si a la ciudadanía estadounidense no le habrá hecho mucha gracia la desventajosa comparación con aquellos países, qué decir de cuando Moore y una docena de rescatistas voluntarios del atentado a las Torres Gemelas, a quienes se les niega atención médica en su país, viajan clandestinamente a Cuba para hacerlo. Allí comprobarán en carne propia lo que todo el mundo sabe: que en la patria de Fidel se le brinda a cualquiera, gratuitamente, la mejor atención médica del mundo.
¿Todo el mundo lo sabe? ¿Lo sabrían también los espectadores estadounidenses, antes de ver Sicko? Otra pregunta para decidir si a Mr. Moore se lo vitupera o se lo aplaude. O se lo vitupera y se lo aplaude, para ser más precisos.
6-SICKO
EE.UU., 2007.
Dirección y guión: Michael Moore.
Edición: Dan Swietlik, Geoffrey Richman y Chris Seward.
Música: Erin O’Hara.
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