Sáb 15.04.2006
futuro

NOTA DE TAPA

El mono que piensa

› Por Ernst Mayr

Cada período en la historia de los seres humanos civilizados estuvo dominado por un conjunto definido de ideas o ideologías. Esto es tan válido para los antiguos griegos como para el cristianismo, el Renacimiento, la revolución científica, la Ilustración y los tiempos actuales. Constituye una cuestión del mayor interés la pregunta por la fuente de las ideas dominantes de la era presente. También se puede hacer esta pregunta en términos diferentes. Por ejemplo, ¿cuáles libros han tenido mayor impacto sobre el pensamiento contemporáneo? Inevitablemente, la Biblia tendría que mencionarse en primer lugar. Antes de 1989, cuando se declaró la bancarrota del marxismo, El capital de Karl Marx hubiera ocupado un claro segundo puesto, y ejerce todavía un influjo dominante en muchas partes del mundo. Sigmund Freud ha experimentado altibajos en su influencia. El biógrafo de Albert Einstein, Abraham Pais, manifestó la excesiva pretensión de que las teorías del físico “han cambiado profundamente el modo como los hombres y mujeres actuales piensan acerca de los fenómenos de la naturaleza inanimada”. No había acabado de publicarlo, no obstante, cuando Pais reconoció su exageración. “En realidad sería mejor decir ‘los científicos actuales’ que ‘los hombres y mujeres actuales’”, escribió, porque se necesita estar versado en el estilo de pensamiento fisicalista y en técnicas matemáticas para poder apreciar las contribuciones de Einstein. En realidad, dudo que alguno de los grandes descubrimientos de la física en la década de 1920 haya tenido cualquier tipo de influencia sobre las concepciones de la gente promedio. La situación, sin embargo, es diferente con respecto a El origen de las especies (1859) de Darwin. Ningún otro libro, salvo la Biblia, ha hecho tanto impacto sobre el pensamiento actual. Espero poder demostrar que esta evaluación se justifica no sólo porque Darwin, más que cualquier otro, fue responsable de la aceptación de una explicación laica del mundo, sino también porque revolucionó las ideas acerca de la naturaleza de este mundo en una sorprendente cantidad de maneras.

La primera revolucion darwiniana

Antes de Darwin la concepción del mundo estaba dominada por la física. Si bien la naturaleza viviente, desde Buffon en adelante, ocupó un lugar de importancia creciente en el pensamiento de los filósofos, no pudo organizarse adecuadamente hasta que la biología se convirtió en una rama reconocida de la ciencia. Y esto no sucedió hasta mediados del siglo XIX. Se precisaba una previa aceptación de ideas enteramente nuevas, provenientes de la biología, y ni la ciencia establecida ni la filosofía estaban listas para admitirlas. Su aceptación requería una revolución ideológica. Y ésta, como finalmente resultó, fue en realidad una revolución radical. Requirió mayores –y más profundas– modificaciones de la visión del mundo de la persona promedio que las que habían tenido lugar en los siglos precedentes. Es habitual que esto se pase por alto porque tradicionalmente se considera a Darwin sólo un evolucionista. Sin duda lo era, y en efecto fue él quien fundó la ciencia laica. En la década de 1860, el marbete “darwinista” describía a alguien que rechazaba el origen sobrenatural del mundo y de sus cambios. No requería una aceptación de la selección natural. La introducción de la ciencia laica constituyó la primera revolución darwiniana.

Las contribuciones de Darwin a un nuevo Zeitgeist

Al reemplazar la ciencia divina por la laica, Darwin revolucionó profundamente las ideas del siglo XIX. Pero su impacto no se limitó a la evolución y a las consecuencias del pensamiento evolucionista, incluidas la evolución ramificada (ascendencia común) y la posición de los seres humanos en el universo (descendencia de los primates); también entrañó una serie completa de ideologías nuevas. Eran, en parte, refutaciones de conceptos venerables tales como el de teleología, y en parte, la introducción de conceptos enteramente nuevos, como el de biopoblación. En conjunto, produjeron una real conmoción revolucionaria en el pensamiento de los seres humanos actuales.

