Sáb 10.12.2005
futuro

BIOETICA: LOS DILEMAS QUE ARROJO EL PRIMER TRANSPLANTE DE ROSTRO

Dar la cara

› Por Sergio Di Nucci

Habrá que esperar, pero los pronósticos son alentadores. Un nuevo rostro no ha forjado todavía una nueva identidad, pero desde hace solo dos semanas los límites entre fantasía y cirugía se han vuelto más frágiles e inciertos. La noticia ha recorrido el mundo. Una mujer de 36 años, Isabelle Dinoire, cuyo rostro había sido desfigurado por la mordedura de un perro y tenía dificultades para masticar y aun respirar, fue sometida en París a un trasplante de nariz, boca y mentón. La intervención duró más de 15 horas en la noche que separaba el sábado 26 del domingo 27 de noviembre. El donante era un hombre “de proporciones morfológicas compatibles”, que reposaba con muerte cerebral en el Hospital Salengro de la norteña ciudad de Lille. A la historia de la medicina se ha sumado un nuevo hito, según algunos controversial: el del primer transplante de rostro en la Historia.

Ya la literatura y el cine habían incursionado en el tema. En un costoso film de superacción dirigido por el chino John Woo en 1997, traducido aquí como Contracara (Face/Off en el original), John Travolta y Nicholas Cage intercambiaban sus rostros para despistar a familiares, amigos y enemigos, y así enfrentarse en una batalla épica donde héroe y antihéroe resultaban en suma muy similares, para escándalo del espectador. Las apariencias engañaban, y en el film todo indicaba que el cambio de rostro terminaba siendo un acicate para la fraternidad, antes que para la confrontación. La cirugía que veíamos era inmediata, límpida, de precisión mecánica y sin fisuras, pero los protagonistas –un padre ejemplar, un villano ejemplar– no podían evitar sus propios e intransferibles dilemas morales, de cara a universos sociales tan distintos y cercanos a la vez. A apenas siete años de distancia, esta ficción en formato fantaciencia ha envejecido de manera irrecuperable. Y lo que en su momento pareció increíble es hoy motivo de dilemas éticos, psicológicos, bioéticos y hasta teológicos.

Se trata de discusiones polémicas y lacerantes que se produjeron apenas se divulgó la noticia en el semanario francés Le Point. La intervención fue decidida en secreto, y sin someter la información, como es oficialmente obligatorio, a la Comisión de Etica francesa. Esta comisión se había pronunciado en 2004 en contra del transplante total de un rostro, dejando abierta la vía a los transplantes parciales, como es el caso de esta mujer francesa. Según la Comisión de Etica, y es la opinión también de muchos expertos franceses, los riesgos de la intervención son demasiado altos, y si hubiera complicaciones se producirá “una situación clínica y psicológica todavía peor a aquella que se pretendía reconstruir”. Por otra parte, insisten, ¿en qué medida, es decir, con qué grado de equilibrio puede decidir la paciente una intervención de este tipo, más aún cuando se aducía que la mujer transplantada había intentado suicidarse con una sobredosis de barbitúricos, merced a lo cual el can, un labrador, quiso reavivarla con ardiente intensidad?

Ciertamente, frente a miles de accidentes, el transplante de rostro puede ser la única solución para quienes carecen de uno, o lo ven seriamente dañado. Las consecuencias psicológicas, éticas y clínicas son ineludibles desde el momento en que se habla de una discutible “nueva identidad”, que está reconstruida con el rostro de un donante muerto.

Desde la bioética se ha alertado sobre los riesgos que implica una intervención de este tipo, en lo que respecta al reconocimiento del paciente, y su identidad. Se insiste en que el paciente debe recibir información exhaustiva sobre la operación, y sobre las posibles complicaciones: la posibilidad de rechazo por parte del sistema inmunológico, la dependencia para siempre de fármacos inmunodepresores –que debilitan las defensas inmunológicas, y aumentan por consiguiente los riesgos de cáncer y virus mortales.

Desde la teología católica no hubo condenas, ya que se trató en este caso de un transplante con finalidad terapéutica y no estética. El teólogo italiano Mauro Cozzoli ha señalado que las consecuencias de un transplante de rostro por motivos terapéuticos son más de tipo psicológico que ético, y tendrán que ver con la dimensión íntima, la del autorreconocimiento del propio paciente.

Desde luego, en todo esto no hay precedentes. Y la última palabra, por ahora, es la de la propia transplantada. Según los médicos, Isabelle logró abrir la boca, puede hablar, su ánimo es bueno, come, bebe y hasta pidió un espejo para verse: aseguran que está contenta con su nuevo rostro.

Al español Ortega y Gasset se le atribuye la aseveración de que después de los treinta años tenemos el rostro que nos merecemos. Justamente antes del transplante, un estudio europeo había concluido que, para los europeos, la antipatía depende del rostro. Antipático, al parecer, se nace: cuestiones de rasgos somáticos (la nariz aguda y los ojos un poco oblicuos no transmitirían simpatía). Isabelle parece demostrar una forma de gentileza independiente de todo rasgo facial, propio o adquirido: “merci” fue la primera palabra que dijo después de la operación. Y la dijo gracias a ella.

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