ASTRONOMIA: LA “LUZ CENICIENTA” DE LA LUNA
› Por Mariano Ribas
Es una de las vistas más cautivantes de la astronomía: unos días antes y después de la Luna Nueva, nuestro satélite se convierte en un arco fino y brillante, que se completa con una muy suave luminosidad grisácea que apenas sugiere el resto de su globo. Ese tímido y fantasmal resplandor es la “luz cenicienta” de la Luna. Y, durante mucho tiempo, fue un completo misterio. Al fin de cuentas, durante esos días el Sol está iluminando mayormente el otro lado de nuestro satélite y no la cara que siempre mira hacia la Tierra. Por lo tanto, debería estar completamente a oscuras. Pero no es así. El resplandor está. Y hace casi cinco siglos, el gran Leonardo Da Vinci descubrió por qué.
Entre tantísimas otras cosas, la curiosidad imparable de Leonardo Da Vinci lo llevó a ocuparse de la Luna. Durante su madurez, hacia 1490, pasó muchas noches observando, dibujando, y tratando de comprender a fondo el fenómeno de las cambiantes fases lunares. Por entonces, todo el mundo sabía que la luz blanca de la Luna no era otra cosa que luz solar reflejada por la superficie selenita. Sin embargo, había una vieja pregunta que, hasta entonces, nadie había podido contestar: ¿qué era esa luz gris que completaba la circunferencia lunar en las fechas cercanas a la Luna Nueva? Leonardo se cargó el desafío al hombro, y no paró hasta resolverlo.
Como casi todos sus contemporáneos, el imbatible genio renacentista estaba convencido de que el Sol y la Luna –al igual que los planetas– giraban alrededor de la Tierra. Claro, Copérnico todavía no había entrado en escena para demoler de una vez y para siempre la larga y pesada herencia de Aristóteles, Ptolomeo y su modelo geocéntrico. Da Vinci también creía que la Luna estaba hecha de cristal y alabastro. A contramano de la opinión general, él pensaba que sus zonas oscuras eran continentes, y sus zonas blancas enormes océanos de agua líquida, que reflejaban la luz solar. Y a pesar de todas esas muy perdonables confusiones (producto del estado del conocimiento astronómico de su tiempo), Leonardo pudo explicar la siempre bonita “luz cenicienta”.
A diferencia de los astrónomos más ortodoxos de su época, enfrascados especialmente en el estudio de los movimientos y las posiciones de los planetas, Leonardo apuntó los cañones, más que nada, a las relaciones geométricas entre el Sol, la Tierra y la Luna. Y lo más jugoso al respecto, aparece en su célebre Codex Leicester: allí aparecen prolijos dibujos, esquemas e interpretaciones sobre las posiciones relativas de los tres astros. Y sobre esa base, resolvió viejo enigma lunar: la luz cenicienta proviene de la Tierra. Y no porque nuestro planeta emita luz, sino simplemente porque actúa como un espejo que refleja la luz que recibe del Sol. Y como bien dedujo Leonardo, parte de ese reflejo incide sobre las regiones lunares donde es de noche, iluminándolas delicadamente (todos conocemos el caso inverso: la Luna Llena también ilumina débilmente las noches terrestres). Por último, decía Leonardo, nuestro satélite también funciona como una suerte de espejo, porque refleja parte de la luz que, a su vez, ha recibido desde la Tierra. En sus propias palabras: “Algunos han creído que la Luna tenía alguna luz por sí misma, pero esta opinión es falsa; ese brillo que se observa entre los cuernos de la Luna Nueva proviene de nuestros océanos y mares que son iluminados por el Sol”.
Así, hacia 1510, Da Vinci había explicado el fenómeno de la “luz cenicienta”. Sin embargo, nunca publicó sus notas astronómicas. Y por eso, su notable descubrimiento científico nunca fue oficialmente reconocido. Esos laureles quedaron en manos de Michael Mastlin, un astrónomo que nació algunas décadas más tarde de la muerte de Leonardo, en 1519. Y a pesar de todo, el pintor, escultor, arquitecto, matemático, ingeniero italiano, también devenido en astrónomo, tuvo su merecidísimo premio: en la Luna hay un cráter con su nombre. Mide 40 kilómetros de diámetro y se ubica a 9 grados de latitud Norte y 45 grados de longitud Este. Allí, entre el Mar de la Fecundidad y el Mar de la Tranquilidad. De hecho, es uno de los poquísimos artistas inmortalizados en un cráter lunar oficialmente nombrado por la Unión Astronómica Internacional (los otros son Bernini, El Greco y Cellini).
Y qué mejor manera de recordar a Leonardo y a sus peripecias astronómicas que salir a contemplar aquella maravillosa vista, la misma que lo cautivó hace quinientos años. A partir del martes, y por varios días más, la Luna en fino creciente, aparecerá colgada en el cielo del anochecer, a baja altura sobre el horizonte del Noroeste. Y preste atención: allí, entre sus cuernos, brillará suavemente el hipnótico “resplandor Da Vinci”. A disfrutarlo.
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