La evolución constituye un fenómeno tan obvio para cualquier estudioso de la naturaleza que su rechazo casi universal hasta mediados del siglo XIX es algo enigmático. Como dijo con razón el genetista Dobzhansky, “nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”, lo cual es seguramente correcto para toda la biología no funcional. Por cierto, hubo quienes propusieron la evolución antes de Darwin –Buffon e incluso Jean Baptiste Lamarck con su teoría bien desarrollada– pero todavía en 1859 la totalidad de los legos y casi todos los naturalistas y filósofos aún aceptaban un mundo estable y constante.

Con la evolución mirando a todos en la cara, ¿por qué sin embargo resultó, en general, tan inaceptable hasta 1859? ¿Qué fue lo que impidió la aceptación de lo aparentemente obvio?

Mi conclusión meditada es que ciertas ideologías y conceptos fundamentales, componentes del Zeitgeist de principios del siglo XIX, fueron los que impidieron una admisión más temprana del evolucionismo.

Ciencia secular

Una aceptación literal de cada palabra de la Biblia constituía el enfoque estándar de cada cristiano ortodoxo a principios del siglo XIX. Todo en este mundo, tal como se lo ve, había sido creado por Dios. La teología natural agregaba la convicción de que, en el momento de la Creación, Dios había instituido también una serie de leyes que seguiría manteniendo la adaptación perfecta de un mundo bien diseñado. Darwin desafió los tres componentes principales de esta creencia. Sostuvo que el mundo evoluciona en lugar de mantenerse constante; que las especies nuevas derivan de ancestros comunes; y que la adaptación de cada especie se halla regulada en forma continua por la selección natural. En las teorías de Darwin no se precisa la interferencia divina o la acción de fuerzas sobrenaturales en todo el proceso de evolución. La propuesta revolucionaria de Darwin fue reemplazar el mundo controlado de manera divina por uno estrictamente secular, gobernado por leyes naturales.

Resulta asombroso que la propuesta darwiniana de un mundo en evolución a partir de ancestros comunes fuese aceptada desde 1859 casi inmediatamente por la mayoría de los naturalistas y filósofos. Casi de un día para otro, la evolución se había tornado una idea aceptable, aunque la polémica acerca de sus causas continuó durante otros ochenta años. El propio Darwin fue en gran parte responsable de la rapidez de este cambio debido al abrumador conjunto de pruebas de la evolución que presentaba El origen. En realidad, había hecho aun más. Presentó unos cincuenta o sesenta fenómenos biológicos fácilmente explicables mediante la selección natural pero muy reacios a cualquier explicación por la creación especial, e igualmente inexplicables para el así llamado diseño inteligente.

La ascendencia comun y la posicion de los seres humanos

La teoría de Darwin sobre la ascendencia común fue aceptada con tanta rapidez porque aportaba una explicación para la jerarquía de los tipos de organismos según Linneo, y para los descubrimientos de los anatomistas comparativos. La teoría de la ascendencia común, sin embargo, también llevó a una conclusión difícilmente digerible para la mayoría de los contemporáneos victorianos de Darwin. Postulaba que los ancestros de los seres humanos eran monos. Si los seres humanos habían descendido de monos, entonces no se hallaban fuera del resto del mundo viviente sino que eran en realidad parte de él. Esto marcaba el final de cualquier filosofía estrictamente antropomórfica. Si bien Darwin no cuestionó las características singulares del Homo sapiens, desde una perspectiva zoológica los seres humanos son sólo monos que han evolucionado en forma especial. De hecho, todas las investigaciones modernas han revelado la increíble similitud entre los seres humanos y los chimpancés. El hombre comparte con ellos el 98% de sus genes, y muchas de sus proteínas –por ejemplo, la hemoglobina– son idénticas. Se ha vuelto evidente en los últimos años que, en un estudio filosófico de los seres humanos que trate de cuestiones tales como la naturaleza de la conciencia, la inteligencia y el altruismo humanos, ya no se puede ignorar el origen de estas capacidades humanas en nuestros ancestros antropoides.

Esto es verdad aunque, mediante la evolución, la humanidad haya adquirido muchas características y facultades únicas.

