Sáb 18.11.2006
futuro

GEOLOGIA PLANETARIA: DETECTAN POSIBLES INDICIOS DE ACTIVIDAD GEOLOGICA

Los suspiros de la Luna

› Por Mariano Ribas

Al fin de cuentas, parece que, geológicamente hablando, la vieja y querida Luna no está tan muerta como se creía. O al menos, no lo estaba hasta hace unos pocos millones de años. Durante las últimas décadas, varios reportes de astrónomos amateur ya daban cuenta de extrañas y pequeñas “nubecitas” que parecían brotar de lugares muy específicos de la superficie lunar. Y las asociaban a un posible aunque modestísimo vulcanismo. Pero vulcanismo al fin. Sin embargo, esas observaciones nunca fueron tomadas muy en serio por los profesionales, probablemente por la muy asentada idea de que, desde hace miles de millones de años, nuestro satélite era un cuerpo inerte, aburrido, carente de toda actividad geológica. Y bien, un nuevo estudio, a manos de geólogos estadounidenses, enciende una fuerte luz de esperanza: las muy peculiares características de una pequeña formación selenita delatarían una reciente emisión de gases, desde las entrañas lunares hacia el exterior. E incluso, terremotos. Y no sería la única evidencia. Tímidamente, la Luna todavía podría estar suspirando.

EL MISTERIO DE INA

En la zona de Lacus Felicitatis, ubicada a unos 20° de latitud Norte, existe una curiosa y brillante marca en forma de “D”. Se llama “Ina”, mide 3 x 2 km, y como veremos, luce muy joven (geológicamente hablando, claro). Los primeros que vieron a Ina fueron los astronautas del Apolo 16, allá por 1972. Y desde entonces, la zona fue blanco de la curiosidad de los astrónomos, y más especialmente, de sus primos, los geólogos planetarios. No es raro, entonces, que la buena nueva venga justamente de ese lado.

Así es: desde hace varios años, y financiados por la NASA, los geólogos Peter Schultz, Carlé Pieters (Universidad Brown) y Matthew Staid (Instituto de Ciencia Planetaria) vienen buscando, con sumo cuidado, posibles evidencias de reciente (y eventualmente, actual) actividad geológica en la Luna. Especialmente, signos de vulcanismo. Y lógicamente, uno de sus blancos favoritos ha sido la zona de Ina. Schultz y compañía han estudiado fotografías de la era Apolo, y también las imágenes y los estudios espectroscópicos obtenidos por la sonda-robot Clementine a mediados de los años ‘90. Sobre esa base, más algunas observaciones complementarias, el trío de investigadores lunares ha obtenido tres sólidas pistas que encajan entre sí, y apuntan en una misma y sorprendente dirección.

LAS TRES PISTAS

Veamos: por empezar, la región muestra bordes demasiado filosos en comparación con casi todos los demás accidentes lunares. “Ina no debería durar así mucho tiempo, al contrario, sus bordes deberían destruirse en unos 50 millones de años”, dice Schultz. Si bien es cierto que en la Luna no hay atmósfera, ni vientos, ni lluvias, ni ningún otro factor erosivo, sí existe, en cambio, la llamada “erosión espacial”. No es otra cosa que el continuo bombardeo de micrometeoritos y rayos cósmicos que pegan sin piedad contra la superficie lunar, dañando y “puliendo” continuamente el relieve lunar. Ina luce bastante intacta, y eso es raro.

La segunda pista es la notable escasez de cráteres de impacto. Una vieja regla de la geología planetaria (o lunar) dice que cuanto más vieja es una superficie, más “cratereada” está. Curiosamente, Ina está casi desprovista de cráteres: “En su superficie de 8 kilómetros cuadrados sólo encontramos dos de más de 30 metros”, cuenta Schultz. Poca erosión espacial y pocos cráteres. Teniendo en cuenta este punto y también lo observado en otras regiones de la Luna, las dos primeras pistas delatan la juventud geológica de la “D” selenita: no más de 2 millones de años. Pero falta la tercera: Ina es extremadamente brillante, muestra poco polvo superficial, y las huellas espectrales de los materiales de su superficie (como el basalto de titanio) coinciden con las de cráteres muy frescos. La “erosión espacial” no ha tenido tiempo de ensuciar y oscurecer la zona. Según los científicos norteamericanos, existe una explicación única y sencilla para justificar todo lo observado en Ina. Una idea osada, sí, pero muy razonable.

GASES Y TERREMOTOS

Y es ésta: en épocas recientes, Ina ha sufrido un escape de gases subterráneos (tal vez, dióxido de carbono, metano, u otros). “Esos gases ‘soplaron’ los depósitos de roca y polvo de la superficie, exponiendo materiales menos erosionados”, dice Schultz. El fenómeno rejuveneció la zona, dándole ese aspecto tan inusual. Sin embargo, no se trataría de una erupción de magma (rocas fundidas), porque ese proceso hubiese dejado chorros de materiales eyectados claramente visibles, como rayos rodeando un cráter central. Y no hay nada de eso. Gases liberados, ni más ni menos. Pero, ¿por qué? Según estos expertos (que acaban de publicar sus conclusiones en Nature), esos gases estuvieron atrapados en el subsuelo lunar durante muchísimo tiempo. Pero de pronto, escaparon al exterior por culpa de un terremoto lunar, ocurrido hace 1 o 2 millones de años. O tal vez, mucho menos tiempo. La idea no sólo es atractiva, sino que se ve fortalecida por dos detalles nada menores: uno, Ina está ubicada en el cruce de unos valles lineales (conocidos como “rilles”), y eso es lo mismo que ocurre aquí en la Tierra con ciertas zonas geológicamente activas. Dos, en ese mismo sistema de “rilles” han detectado otras cuatro “parches” similares a Ina. Y lo mismo en otros sistemas vecinos. Marcas sugerentes, y terrenos jóvenes con pocos cráteres. Escapes de gas y terremotos recientes: Schultz y los suyos parecen desafiar abiertamente el modelo clásico de una Luna muerta hace 3 mil millones de años. Y sin temor alguno, hasta sugieren que esos eventos, aunque en forma aislada, podrían estar pasando aún hoy.

A MIRAR LA LUNA

Ante todo este panorama, paradójicamente, los menos sorprendidos tal vez sean los astrónomos amateur, que, a diferencia de los profesionales, son los que más tiempo se la pasan pegados a sus telescopios. “Desde hace muchos años, los observadores aficionados han reportado flashes de luz y pequeñas emanaciones nubosas en la superficie lunar, pero los profesionales siempre insistieron en que la Luna no tenía actividad geológica”, reconoce el propio Schultz. Más allá de estos nuevos y sólidos indicios, de aquí en más, sólo hay un camino a recorrer: seguir mirando. El geólogo norteamericano es claro, e invita a sumar fuerzas: “Probablemente nuestro satélite no esté muerto después de todo, pero para estar bien seguros, lo ideal sería una campaña coordinada de observación entre astrónomos profesionales y amateur”. A mirar la Luna, pues: quizás, muy a su modo, todavía siga suspirando.

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