Jue 07.02.2008
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LITERATURA › OPINION

Recuperar la verdadera literatura

› Por Vicente Battista *

Julian Barnes integra, junto con Ian McEwan y Martin Amis, lo que se ha dado en llamar el dream team inglés, un mote (me acabo de enterar) inventado por Jorge Herralde. No debería sorprendernos, otro editor español, Carlos Barral, a comienzos de los ’60, inventó el “boom latinoamericano”. Claro que para que existan el dream team y el “boom latinoamericano” es esencial la presencia de autores que lo fundamenten. Más allá de los nombres y de las buenas intenciones, debe primar la buena literatura. Numerosos títulos avalan el boom latinoamericano. No dudo de que las novelas y los cuentos de Julian Barnes bastan para avalar el dream team.

En el apartado “Etcétera” de Historia universal de la infamia, Borges transcribe el fragmento de un libro apócrifo, Viajes de varones prudentes, publicado en Lérida en el año 1658 y escrito por Suárez Miranda, un autor inventado por Borges. El fragmento habla de cierto imperio, notorio por el celo de sus cartógrafos; leemos: “levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. Algo similar, aunque a fines del siglo XX, plantea Julian Barnes en su novela Inglaterra, Inglaterra. En esta ocasión no se trata del rigor de los cartógrafos sino de la ambición de un tal Sir Jack Pitman, que se ha propuesto erigir en la vecina isla de Wight una suerte de parque temático que reproduzca el territorio inglés a igual escala, con sus mitos y sus héroes clásicos y populares. En el texto de Borges fracasan los cartógrafos: “En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitada por Animales y por Mendigos”. La novela de Barnes también se refiere a un fracaso: “El mundo comenzó a olvidar que ‘Inglaterra’ había significado en otros tiempos algo más que Inglaterra, Inglaterra, un falso recuerdo que esta isla se afanaba en reforzar, mientras que los que permanecían en Anglia empezaron a olvidarse del mundo de más allá”. Borges planteó su conflicto en apenas 16 líneas (“microcuento”, lo llaman ahora), Barnes lo hizo en 317 páginas; ambos consiguieron dos textos ejemplares.

Porque de eso se trata: recuperar la verdadera literatura. Hoy se habla de las novelas de tesis, del modo en que el ensayo puede integrarse libremente con la ficción. También se habla del punto de vista del narrador y del fin del autor omnisciente. El loro de Flaubert e Inglaterra, Inglaterra ponen del revés tanta habladuría. En El loro de Flaubert, Barnes construye una novela que puede leerse como una biografía o como un ensayo, creo incluso que fue premiada en la categoría Ensayo; en Inglaterra, Inglaterra salta de uno a otro personaje y revela, al mejor estilo narrador del siglo XIX, lo que piensa y siente cada uno de esos personajes. El resultado: dos novelas admirables.

“El cuento propiamente dicho ofrece el mejor campo para el ejercicio del más alto talento”, señaló Edgar Allan Poe en 1842. Un siglo y medio después, ciertos escritores, tal vez impedidos de escribir un buen cuento, han decretado el fin del género. Al otro lado del canal y La mesa limón, los dos libros de cuentos de Julian Barnes, son una categórica respuesta a ese rencor. Recuerdan a aquellas geniales epifanías que James Joyce nos ofreciera en Gente de Dublín y definitivamente ubican a Julian Barnes entre los grandes escritores de este tiempo.

* Escritor.

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