“Me encanta el blog y no lo dejaría, pero en algún momento va a pasar la moda y se terminó –dice Suárez–. Ahí subo textos e imágenes que me gustan y además testeo mis cosas, observo las reacciones. Se generan situaciones insólitas a partir de Internet, como que te escriba alguien desde México para proponer hacer algo con un texto que publiqué ahí. Es maravilloso, porque además son lectores de verdad, no tienen obligación alguna. Y por otro lado me salió como una enamorada: la gente se enloquece, se ratonea, vaya a saber qué les pasa. Esta enamorada, que escribe como los dioses, me manda correos: cree que dialogo con ella a partir de lo que publico. Me da un poco de terror. Internet nos volvió a todos más solitarios e incrementó el fantaseo con las palabras del otro. Respecto de los textos que pasaron del blog a papel tengo entendido que fueron fracasos; supongo que hay un error en creer que muchas visitas a una página se corresponde instantáneamente con muchos lectores de eso mismo en libro. Creo, además, que con el blog se borró la frontera que diferenciaba a un principiante de un escritor con oficio. Tal vez tenga que ver con esa posibilidad de instantaneidad, con ese ‘me siento, lo escribo y puede ser leído de inmediato en la red’. Suele pasar que no existe la corrección”.