CAFé CIENTíFICO: METEORITOS, COMETAS Y AMENAZAS DEL ESPACIO
Quienes frecuenten o hayan frecuentado Las aventuras de Asterix recordarán que lo único que los galos temían era que el cielo cayera sobre sus cabezas. No era una preocupación irrazonable si uno se atiene a lo que les ocurrió a los dinosaurios, exterminados en un impresionante especicidio hace 65 millones de años por algún que otro meteorito que cada tanto se estrella contra la Tierra sin pedir permiso.
› Por Pablo Wainschenker
Rápidos y mortales, capaces de aniquilar la vida en un segundo, odiados, temidos y demonizados por generaciones. No son los soldados de ninguna fuerza multinacional, sino un enigmático conjunto de bloques macizos que, desde la infancia del universo, se pasean amenazantes cerca de la Tierra. A veces siguen de largo y otras, como hace 65 millones de años, uno de ellos se lanza sobre la superficie terrestre y destruye todo a su paso. ¿Cómo se siente deberle la propia existencia a un asesino serial? El martes pasado se realizó en La Casona del Teatro el noveno –y último– Café Científico del año, ciclo gratuito de divulgación organizado por el Planetario Galileo Galilei. El tema elegido para el cierre fue “Astronomía: ¿Se cae el cielo? Asteroides, cometas y futuras amenazas”. Mariano Ribas (coordinador del Area de Astronomía del Planetario y colaborador de Futuro) recorrió primero la historia de los extraños objetos que son capaces de explotar en Siberia y desaparecer en Argentina, y luego explicó por qué para poder seguir dejando huellas sobre la Tierra, el hombre debe mirar cada vez más hacia el cielo.
Mariano Ribas: Mientras que muchos de los planetas se divisan a simple vista, como Venus –que en esta época del año puede observarse al anochecer como un punto brillante en el Sudoeste–, los asteroides no, y fueron descubiertos como entidades que forman parte del Sistema Solar hace algo más de 200 años. En 1786 se había descubierto Urano, que fue el primer planeta “descubierto” (es decir, que no podía ser observado a simple vista como los demás), dentro de una imagen del Sistema Solar bastante modesta de esa época. Una cosa que llamaba la atención a fines del siglo XVIII y principios del XIX era una aparente brecha entre Marte y Júpiter, como una gran laguna de vacío donde aparentemente no había ningún planeta. Se formó un grupo de astrónomos europeos, conocidos como “La policía celeste”,
que empezó a concentrar su atención en esa región y patrulló durante varios años la zona para ver si encontraban algún nuevo planeta. Sin embargo, el que les ganó de mano fue un monje siciliano llamado Giuseppe Piazzi (1746-1826), quien además de religioso era astrónomo amateur y en la noche del 1º de enero de 1801 descubrió un pequeño puntito de luz que cambiaba de lugar noche a noche con respecto de las estrellas. El objeto se movía más rápido que Júpiter, pero más lento que Marte y, siguiendo las leyes de movimiento planetario de Johannes Kepler, Piazzi dedujo con toda razón que el objeto debía estar entre Marte y Júpiter. Se trataba de lo que formalmente sería Ceres, el primer asteroide. En 1802 se descubrió Vesta y luego la “policía celeste” descubrió a Pallas y Juno en 1804 y 1807. Lo que resultaba evidente, a esta altura, era que entre Marte y Júpiter no había un objeto, sino varios. Todos estaban allí, en esa zona del Sistema Solar, y los astrónomos se dieron cuenta de que eran objetos pequeños de roca y metal, menores que los planetas (todavía en algunos lugares se menciona a los asteroides como planetas menores). En el siglo XIX se descubrieron casi un centenar de nuevos asteroides y hoy en día hay catalogados de alrededor de 100 mil. Se trata de un cinturón de asteroides, una especie de anillo inmenso formado por objetos pequeños hechos de roca y metal. Estos asteroides no implican el más mínimo peligro contra la Tierra, porque mantienen sus órbitas entre Marte y Júpiter y no se salen de allí.