Pensamiento poblacional

Iré ahora directamente a un análisis de los fundamentos filosóficos de las teorías de Darwin. Con la evolución como algo tan obvio para cualquier estudioso de la naturaleza viviente, ¿por qué insumió tanto tiempo el que este hecho evidente se tornase aceptable? Veré esto en un caso determinado. El concepto darwiniano más original e importante fue el de la selección natural. ¿Por qué se mostraron no sólo los filósofos sino incluso la mayoría de los biólogos tan hostiles a esta teoría durante tanto tiempo? Sostengo que el marco conceptual del período precedente y, en especial, la aceptación casi universal del pensamiento tipológico –lo que Popper llamaba esencialismo– fue responsable de este retraso. Esta clase de pensamiento fue introducida en la filosofía por Platón y los pitagóricos, quienes postularon que el mundo consistía en una cantidad limitada de clases de entidades (eide), que únicamente el tipo (esencia) de cada una de esas clases de objetos poseía realidad, y que todas las aparentes variaciones de estos tipos eran inmateriales e irrelevantes. Se consideraba que los tipos platónicos (o eide) eran constantes, intemporales, y cada uno claramente diferenciado de los demás. Ese pensamiento tipológico fue adoptado de manera universal por los científicos físicos porque todas las entidades fundamentales de la materia, tales como las partículas nucleares y los elementos químicos, están de hecho constante y netamente diferenciadas entre sí.

Darwin rechazó esa descripción para la diversidad orgánica. En lugar de ella, introdujo un modo de pensamiento que actualmente se denomina “pensamiento poblacional”. En una biopoblación no hay dos individuos, ni siquiera dos mellizos idénticos, que sean realmente idénticos. Esto es válido hasta para los seis mil millones de individuos de la especie humana. Es esta variación entre individuos singularmente diferentes lo que tiene realidad, mientras que el valor medio estadístico calculado de esta variación constituye una abstracción. Este enfoque era un concepto filosófico totalmente nuevo, crucial para la comprensión de la teoría de la selección natural. La novedad de este concepto quedaba destacada cuando el propio Darwin a veces recaía en el pensamiento tipológico. Fue por esta razón que no pudo resolver el problema del origen de nuevas especies.

El pensamiento poblacional posee enorme importancia para la vida diaria. Por ejemplo, el no aplicarlo constituye la principal fuente del racismo. Muchos de los asociados de Darwin, como Charles Lyell y T. H. Huxley, nunca adoptaron el pensamiento poblacional y siguieron siendo tipologistas por el resto de sus vidas. En consecuencia no pudieron entender y aceptar la selección natural. El pensamiento tipológico se hallaba tan firmementearraigado en aquella época que no cabe sorprenderse de que haya habido que esperar ochenta años, hasta la década de 1930, para que el concepto de selección natural fuese finalmente adoptado en forma universal por los evolucionistas.

El programa genético

Fue Darwin quien aportó el concepto de biopoblación, una de las diferencias fundamentales entre el mundo vivo y el inanimado. Otro concepto igualmente exclusivo del mundo viviente, el de programa genético, no pudo concebirse hasta que la citología, la genética y la biología molecular maduraran. Es responsable de la causación dual de todas las actividades de y en los organismos vivientes.

Quizá la más profunda diferencia entre el mundo inanimado del físico y el mundo animado del biólogo sea la causación dual de todos los organismos. La totalidad y cada cosa que tienen lugar en el mundo físico se hallan controladas exclusivamente por las leyes naturales: la gravitación, las leyes de la termodinámica y muchas otras descubiertas por las ciencias físicas. Esas leyes describen las propiedades de toda la materia; incluso los organismos vivientes y sus partes, en tanto son materiales, están tan sometidos a ellas como la materia inanimada. Las leyes de las ciencias físicas resultan particularmente evidentes en el estudio de la vida en los niveles celular y molecular. La formación de teorías en fisiología se basa en forma casi exclusiva en leyes naturales. Sin embargo, los organismos se hallan también sometidos a un segundo conjunto de factores causales, la información provista por sus programas genéticos. No existe actividad, movimiento o conducta de un organismo que no esté influida por el programa genético. Este programa, que consiste en el genotipo de cada individuo viviente, es producto de miles de millones de años de selección natural en cada generación. Las leyes estructurales y los mensajes del programa genético funcionan en forma simultánea y en armonía, pero los programas genéticos sólo aparecen en los organismos vivientes. Aportan una línea de demarcación absoluta entre el mundo inanimado y el viviente.

