–¿Por qué decidió sumarse al elenco del unitario Aquí no hay quien viva?
–En Aquí no hay quien viva no hay galanes; es una dinámica grupal. Se muestra un edificio de departamentos y se ve el país. Hacemos uno por semana. El tono tiene que ser verdadero; hay que tratar de que los personajes tengan verdad. En la medida en que en la pareja gay (que habita uno de los pisos) no exista amor todo lo demás se pierde. Es una pintura de la realidad de nuestro país; no es un edificio de Puerto Madero, sino uno en el que los ascensores no andan, nada funciona. No es un programa más, de la misma manera en que no lo fue Montecristo.
–¿Por qué cree que se fue haciendo cada vez más esporádica la presencia de unitarios en la televisión?
–El formato semanal no reditúa con la misma ganancia, pero es mejor para los autores y para los actores. Los norteamericanos hacen la sitcom de media hora por semana. Y empiezan a trabajar seis meses antes; yo creo en eso: en el trabajo, en el grupo. Y lo aplico a la TV o a espectáculos maravillosos de Shakespeare, traídos por extranjeros. Cuando hicimos Rey Lear creí que también había ahí humor: el comienzo es una fiesta. Por eso no coincidí con la visión de Jorge Lavelli, más seria. Creo en la necesidad de retomar algunos textos en determinadas épocas, como cuando hicimos Ricardo III en tiempos de la reelección de Menem.
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