Sáb 31.12.2005
futuro

Un sabio con s minúscula

› Por Pablo Capanna

En el Ensayo sobre el hombre, que Pope escribió cuando Newton ya no estaba, las inteligencias cósmicas se asombraban de que este planeta de simios hubiera engendrado semejante genio.

Cuando Einstein aún vivía, se hizo una película donde uno de aquellos extraterrestres aterrizaba aquí sólo para descubrir que la única persona que podía entenderlo era Einstein.

Si el diseño del mito de Newton había corrido por cuenta de gente como Pope o Voltaire, la imagen popular de Einstein fue construida por los medios. Es ésa la que ha quedado en remeras, computadoras y revistas escolares: el genio a quien sólo dos o tres personas podían entender, a quien ignotos profesores bocharon en matemáticas.

Tan desmelenado como los revolucionarios y tan canoso como el mago Merlín, ése era el Einstein mediático. Las universidades lo recibían con bandas de porristas; un pastor puso su imagen en un templo; le ofrecieron la presidencia de Israel y hasta después de muerto siguieron escudriñando su cerebro.

Por supuesto, después de la mitificación vinieron las biografías no autorizadas; le echaron en cara la bomba de Hiroshima y las trastadas que le hizo a su primera esposa Mileva. El sabio de los medios se redujo a una estatura humana, pero lo cierto es que, a lo largo de un siglo, los físicos no pudieron refutarlo. De hecho, el Einstein real no nació con la figura de un abuelo sabio. En 1905, cuando publicó aquellos tres trabajos que cambiarían al mundo, cualquiera hubiera dicho que parecía un empleado de la Oficina de Patentes.

Es común presentar a Einstein como un puro (e incomprensible) teórico, pero sus intereses eran tan variados que alguna vez llegó a patentar un sistema de refrigeración. Es cierto que acabó con el espacio y el tiempo absolutos y que liberó la energía nuclear. Pero no hay que olvidar todo lo que le deben la electrónica, la informática y hasta la biología molecular que nos rodean.

Einstein fue un realista, en sentido clásico. Al igual que Newton asumió el panteísmo como filosofía y más allá de sus bromas sobre un dios refinado aunque no cruel, que no juega a los dados, sentía un sincero asombro ante “el misterio de la vida”.

Más allá del mito y su enorme proyección sobre la física, se diría que era bastante sabio, aunque sea con minúscula. Por supuesto, no hay que endiosar a nadie, pero diría que Einstein tenía más derecho al mito que un Maradona.

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