M. R.: ¿De dónde salieron los asteroides? La primera teoría decía que eran los restos de un planeta que se había destruido. Esta idea inicial duró mucho tiempo, hasta que surge la actual, que sostiene que los asteroides son escombros de materiales que nunca llegaron a formar un planeta. Son el “planeta que no fue” (y no uno que fue y se destruyó), pedazos que quedaron sueltos de la formación del Sistema Solar, que por el tirón gravitatorio de Júpiter no pudieron aglutinarse en un cuerpo mayor. Si juntáramos todos los asteroides, tendríamos un objeto muy chiquitito, que no llegaría ni a un tercio del tamaño de la Luna.
Hasta hace apenas quince años, los asteroides eran simples puntos en un telescopio. En 1991 la humanidad pudo observar por primera vez un asteroide en primer plano. La imagen fue tomada por la sonda Galileo, que en su camino hacia Júpiter fotografió al asteroide Gaspra. Entonces se pudo ver la forma de “papa golpeada”, característica de muchos asteroides, y que, tal como los planetas, poseen cráteres. El segundo acercamiento fue en 1993, cuando la misma nave Galileo pasó cerca del asteroide Ida, junto al que había una roca que resultó ser su luna y fue bautizada como Dactyl. En 1997 se produjo el tercer encuentro cercano con un asteroide, el oscuro Mathilde, observado por la sonda NEAR.
Más allá del cinturón de asteroides (que contiene más del 99 por ciento de todos los que existen en el Sistema Solar), se sabe que con el tiempo algunos de ellos fueron “eyectados” a otras regiones del sistema. Así otros sectores se fueron poblando de asteroides; algunos de ellos fueron lanzados hacia afuera, comparten la órbita con Júpiter y se los denomina “troyanos”. Otros, en cambio, emigraron para adentro y forman parte de lo que se denomina “objetos cercanos a la Tierra” o NEO, por su sigla en inglés. Una pequeña parte de los NEO son cometas, pero la inmensa mayoría son asteroides.
M. R.: Los cometas también son objetos pequeños, pero mucho más frágiles que los asteroides porque están formados por hielo; además, se ubican en zonas más externas del Sistema Solar. Algunos de estos bloques de hielo se acercan a la Tierra e incluso han impactado en otros planetas. El cometa Shoemaker-Levy 9 se partió en 21 pedazos y en 1994 todos esos fragmentos chocaron, como un tren, contra Júpiter, que no se vio afectado pues los trozos tenían uno o dos kilómetros de diámetro, mientras que el planeta mide 143 mil kilómetros. Lo interesante de este episodio es que nos mostró que los mundos del Sistema Solar pueden ser impactados por los “munditos”. La idea era que si le había pasado a Júpiter, por qué no le podía pasar a la Tierra.
En 1932 se descubrió el primer asteroide que se acercaba notoriamente a nuestro planeta. Luego fueron hallados otros, uno de los cuales se llama Eros, que fue visitado por una nave espacial en 2001 y pertenece a la familia de asteroides peligrosos. En estos momentos, como parte de la misión Hayabusa, los japoneses tienen una nave orbitando a otro de los asteroides peligrosos, al que le están sacando fotos. En los próximos meses, los japoneses van a tomar rocas de la superficie del asteroide Itokawa que llegarán en una cápsula a la Tierra en 2007, lo que permitirá saber más sobre la naturaleza de estos cuerpos. Hay un interés científico de fondo, pero también hay un interés práctico, que es el de saber con qué cosas nos podemos enfrentar el día que uno de ellos se nos venga encima.
Se sabe que, a lo largo de la historia, cometas y asteroides han impactado en los mundos vecinos. La Luna es el caso más conocido por todos ya que uno apunta un telescopio y puede ser las huellas del impacto de los asteroides, tal como ocurre con Marte y Mercurio. En nuestro planeta no estamos acostumbrados a ver cráteres, porque la Tierra ha “lavado sus heridas” mediante erosión, a pesar de lo cual todavía se puede observar un inmenso pozo doble en Canadá, y otros en Australia y Namibia. Todos ellas son huellas de impacto en la Tierra, cuya historia ha estado condicionada de manera dramática por estos episodios.
