Me derrumbo. Me derrumbo. Me derrumbo. Copiaría y pegaría la frase eternamente, pero no soporto esa facilidad. Una posición cómoda: el sufrimiento injustificado. Claro que mi mujer acaba de abandonarme. Pero yo siempre supe que eso ocurriría, desde el mismo día en que vino a vivir conmigo. De hecho, me esforcé como un condenado para producir su partida y enterrarme luego en este infierno de dolor. ¿Y? Hay maneras y maneras de morir en la vida y yo elegí la mía. Lo pienso. Lo acepto, al menos. Querría otra cosa, seguro que sí. Pero no sé cómo hacer. El fracaso despliega sus alas gigantescas sobre todos los rincones de mi vida. Oscuro, oscuro. Ser para llorar.
(...) Estoy solo y tengo que sobrevivir. Entro en mi casa, me tiembla la mandíbula. Empiezo a llorar, quiero gritar pero que no me escuchen los vecinos. Abrazo la pared, de golpe el dolor desaparece. Mi hija y mi ex mujer se borran en el aire. Siempre estuve solo, no hay nada, nunca hubo nada. Ese cuerpito frágil y alegre diciéndome adiós. Mi hija tiende el puente de plata con la vida. Tengo que ir a comprar cosas: la casa no debe estar vacía cuando ella venga a visitarme.
* Fragmentos de Derrumbe (Mondadori).
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