CINE › “CAUTIVA”, DE GASTON BIRABEN
El miedo a conocer la identidad negada
› Por Luciano Monteagudo
¿Cómo se afronta ese momento? ¿Qué se piensa, qué se dice, qué se calla? ¿Cuáles son las dudas, los prejuicios, los miedos? A partir de estas preguntas, Gastón Biraben –un argentino radicado hace veinte años en Hollywood, donde trabaja como editor de sonido– construyó su ópera prima, Cautiva, el retrato de una adolescente que de pronto, sin previo aviso, descubre que es hija de desaparecidos y que quienes hasta entonces creía eran sus padres son, en verdad, sus apropiadores.
Buenos Aires, 1994. Cristina Quadri tiene quince años, vive en una cómoda casa del conurbano con sus padres y asiste a un colegio de monjas, donde a lo sumo se atreve a fumar un cigarrillo a escondidas en el baño, con alguna compañera. Todo indica que se trata de una alumna ejemplar, prolija, aplicada, de buena conducta. Por eso no entiende cuando una mañana la madre superiora la manda llamar con urgencia a la dirección y le dice que tiene que presentarse frente a un juez federal, de inmediato, de la mano de un fiscal y de una psicóloga, que han ido hasta allí especialmente a buscarla.
La película de Biraben describe muy bien ese momento: la entrada en Tribunales, los infinitos pasillos que sólo multiplican la angustia, las puertas que se cierran, los susurros, los ceños fruncidos de los hombres de traje... Cristina pregunta si sus padres están enterados de lo que sucede y el juez le responde que no, pero que no se preocupe... que es por su bien. Sin perder la compostura, la chica se pone cada vez peor, más cerrada, a la defensiva. Y sólo puede enmudecer y paralizarse cuando escucha lo que el juez tiene para contarle: que ella no es hija de los Quadri, como hasta entonces siempre había creído, sino Sofía Lombardi, nacida en cautiverio, en un centro clandestino de detención, donde desaparecieron sus padres biológicos, durante la dictadura militar, a la que ella siempre llamó “la guerra contra los comunistas”.
Se diría que la mayor virtud del film es su austeridad, su tono apagado, su bajo registro, que contribuyen a que esa experiencia extrema que atraviesa la protagonista pueda ser leída por el espectador con la mayor distancia posible, sin ser sometido a ninguna extorsión sentimental. Cautiva nunca carga las tintas, ni convierte su tema en un gritado melodrama sino que, por el contrario, intenta comprender la crisis de Cristina/Sofía, que de un día para el otro tiene que asimilar otro nombre, otra casa, otra familia, otra manera de ver el mundo. En fin, otra identidad, como si a los quince años volviera a nacer, pero para ello tuviera que dejar morir a quien creía haber sido hasta entonces.
En este proceso, el trabajo de Bárbara Lombardo es determinante. La actriz –que cuando se rodó el film, en el 2002, venía de un taller de Julio Chávez y todavía no había accedido a la fama catódica (ver aparte)– se mimetiza con su personaje y lo expresa básicamente a través de su mirada, absorta, perdida en un laberinto insondable de preguntas para las que no alcanza a tener respuestas. Esa misma contención que signa la actuación de Lombardo es la que Biraben consigue también, insólitamente, de Hugo Arana (el juez), Susana Campos (la abuela materna) y Osvaldo Santoro y Silvia Baylé (los apropiadores), en un registro de rara homogeneidad en un elenco tan heterogéneo.
Cuando Cautiva se distrae del conflicto central y se aventura por otros caminos, más didácticos o explicativos (como ese largo flashback en sepia que ilustra el relato de una enfermera que asistió al nacimiento de Sofía) la película pierde su rumbo y pone en riesgo sus propios méritos. También se le podría pedir una mayor complejidad dramática, sobre todo en la relación de Sofía con su familia de sangre, a la que se integra quizá demasiado rápidamente y sin mayores problemas, volviendo hacia el final un poco esquemático y cristalizado el planteo de la película. Aún así, Cautiva tiene el mérito de ser un film sobrio, sereno, que a pesar de sus errores –el más grueso: la ausencia absoluta de los organismos de derechos humanos, siempre presentes en situaciones como la que plantea la película– intenta la comprensión de una realidad traumática como pocas en la sociedad argentina.
7-CAUTIVA
Argentina, 2003.
Dirección y guión: Gastón Biraben.
Fotografía: Carlos Torlaschi y Abel Peñalba.
Música: José Luis Castiñeira de Dios.
Intérpretes: Bárbara Lombardo, Susana Campos, Hugo Arana, Osvaldo Santoro, Noemí Frenkel, Lidia Catalano, Mercedes Funes, Silvia Baylé, Márgara Alonso, Floria Bloise.
Nota madre
Subnotas
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