Un acontecimiento aislado que ha tocado muestra historia reciente es el incidente Tunguska, región de Siberia donde el 30 de junio de 1908 algo explotó en el cielo y arrasó con 2000 kilómetros cuadrados de bosque. Aparentemente, lo que ocurrió en Tunguska fue la explosión en el aire de un pequeño cometa. Dado que ahora sabemos que hay objetos deambulando por el Sistema Solar que nos pueden caer encima, hay que empezar a patrullar el cielo. Formalmente, con el proyecto Spacewatch en los años ‘80 comenzó un plan sistemático de rastreo de asteroides y hoy son cerca de veinte los programas que hacen este tipo de búsqueda, entre los cuales se encuentran los trabajos de Croacia, India, Reino Unido y Canadá. El trabajo consiste en tener telescopios robot –no comandados por personas– apuntando todo el tiempo al cielo para ver si encuentran objetos que podrían impactar con la Tierra. Hoy hay más de 740 asteroides cercanos a la Tierra con mayores o menores posibilidades de impacto y la cifra crece permanentemente. La amenaza de estos objetos no es una fantasía, sino una realidad concreta. ¿Qué podemos hacer ante ella? Hay varios caminos posibles y la humanidad tiene que hacerse cargo, porque a diferencia de otras especies que habitaron el planeta, nosotros podemos hacer algo; a diferencia de los dinosaurios, nosotros sabemos que existe la amenaza.
M. R.: Eugene Merle Shoemaker, un geólogo y astrónomo amateur, decía que no tenemos que preguntarnos si se va a producir un impacto o no sino que la pregunta es “cuándo”, porque impacto va a haber seguro. La pregunta de “cuándo” es recurrente en los medios de comunicación, que cada tanto nos anuncian la caía de un asteroide. Antes que nada, debemos desconfiar de estas noticias. En el otro extremo, a veces se dan fenómenos que son ignorados por los medios y, sin embargo, representan un peligro concreto como el que se produjo el 14 de junio de 2002, cuando un asteroide pasó muy cerca de la Tierra y nadie se dio cuenta. El objeto desfiló a una distancia muy pequeña –de sólo 80.000 km– por encima de nuestras cabezas, se desplazaba a 60 mil km por hora y tenía el tamaño de la cancha de River. Este asteroide fue descubierto un día después de haber pasado y no se pudo detectar antes porque venía desde la dirección visual del Sol, cosa que impedía que fuera visto por los telescopios de patrullaje celeste. Se trató de un peligro real y fue casi ignorado por los medios de comunicación.
En 1999 se reunieron en Turín (Italia) muchos astrónomos para elaborar lo que se conoce como “Escala de Torino”, que clasifica a los asteroides de cero a diez según el peligro de impacto con la Tierra. El nivel cero implica que no hay ningún riesgo, mientras que el grado diez significa colisión certera con devastación global, es decir, lo que les pasó a los dinosaurios. De todos los casos conocidos, el grado más alto encontrado hasta ahora es 2; todos los demás están en 0 o en 1. Según los datos con los que se cuenta hoy, no existe de acá a 50 años –por lo menos– ninguna amenaza de asteroides o cometas que vayan a impactar.
Hay toda clase de proyectos para defendernos dentro de la Agencia Espacial Europea (ESA), la Agencia Espacial Japonesa y también de la NASA. Uno de los más interesantes se llama “Don Quijote”, fue propuesto por los españoles y consta de una nave doble que va a atacar a un asteroide. La idea es que la nave madre (llamada Sancho) se quede mirando mientras la otra nave (Quijote) embista al asteroide y vea los efectos. La nave que se va a salvar monitoreará el cimbronazo y así ayudará a obtener datos para fortalecer la estrategia de defensa conocida como desvío. Al revés de lo que se creía hace algunos años, hoy se sostiene que si se acercara un asteroide a la Tierra, la mejor idea no sería destruirlo, ya que los fragmentos podrían seguir su camino hacia la Tierra. La estrategia del desvío consiste en “torcer” la trayectoria del asteroide para que siga de largo en vez de chocar con nuestro planeta. El proyecto Quijote será el primer caso concreto en el que la humanidad haga algo ante semejante circunstancia.
