Sáb 20.11.2004
futuro

MEDICAMENTOS A LA CARTE, RAZAS E HISTORIA ARGENTINA DE LA CIENCIA

¿Hacia una medicina étnica?

Por Alberto Díaz*

“A todos nos une ese hilo común”, cantaba Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano (PGH), refiriéndose a los genomas de todos nosotros, según contó el Premio Nobel John Sulston, durante su visita a Buenos Aires en junio pasado. Otro hilo que nos une es la constancia en investigar el mundo, en conocer.
Una de las principales derivaciones del PGH es la posibilidad de obtener nuevos y más específicos medicamentos, vacunas y diagnósticos. Tanto es así que desde hace unos cinco años apareció una nueva especialidad, la farmacogenómica, que se ocupa de diseñar medicamentos basados en los perfiles genéticos de ciertas poblaciones y personas.
Este tipo de investigaciones permite obtener terapias con menos efectos secundarios o sin ellos, y que el paciente tenga mayor sensibilidad de respuesta a la nueva molécula. Las empresas farmacéuticas y de biotecnología del mundo están ya embarcadas en esta temática. Por las dudas, guardan muestras biológicas de sangre y de otros tejidos de pacientes que están actualmente sometidos a algún protocolo clínico, para hacer comparación de mejores respondedores de acuerdo a sus perfiles genéticos.
Se entiende que esto último no se refiere a lo que hacía el famoso antropólogo criminal César Lombroso, quien a fines de siglo XIX trataba de descubrir las diferencias genéticas entre enfermos mentales y delincuentes, sino a lo que hacen las sofisticadas técnicas de la biología molecular, identificando cuáles son los genes que tenemos cada uno de nosotros y qué funciones cumplen.
Es un tema fascinante pero, como casi todo lo que introduce la biotecnología, trae ciertas resonancias de los debates suscitados alrededor de la diosa genética y la diosa ciencia a fines del siglo XIX y principios del XX. Y no tan sólo a principios del siglo...
Los investigadores en genómica, coleccionistas de genes, no se parecen a los zoólogos ni a los naturalistas del siglo XIX y XX, que coleccionaban especies, las caracterizaban genéticamente para mejorar razas y que, más adelante, dieron origen a la eugenesia.
En julio de este año pudo leerse en BioCentury, periódico de la industria biotecnológica de Boston, que la empresa NitroMed presentó recientemente a la FDA (Food and Drugs Administration), el organismo de Estados Unidos que aprueba los nuevos medicamentos, una nueva molécula para tratar la hipertensión que sería específica para los afronorteamericanos.
Un verdadero salto para la medicina y la farmacología: ¿nace la medicina étnica, la medicina especializada para poblaciones? Es el primer ejemplo. Unos años atrás se había demostrado que ese medicamento, basado en la idea de resolver la deficiencia de óxido nítrico que presentan ciertos tejidos, no era efectivo en la población general para el tratamiento de la “falla cardíaca” (heart failure), enfermedad cardiovascular.
El ON (NO para el habla inglesa) es una molécula omnipresente en todo el organismo, que incluso se encuentra en el origen del famoso Viagra. Pero, dado que en la población negra esta deficiencia es más común, la empresa decidió ver qué pasaba con ellos. El éxito fue tal, que debieron suspender el ensayo clínico y proveer el tratamiento a todos los pacientes, para no cometer la falta ética de no dar el medicamento a las personas que integraban el grupo placebo o de control; es decir, aquel que recibía otra medicación diferente a la del estudio.
¿La farmacogenómica nos lleva nuevamente a las diferencias raciales? ¿Estudiar las diferencias biológicas en y entre las poblaciones blancas, amarillas y negras, o entre las personas, introducirá subrepticiamente algunas diferencias, que históricamente se utilizaron para calificar y discriminar? ¿O llegaremos a comprender, en base a todos los conocimientos que nos aporta el Proyecto Genoma Humano, que hay diferencias genéticas personales, grupales, que obedecen a nuestra historia como especie y como personas? ¿O, como afirman los antropólogos, que las razas son una invención social? Tal vez podamos concluir, como en el poema de Juan Gelman: “¡Hurra, al fin ninguno es inocente!”.
Buscando información sobre la empresa NitroMed, encontramos que su director médico es Manuel Worcel, distinguido investigador argentino que se exilió en 1966, luego de ser uno de los pocos que criticó abiertamente en la Facultad de Medicina la famosa Noche de los Bastones Largos. Worcel investigó sobre hipertensión arterial en Estados Unidos y en Francia (donde se integró al Inserm), y trabajó en Novartis, hasta que fue llamado por NitroMed para dirigir su Departamento de Investigación y Desarrollo. Es un integrante y actor importante de esa escuela de medicina e investigación clínica, especializada en hipertensión arterial, que comenzó con Houssay, fue continuada por Leloir, Taquini, Braun Menéndez, y hoy se consolida en el Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari (donde Worcel realizó sus trabajos en Buenos Aires), con Nahmod, Finkielman, Goldstein, Fisher-Ferraro y, en la actualidad, con Carlos Pirola, ya en la genética molecular de la hipertensión.
En la Argentina y Brasil se desarrolló todo el conocimiento que permitió diseñar y fabricar las primeras moléculas para la terapéutica hipotensora, pero la producción y comercialización se hicieron en Estados Unidos y en Europa, posteriormente. El mercado es de miles, decenas de miles de millones de dólares al año.
El Captopril, diseñado por Miguel Ondetti, químico argentino que trabajaba en Squibb, en EE.UU., fue el primer medicamento que salió al mercado para tratar la hipertensión en 1976. Unos 30 años más tarde, otro brillante científico argentino, investigando en una empresa innovadora de un país industrializado, marca un corte en la terapéutica cardiovascular (tal vez generando un nuevo paradigma) al producir el primer medicamento de la Farmacogenómica, con las ventajas y discusiones que presenta este tema.
Por un lado, nos enorgullece y queremos acercarle a Manuel Worcel nuestras felicitaciones. Pero, al mismo tiempo, este hecho nos demuestra cómo perdemos continuamente nuestra principal riqueza: los recursos humanos, sobre todo educados y formados en nuestro país.
¿Cuándo estableceremos el punto de inflexión que, uniendo el conocimiento y la investigación con la industria y la producción, permita a nuestros investigadores permanecer trabajando en el país, creando valor en nuestras industrias y, de no menor importancia, generando más trabajo y riqueza para la Argentina?

* Licenciado en Biotecnología y director del Centro de Estudios e Investigaciones (CEI) de la Universidad Nacional.

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