Los naturalistas, por supuesto, han sido conscientes de esta diferencia fundamental durante miles de años, pero su explicación de la misma no era válida. Ellos trataban de atribuir la vida a la fuerza oculta del vitalismo, cierta vis vitalis, pero finalmente fue posible determinar que tal fuerza no existe. Darwin no era vitalista, pero no pudo explicar la vida. Esto se tornó factible recién en el siglo XX merced a los descubrimientos de la citología, la genética y la biología molecular. Al fin las ciencias suministraron una explicación naturalística de la vida.

Finalismo

Quiero ahora referirme a otro concepto dominante en filosofía durante la primera mitad del siglo XIX. Cuando el filósofo Immanuel Kant, en su Crítica del juicio (1790), trató de desarrollar una filosofía de la biología basándose en la filosofía fisicalista de Newton, fracasó en forma desconcertante. Finalmente concluyó que la biología es diferente de las ciencias físicas y que se debe encontrar algún factor filosófico no empleado por Newton. De hecho, pensó que había encontrado ese factor en la cuarta causa de Aristóteles, la causa final (teleología). Y por eso Kant atribuyó a la teleología no sólo el cambio evolutivo (que no fue realmente reconocido por él como tal), sino también todo asunto biológico que no podía explicar mediante las leyes newtonianas. Esto tuvo un efecto más bien desfavorable sobre la filosofía alemana del siglo XIX, porque una confianza en la teleología, carente de sustento real, desempeñó un papel importante en las filosofías de todos los seguidores de Kant.

El gran logro de Darwin fue ser capaz de explicar por la selección natural todos los fenómenos para los cuales Kant había considerado necesario invocar la teleología. El gran filósofo estadounidense Willard Van Ormond Quine, en una charla que tuve con él cerca de un año antes de que falleciese, me dijo que el más grande logro filosófico de Darwin era la refutación de la causa final de Aristóteles. El proceso puramente automático de la selección natural, que produce abundantes variaciones en cada generación, siempre descartando a los individuos inferiores y favoreciendo a los mejor adaptados, puede explicar todos los procesos y fenómenos que, antes de 1859, sólo podían explicarse mediante la teleología. Actualmente todavía se reconocen cuatro fenómenos o procesos teleológicos en la naturaleza, pero todos pueden ser explicados por las leyes de la química y de la física, en tanto que una teleología cósmica, como la aceptada por Kant, no existe.

El papel del azar

El determinismo constituyó una filosofía dominante antes de Darwin. Laplace se había jactado de que, si pudiese conocer la ubicación y el movimiento de cada objeto en el universo, entonces podría predecir cada detalle de la historia futura del mundo. En esta filosofía no había lugar para el azar o el accidente. Darwin también acató formalmente este determinismo.

Aceptó la creencia establecida en ese período según la cual cada proceso aleatorio en el universo tenía una causa. Pero las leyes newtonianas de la física no eran suficientes para explicar la variación genética. De modo que Darwin hizo uso del principio, por entonces universalmente aceptado, de la herencia de los caracteres adquiridos. Los animales domésticos, dijo, son más variables que los silvestres porque tienen una dieta más rica, y los cambios así producidos son heredados. Para él todas las mutaciones eran resultado de una causa observable. No fue hasta la década de 1890 que el concepto de mutaciones espontáneas fue introducido en biología por De Vries.

La variación darwiniana, al no basarse en las leyes newtonianas, no resultaba aceptable para los filósofos de la época. Esas variaciones se consideraban fenómenos fortuitos o accidentes. El físico y filósofo Herschel se refirió de manera despectiva a la selección natural como la ley del revoltijo. No estaba solo en esta crítica: Sedgwick, el geólogo de Cambridge y otros críticos censuraron a Darwin por invocar el azar como factor evolutivo. Una y otra vez se le preguntó a Darwin: ¿cómo puede usted creer que un órgano tan perfecto como el ojo puede haberse originado por azar? Aún se carece de un análisis exhaustivo de la historia de la aceptación gradual del azar en la explicación científica. Ahora que se ha caído en la cuenta de que el azar en la evolución es parte de la naturaleza bigradual, en dos pasos, de la selección natural, los procesos de selección o eliminación durante el segundo paso de la selección natural pueden hacer uso de la contribución positiva hecha por la variación aleatoria en el primer paso.

