PALEOGRAFIA: LA ESCRITURA CUNEIFORME A SALVO EN LA RED
No es cuestión de echar culpas a Occidente ni a la racionalidad técnica que lo conduce. Si, al decir de algunos historiadores, la civilización de este lado del mundo tuvo su cuna en la antigua Babilonia que los enviados de George W. Bush hoy se empeñan en borrar del mapa, puede decirse que hay también quienes saben valorar los recuerdos de la historia. Y guardarlos en computadoras y observarlos en tres dimensiones y clasificarlos como fue clasificado todo el conocimiento disponible en la Francia prerrevolucionaria. El tesoro: una forma de escritura que al oído suena tan bella como los nombres Diderot o D`Alembert –los hacedores de la Enciclopedia– pronunciados en buen francés. Cuneiforme es la palabra, o formado con cuña, o textos sumerios, acadios, babilónicos y asirios escritos con esa herramienta sobre pequeñas tablas de arcilla, piedra o metal, hace más de cuatro mil años. Al rescate de ellos, o por lo menos a su mejor comprensión, apunta en la actualidad la paleografía –el estudio de la escritura y los signos de los libros y documentos antiguos– y su más avanzado desarrollo: el “Proyecto Paleografía Cuneiforme Digital” o CDP (Cuneiforn Digital Palaeography).
Hasta el momento, los restos de los primeros manifiestos y códigos de los que se tiene noticia sólo pudieron ser traducidos, copiados en papel y reproducidos en más papeles. Quien no estuviera delante de una pieza cuneiforme no podría pensarla en todas sus proporciones ni ayudado por fotografías; ni siquiera mediante un collage de imágenes que sumara todos los lados de la tablilla. Aquí la novedad: el objetivo del “Proyecto Paleografía Cuneiforme Digital” (www.cdp.bham.ac.uk), un ambicioso plan que en conjunto llevan a cabo investigadores ingleses de la Universidad de Birmingham y del Museo Británico, consiste en la digitalización del inventario lingüístico de ese tipo de escritura. Es decir: combinar el desarrollo de la paleografía con el de la informática, para así poder apreciar en toda su magnitud, en tres dimensiones, los signos.
El proyecto es interdisciplinario: hay un arqueólogo, tres ingenieros en electrónica, un analista de caligrafía y un especialista en asiriología (la ciencia que estudia la escritura, la lengua y la historia de Asiria y, por extensión, de las antiguas civilizaciones mesopotámicas). El mismo grupo conformó en 1998 el equipo de trabajo del Proyecto Forense Cuneiforme Digital, antecesor del CDP. Hacia el fin de esa primera investigación habían diseñado ya un prototipo de la base de datos que ahora el CDP se propone construir. Sin embargo, eso no fue todo. El segundo logro estuvo en el perfeccionamiento de nuevas técnicas de análisis de escritura cuneiformes, tanto a nivel gráfico (el estudio de los grafemas silábicos que las civilizaciones antiguas empleaban) como caligráfico (los modos de escribir esos grafemas).
El elemento exclusivo que compone toda escritura cuneiforme es la línea, orientada en tres direcciones: hacia el borde inferior de la tabla, hacia el derecho o en diagonal, desde el extremo superior derecho de la tabla hacia el inferior izquierdo. El trazo de la cuña en el material de la tablilla (es decir, la caligrafía) deja una huella con forma piramidal: es el estilo que esa marca adopta el que, por ejemplo, permite distinguir a un escriba de otro. Grafos, grafemas y caligrafías: una verdadera gramática, entonces, que fue compilada en el más magno trabajo dedicado a la paleografía de las escrituras sumeria y acadia, el Manual deAsiriología II: la evolución de lo cuneiforme, del francés Charles Fossey. Y que aleja la escritura cuneiforme de su antecesora, la pictográfica (dibujos que denotaban objetos y acciones), al tiempo que la acerca a la alfabética, utilizada en la actualidad en casi todo el mundo.
Pese a ser considerado un referente de la paleografía, el manual de Fossey tenía una falencia ineludible: el tiempo. Editado en 1926, los signos cuneiformes que en él se enlistaban sólo fueron clasificados según un orden cronológico y otro geográfico. Así, era imposible distinguir entre signos que fueran habitualmente utilizados en la escritura de un pueblo y aquellos que fueran particulares de un escriba. La diferencia tomaba singular importancia en el momento de discriminar la escritura de los sumerios (cuyo predominio en la Mesopotamia se extendió entre 3200 a.C. y 2300 a.C., y luego entre 2100 y 2000 a.C.) de la de sus sucesores, los acadios, y más tarde la de los babilonios, los asirios y otra vez los babilonios.
Un signo sumerio clásico, por ejemplo, no plantea mayores problemas de traducción: “gil”, “nun” o “su” (que se pronuncian, respectivamente, “guil”, “nun” y “shu”); uno acadio, por su parte, es mucho más complejo: tiene, por empezar, cuatro valores fonéticos (ad, at, al y gir) y varios más ideográficos (puñal, espada y navaja, o escorpión, hueso y punzón). Y, para peor, hay también signos que no admiten traducción posible: son los determinativos, también adoptados por los sumerios en su segundo apogeo, que sólo indican la categoría de la palabra que les sigue. Por ejemplo, los nombres propios masculinos. En el código de Hammurabi (rey de Babilonia entre 1792 y 1750 a.C.), un compendio de las primeras leyes de la historia de la humanidad, la mismísima ciudad, de género masculino, se nombra “dingir ra”.
Cientos, miles de imágenes de alta resolución que pueden ser utilizadas a placer del usuario, clasificadas según el material de la tablilla en cuestión, el reinado durante el que éstas fueron escritas y el lugar donde fueron halladas, entre otros criterios: aunque suene a slogan publicitario, el objetivo final del CDP no es sólo una ilusión. Se pretende como un sumario del conocimiento obtenido hasta el momento, una Enciclopedia Paleográfica, con claras influencias del alguna vez utópico Proyecto Gutenberg, con el que Michael Hart, su creador en 1971, pretendía difundir en formato digital, a través de la Arpanet –predecesora de Internet–, la totalidad de los libros escritos en el mundo. Por el momento, el Gutenberg cuenta con alrededor de trece mil libros traducidos en su mayoría al inglés, aunque ofrece incluso unos pocos en eslovaco y hasta en sánscrito.
La principal coincidencia entre ambos proyectos es, sin embargo, su carácter activo y perpetuo: no hay fronteras, no hay límites ni clausuras. Las imágenes deberían estar disponibles para cualquier investigación que requiera de ellas y que a su vez agregará sus resultados a lo conocido hasta entonces. Porque mientras los restos de Babilonia son guardados en prácticas bolsas de trinchera, su escritura, alguna vez universal, tal vez algún día vuelva a serlo.
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