ASTRONOMíA
› Por Mariano Ribas
Perdida en lo profundo del mar galáctico, y a 140 años luz del Sistema Solar, existe una modesta estrella amarillenta. Desde la Tierra, ni siquiera podemos verla a ojo desnudo, y sólo es posible rescatarla del cielo con la ayuda de un buen binocular, explorando con sumo cuidado la pequeña constelación de la Serpiente. Hasta hace muy poco, esa escuálida mota de luz había sido olímpicamente ignorada por los astrónomos, que apenas la tenían identificada en sus mapas celestes con un seco nombre de catálogo. Sin embargo, un flamante y meticuloso estudio, realizado con uno de los telescopios más poderosos del mundo, ha revelado algo verdaderamente sorprendente: esa estrella es una copia casi perfecta del Sol.
Si bien es cierto que sólo en la Vía Láctea hay unos 200 mil millones de estrellas, encontrar un “clon” del Sol no es tan sencillo. De hecho, tres de cada cuatro son “enanas rojas”, el escalafón estelar más bajo posible. Y el resto se reparte entre soles algo menores o mayores, otros muchísimo más masivos y luminosos y, finalmente, toda clase de ejemplares moribundos y cadáveres varios: enanas blancas, estrellas de neutrones y agujeros negros. En medio de esa inmensa y variada fauna astronómica ya se habían identificado unas cuantas estrellas pasablemente similares al Sol. Sin ir más lejos, las dos integrantes principales del vecino sistema triple de Alfa del Centauro, a sólo 4,3 años luz del Sistema Solar, se le asemejan bastante: una es un poco más grande, caliente y luminosa, y la otra es apenas más chica, fría y pálida (la tercera es una enana roja). De todos modos, hasta hace poco, la réplica solar más notable que se conocía era 18 Scorpii, apenas observable a simple vista en la constelación de Escorpio. Así es: en 1997, una investigación realizada por astrónomos brasileños –basada en un detallado análisis de su luz– reveló que los principales rasgos del identikit de la estrella (entre ellos, su luminosidad, temperatura y masa) eran prácticamente iguales a los del Sol. Ahora, ocho años más tarde, las infalibles redes de la astronomía han rescatado del anonimato a otra criatura tan o más parecida a nuestra principal luminaria celeste. Incluso, y como veremos, hay sobradas razones para bautizarla como “el gemelo del Sol”.
A principios de este año, y en medio de una cuidadosa y sistemática pesquisa astronómico-detectivesca, un equipo de investigadores estadounidenses, encabezados por Jeremy King (Universidad Clemson, Carolina del Sur), apuntó sus cañones hacia HD 143436, una poco vistosa estrellita de magnitud 8.3 –sólo observable con un largavistas o un pequeño telescopio– perteneciente a la constelación de Serpens, la Serpiente, ubicada a 140 años luz de aquí. En este caso, no se trataba de cualquier cañón, sino del famoso telescopio Keck I, uno de los telescopios más grandes del mundo, instalado en el Observatorio de Mauna Kea, Hawai. Y por si fuera poco, este súper ojo, de 10 metros de diámetro, tiene adosado uno de los espectrógrafos de mayor resolución que existen (los espectrógrafos son los aparatos que sirven para analizar la luz de los astros). Con esta ayudita nada despreciable, King y los suyos “diseccionaron” la luz de HD 143436. Y así pudieron trazar su mejor perfil a la fecha. La gran sorpresa estaba a punto de estallar.
De entrada, los astrónomos sabían que, a grandes rasgos, la estrella era parecida al Sol. Y eso se sabía, básicamente, conociendo su color, distancia y brillo aparente. Pero gracias a la agudeza del Keck y la precisión quirúrgica de su espectrómetro, King y sus colegas pudieron hilar mucho más fino. Y sus curiosos resultados acaban de publicarse en el siempre prestigioso The Astronomical Journal. Veamos. Por empezar, la “magnitud absoluta” de HD 143436 (su luminosidad real, más allá de la aparente, que es producto de la distancia) es de 4.87. Y la del Sol es 4.83. Casi calcada. Su temperatura es de 5768°K (5495°C), contra los 5777°K (5504°C). Otro calco. Sobre estos datos, los científicos calcularon un dato fundamental: la masa de la estrella es idéntica, o a lo sumo un 1% mayor o menor a la solar. Y lo mismo con respecto a su diámetro: ambas estrellas miden cerca de 1,4 millón de kilómetros. También comparten la misma proporción de hierro en sus composiciones químicas, un dato que tiene que ver, por ejemplo, con la chance de albergar planetas sólidos a su alrededor, todo un tema. Pero al igual que los gemelos, siempre hay un pequeño margen para la diferencia: más allá de su aspecto, HD 143436 parece ser más joven que el Sol, unos 3800 millones de años contra 4600 millones. Además, hay algunos sutiles matices químicos que surgen a partir del análisis espectral (como la mayor presencia de litio 6 y la menor cantidad de oxígeno). Fuera de eso, King y sus colegas son bien claros: “HD 143436 es una gran candidata a ser bautizada como una estrella gemela del Sol”.
Para el final, dos curiosidades. Todavía no se han descubierto planetas en torno al gemelo del Sol. Pero su extrema semejanza, lógicamente, ya la ha convertido en un blanco de futuras pesquisas. Al fin de cuentas, salvo contadas excepciones, los más de 160 planetas extrasolares conocidos pertenecen a estrellas más o menos parecidas a la nuestra. Segundo y último: si efectivamente hubiese mundos orbitando a HD 143436, en sus cielos, contemplados o no por ojos inteligentes, la constelación de Erídano tendría una muy pálida estrella amarilla “extra”, una que no figura en los mapas celestes de la Tierra: el Sol.
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