Mar 05.02.2008
espectaculos

TEATRO › COMO ES EL REGRESO DE VERNE A LA CARTELERA

Con esfuerzo y sin suspenso

Corría 1873 cuando Julio Verne publicó La vuelta al mundo en 80 días. Tan sólo una década antes había comenzado a escribir el primero de sus 60 Viajes extraordinarios, una serie que se fue abultando durante 40 años con célebres títulos como Cinco semanas en globo (1863), Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Los hijos del capitán Grant (1867) o Veinte mil leguas de viaje submarino (1869). Este precursor de la ciencia ficción y la novela de aventuras, estudioso de la ciencia y la tecnología, hombre de gran imaginación, era también un gran amante del teatro y adaptó él mismo varias de sus obras para la escena. Se cuenta que el día del estreno de La vuelta al mundo en 80 días, el escritor vivió una experiencia digna de sus personajes: parte de la escenografía cayó al suelo mientras él revisaba la canastilla que conduciría a Phileas Fogg y a su inseparable Passepartout a grupas de un elefante verdadero; el animal asustado salió de teatro y comenzó a correr, con el autor a cuestas, por el parisino Boulevard de los Capuchinos hasta que el domador los alcanzó en las Tullerías.

Zelig Rosenman, en su versión musical de este superclásico de la literatura, decidió poner al autor de la pieza en escena –transformado en mujer, la guionista Celia (Georgina Frere)–. Sin embargo, ella no vive aventuras sino que a duras penas las imagina. La historia, entonces, en lugar de fluir naturalmente se ve fragmentada por múltiples elipsis, lo que impide que los personajes puedan establecer relaciones entre ellos o dar cuenta de sus complejidades. Así, Phileas Fogg (Alejandro Gallo, impecable cantante) se enamora de la rebelde Belizza (Fernanda Provenzano) sin haber establecido previamente la tensión amorosa necesaria para dar forma a una historia de amor; o el sirviente Passpartout (Alberto Romero) se arrepiente repentinamente de haber colaborado con los malos sin haber consolidado una relación de profunda amistad con su amo. La vuelta... no es una comedia; Passpartout no es el bufón que debería ser, ni los malvados Sullivan (Horacio Vay) o Feld (Martín Selle) logran hacer reír. Tampoco es una historia de aventuras, porque no instala la tensión dramática necesaria para narrar travesías de este tipo. La obra jamás encuentra su conflicto que es el que le permite a cualquier historia avanzar manteniendo el interés del espectador. En la versión de Rosenman, el protagonista arriba a cada uno de sus destinos (sin sacar provecho de la riqueza de las melodías populares de cada región) y apenas aparece cualquier impedimento éste es resuelto sin mayor dificultad.

Avanza con esfuerzo, sin suspenso, y llega a su final como se había esperado en un principio. Los buenos ganan, los malos pierden y, mediante una canción algo pegadiza, todos cantan “hay que dar la vuelta al mundo”, como estos personajes la han dado, aunque sin el espíritu del gran Julio Verne.

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