M. R.: Hay algo paradójico, tanto con los cometas como con los asteroides: generalmente se vincula a estos objetos con la destrucción y la amenaza. Sin embargo, existe la teoría de la panspermia. Se sabe que en la infancia del Sistema Solar los cometas impactaron en muchos lugares, por otra parte se conoce que el 50 por ciento de lo que los cometas llevan es agua congelada y uno de ellos cayó sobre la Tierra y hay muchos científicos que sostienen que este aporte de agua, roca y materia orgánica fue fundamental para la vida. Algunos astrónomos afirman que buena parte del agua de los océanos podría ser un “regalo” de los cometas. Si queremos jugar un poco más con la imaginación, podríamos pensar que cada vez que bebemos un sorbo de agua estamos tomando el cuerpo de un cometa.
Hace 65 millones de años se produjo una catástrofe que afectó a todo el planeta y fue consecuencia, probablemente, del impacto de un asteroide. En ese momento, frente a las costas de la actual península de Yucatán, un objeto de unos 12 a 15 km de diámetro impactó contra la superficie. Y se formó un cráter submarino que ha sido estudiado en diversas expediciones geológicas. El golpe de objetos de este tipo generalmente produce cráteres de un tamaño 10 a 20 veces mayor que el del objeto en sí. Los efectos derivados, entre otras cosas, fueron que el asteroide se pulverizó en partículas ardientes que volaron kilómetros provocando incendios generalizados, como carbones que caen sobre un bosque. Al mismo tiempo, el polvo del impacto fue levantándose y circulando, lo que oscureció la atmósfera, que quedó como un escudo oscuro bastante impermeable a la luz solar. La temperatura del planeta bajó en algunas zonas hasta 30º C. Antes las nuevas condiciones, muchísimas especies murieron, entre ellas, los dinosaurios. Se calcula que entre el 70 y el 80 por ciento de las especies se extinguió, de modo que se produjo una verdadera “bisagra” biológica. Plesiadapis era una criaturita que se supone que constituye uno de los troncos maestros de la evolución que conduce a la familia de los homínidos (que, a su vez, es el grupo de primates bípedos que llega al hombre) y se supo adaptar a la catástrofe. Es uno de los más lejanos ancestros nuestros y la catástrofe permitió que criaturas como Plesiadapis, a quienes los dinosaurios probablemente no les hubieran dejado mucho camino libre, pudieran prosperar. Es decir que si el desastre no hubiera ocurrido, casi seguro que nosotros no habríamos llegado a existir. Así como tenemos que temer la amenaza de asteroides y cometas, tenemos que agradecer la catástrofe de hace 65 millones de años. Lo que pasa en el espacio tiene muchísimo que ver con lo que ocurre en la Tierra y, a diferencia de lo que mucha gente cree, mirar para arriba no es tener la cabeza en la Luna, sino que es la manera más firme de tener los pies sobre la Tierra.
M. R.: Los meteoritos son miniasteroides que se han disparado y caído contra la Tierra. Caen cosas a la Tierra permanentemente, como el episodio de hace 5000 años en lo que hoy es Argentina, cuando un cuerpo metálico impactó contra el suelo chaqueño. A propósito, hay tres fragmentos de ese objeto en el Planetario, otro en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia y el más grande, llamado “Meteorito Chaco”, está tirado en un campo de esa provincia. Se encuentra en la localidad de Gancedo, oxidado, quemado y pintado con aerosol. Se trata del segundo meteoro más grande del mundo y la única protección que tiene es un alambre. Regularmente va gente con picos para llevarse un pedacito y están los que pintan sobre su superficie. Hace poco se robaron en esa misma provincia, a plena luz del día, un meteorito enorme de 9000 kilos y en su lugar pusieron una figura de telgopor pintado. Con respecto a los meteoritos, es mundialmente sabido que esa región del Chaco es muy importante y que nadie hace nada para cuidarla.
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