Daniel Tornero es un producto genuino de El Bolsón. Aquí nació, entre cerros y arroyos, en 1956. Recuerda que cuando tenía seis años (principios de los sesenta) no vivían más que mil personas en todo el valle. Que el agua era de pozo, pero no estaba contaminada –“bajaba directamente desde arroyos y ríos”–, que vivía de la siembra y en cada casa había un gallinero. “Ahora están prohibidos”, dice. La ruta a Bariloche (140 kilómetros) no estaba asfaltada y se tardaban cinco horas en unir paraje y ciudad. Otra alternativa era tomarse La Trochita hasta El Maitén y recorrer 60 kilómetros. “Yo hacía bastante ese trayecto, porque mi viejo era camionero, llevaba y traía cartas.”
–¿Qué pasó con los pobladores nativos cuando llegaron Miguel Cantilo, Kubero Díaz, la gente de La Cofradía de la Flor Solar con la intención de fundar una “comunidad hippie” aquí?
– Y... algunos no se mezclaron y otros sí. Yo estaba entre los últimos. Nosotros estábamos muy lejos de toda esa movida, porque acá no había radio ni televisión. La cosa del rock argentino llegó con esta gente y se quedó. No había manera de zafar, porque los veías en la calle, comprabas en el mismo almacén y así. Esa diáspora marcó algo en El Bolsón, fue una mezcla linda. Ellos vinieron, porque este lugar les planteó algo y todo cambió.
–¿Qué emergió de esa interacción cultural? En Buenos Aires, El Bolsón se veía como la tierra sin mal o algo así.
–Hubo en algún momento la intención de formar una gran colonia, una comunidad. Incluso, había gente que ya vivía en comunidad. Se planteó, no se pudo llevar a cabo como se pretendía, pero muchos de esos ideales permanecen intactos.
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