Por la misma época, mediados del siglo XIX, la importancia del azar fue también descubierta por las ciencias físicas, y el aval de Darwin a ese fenómeno pronto dejó de ser criticado tan severamente. Cuando los autores actuales hablan de variación aleatoria no están negando la existencia de fuerzas causales moleculares, pero sí niegan que tal variación genética constituya una respuesta a las necesidades adaptativas de un organismo. Semejante respuesta nunca ocurre, y la biología molecular ha mostrado que no existe la herencia de los caracteres adquiridos. A pesar de sus incertidumbres, Darwin fue por cierto uno de los grandes pioneros en cuanto a hacer de la naturaleza fortuita de muchos fenómenos biológicos un concepto aceptable.

Leyes

En la filosofía newtoniana de la ciencia las teorías se basaban habitualmente en leyes. Darwin aceptaba en general este enfoque. Y por eso emplea el término ley en forma muy libre en El origen. Denominaba ley a cualquier causa o suceso que parecía tener lugar con algún tipo deregularidad. Sin embargo, estoy bastante de acuerdo con los filósofos actuales que rechazan la legitimidad de referirse a las regularidades evolutivas como leyes, porque estas regularidades no se vinculan con lo básico de la materia como lo hacen las leyes de la física. Se hallan invariablemente restringidas en el espacio y el tiempo, y suelen tener numerosas excepciones. Por eso es que el principio de falsación de Popper no puede usualmente aplicarse en biología evolutiva, porque las excepciones no falsean la validez general de la mayor parte de las regularidades.

Si se concluye que no existen leyes naturales en la biología evolutiva, hay que preguntarse entonces en qué deben basarse las teorías biológicas. En la actualidad, el enfoque ampliamente aceptado es que las teorías de la biología evolutiva se fundan en conceptos más que en leyes, y esta rama de la ciencia posee por cierto abundantes conceptos sobre los cuales basar teorías. Voy a mencionar tan sólo conceptos tales como selección natural, lucha por la vida, competición, biopoblación, adaptación, éxito reproductivo, selección de la hembra y dominio del macho. Admito que algunos de éstos quizá puedan, con un poco de esfuerzo, convertirse en seudoleyes, pero es indiscutible que tales “leyes” son algo muy diferente de las leyes naturales de Newton. Como resultado de esto una filosofía de la física basada en leyes naturales resulta ser algo muy distinto de una filosofía de la biología basada en conceptos.

El propio Darwin no había caído realmente en la cuenta de esta diferencia, si bien fue él, más que cualquier otro, quien introdujo la nueva práctica de formación de teorías basadas en conceptos y no en leyes naturales.

Tiempo

El método más ampliamente usado en las ciencias físicas es el experimento. No obstante, en sus estudios evolutivos Darwin tuvo que amañárselas con un factor que resulta irrelevante en la mayor parte de las ciencias físicas, salvo en la geología y la cosmología: el factor tiempo. No es posible experimentar con sucesos biológicos en el pasado. Fenómenos tales como la extinción de los dinosaurios y todos los otros eventos evolutivos resultan inaccesibles para el método experimental y requieren una metodología enteramente diferente, la de las así llamadas narrativas históricas. En este método se desarrolla un argumento imaginario de sucesos pasados basado en sus consecuencias. Entonces se hace todo tipo de predicciones a partir de este argumento y se determina si se han cumplido. Darwin empleó este método con mucho éxito en sus reconstrucciones biogeográficas. Por ejemplo, ¿cuáles de los antiguos puentes terrestres postulados resultan sustentados por las distribuciones actuales y cuáles no?

Durante mucho tiempo, la importancia del método de las narrativas históricas ha sido pasada por alto por los filósofos. Sin embargo,constituye un método indispensable siempre que se estudian las consecuencias de hechos pasados. Si se considera la productividad de este método, resulta sorprendente cuánto ha sido descuidado por los historiadores de la ciencia. Por ejemplo, ¿en qué medida han usado narrativas históricas autores como Buffon, Linneo, Lamarck y Blumenbach?

En mis escritos me he referido a los fundamentos filosóficos del pensamiento de Darwin, y lo he llamado uno de los más grandes filósofos. Este no es un punto de vista ampliamente aceptado. Aunque fue uno de los más grandes filósofos de todas las épocas, su filosofía de la biología difiere de manera tan fundamental de las filosofías basadas en la lógica, la matemática y las ciencias físicas que su naturaleza filosófica fue tradicionalmente omitida.

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