Sáb 29.07.2006
futuro

HISTORIA DE LA CIENCIA: LOS VAIVENES DEL EFECTO INVERNADERO

El cuento de nunca acabar

› Por Esteban Magnani

La reciente llegada de la tormenta tropical Alberto, una más de las que vienen revoloteando por el planeta, ha despertado una vez más el interés por el efecto invernadero, una de las posibles causas de lo que parece un aumento en frecuencia e intensidad de este tipo de fenómenos. Las voces se levantan para asegurar que nunca se llegó a los niveles actuales de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y lo acusan de ser la causa de los desequilibrios climáticos. En realidad, si bien lo segundo puede ser cierto, lo primero sin duda no lo es. Bastante antes de lo que pueda recordar el más memorioso, había mucho más CO2 que el que hoy cubre el planeta como una manta.

Así es: la historia remota de la atmósfera terrestre da lugar a uno de esos cuentos circulares e irónicos que tanto gusto dan a la literatura. El relato, según narran los científicos, comenzaría en una Tierra ardiente, formada por polvo cósmico que empezó a amontonarse en este rincón del Universo hace unos 4500 millones de años. Quinientos millones de años después se desarrolló una atmósfera, con gases nobles (argón, kriptón, xenón, etc.) que surgían de la superficie gracias al hervor constante del manto, que permitía a los elementos más ligeros separarse y ascender. También había sulfuro e hidrógeno surgidos de los volcanes y probablemente combinados en ácido sulfhídrico (que tiene olor a huevo podrido), por lo que la Tierra originaria no debe haber sido un lugar muy agradable para respirar.

En esa atmósfera primigenia, el CO2 debe haber generado un tremendo efecto invernadero. Es que este gas permite el ingreso de los rayos solares pero no permite su salida, por lo que se acumula el calor. Extrañamente (al menos, desde nuestra perspectiva), se cree que el efecto invernadero sirvió para mantener al planeta caliente hace millones de años, cuando el Sol aún no brillaba con la intensidad actual. Luego, el dióxido de carbono disminuyó y, por lo tanto, lo mismo hizo el efecto invernadero; pero el Sol ya era más potente y equilibró la temperatura para mantener caliente la superficie del planeta y la vida.

La psicósis del oxígeno

El CO2 no sólo ayudó al desarrollo de la vida al mantener la temperatura, sino que también ayudó a neutralizar el oxígeno que lo forma para que no destruyera las primeras células vivas. Es que el oxígeno es una especie de Dr. Jekill y Mr. Hyde: su reactividad lujuriosa lo empuja a acoplarse con casi cualquier cosa que ande cerca y a cambiarle sus características químicas. Tan destructivo puede ser que de haber existido hace 3800 millones de años, cuando se cree que surgió la vida, difícilmente le hubiera permitido iniciar su largo camino. Por otro lado, la mayor parte de la vida animal lo utiliza como poderosa fuente de energía, sin la cual no se podría vivir. Por suerte, el oxígeno sólo apareció, se cree, hace unos 2 mil millones de años, cuando las primeras formas de vida ya estabansuficientemente desarrolladas como para protegerse de su aparición e incluso, eventualmente, aprovecharla en la respiración.

El oxígeno, que hoy representa el 21 por ciento de la atmósfera y está mezclado con mucha de la materia que vemos alrededor (el ejemplo más obvio es un metal oxidado), logró separarse del CO2 gracias a, al menos, dos procesos. El primero es la radiación ultravioleta de los rayos solares que separa las moléculas de agua en hidrógeno y oxígeno, que normalmente se vuelven a juntar al instante siguiente. La única forma de que eso no ocurra es que se separen apenas pierdan contacto: eso sucede en las capas superiores de la atmósfera en donde el hidrógeno, por ser más liviano, se pierde en el espacio, mientras que el oxígeno se acumula muy lentamente. Este proceso tiene un límite claro que es la formación de una capa de ozono (O3) con el oxígeno liberado que, justamente, impide el paso de las radiaciones ultravioletas.

El otro proceso, que es el principal responsable de la presencia de oxígeno en la atmósfera, es la vieja y conocida fotosíntesis. A grandes rasgos, durante la fotosíntesis los rayos solares hacen que el dióxido de carbono y el agua se recombinen en oxígeno libre (O2) y materia orgánica (CH2O). De esta manera la vida vegetal libera oxígeno que en parte es utilizado por la respiración, se une a sustancias como el humus, la turba o simplemente forma parte de la materia de los seres vivos, como el amable lector, que de esta manera contribuye humildemente a reducir el CO2 atmosférico. Una vez satisfechas todas esas necesidades de oxígeno, lo que “sobra” se acumula en la atmósfera.

Obviamente una vez que la vida deja de “utilizar” el carbono a causa de la descomposición, éste debería unirse desesperadamente con el oxígeno devolviendo todo al punto cero. Pero no es así, porque parte de esa materia queda cubierta y fuera de contacto con el oxígeno en cantidades enormes, como pueden demostrar los grandes depósitos de carbón o petróleo que yacen bajo la superficie del planeta. Si todo ese carbono se liberara y se uniera nuevamente con el oxígeno, se volvería a la proporción originaria.

El efecto invernadero originario

Tras millones de años de un equilibrio saludable, el sistema parece estar en riesgo. El círculo parece estar cerrándose en el punto de inicio, gracias a que el hombre, al consumir constantemente el carbono acumulado en los combustibles, permite que éste se vuelva a unir al oxígeno, lo que acerca al planeta al efecto invernadero de hace 4000 millones de años y pone en peligro la vida (o al menos a parte de ella) a la que tanto le costó sobrevivir y evolucionar todos estos eones. El remate de este cuento con final abierto termina con el asesino viajando hacia la atmósfera originaria en una máquina del tiempo que, por cierto, funciona a base de combustible fósil.

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