Sáb 25.11.2006
futuro

NOTA DE TAPA: HIPERTELESCOPIOS

Ver más allá de lo evidente

Desde que Galileo enfocó su telescopio al cielo en enero de 1610 y pispeó los cráteres de la luna, los satélites de Júpiter, la sombra de Neptuno y el esqueleto mismo de la Vía Láctea, estas poderosas máquinas que extienden la visión humana más allá de sus narices no hicieron más que crecer: en tan sólo 400 años, evolucionaron indefinidamente, convirtiéndose en bestiales piezas ingenieriles del tamaño de edificios capaces de buscar fácilmente, y en forma directa, planetas alrededor de otras estrellas, estudiar sus atmósferas (y eventuales señales de vida), observar con mayor lujo de detalles las entrañas de las nebulosas, detectar mejor los efectos de los agujeros negros y así aminorar el silencio visual característico del universo.

› Por Mariano Ribas

Galileo jamás lo hubiese imaginado: en sólo 400 años, sus pequeños y rudimentarios telescopios se han convertido en máquinas colosales del tamaño de pequeños edificios. Instrumentos de cientos de toneladas, equipados con espejos de 5, 8 y hasta 10 metros de diámetro. Súper ojos capaces de ver detalles muy finos en los planetas vecinos, y en los grandes cúmulos de estrellas y nebulosas de nuestra Vía Láctea. O de animarse al vértigo de los grandes abismos del universo, para delinear la delicada silueta espiralada de otras galaxias, situadas a distancias de decenas, cientos o miles de millones de años luz. En estos cuatro siglos –mucho a escala humana, nada a escala cósmica–, los telescopios no han hecho otra cosa que crecer, alimentados por esa curiosidad que siempre nos definió como especie. Ese impulso por ver más, mejor, y más lejos ya no puede detenerse. No debe detenerse. Y justamente, montados sobre esa ola viajan una serie de sueños telescópicos de proporciones astronómicas (como no podía ser de otra manera). Proyectos alucinantes etiquetados con extrañas siglas, y que, ansiosos, esperan su turno para pisar el terreno de la realidad. Son los “hipertelescopios” que durante las próximas décadas elevarán al cielo sus penetrantes miradas, sondeando al universo como nunca antes. Para entenderlo, para descifrarlo, y por qué no, para disfrutarlo. Acá va una mirada a los GMT, TMT, XLT y al OWL, los sueños más grandes de la astronomía del futuro.

LOS GIGANTES DE HOY

Vamos de menor a mayor. Aunque, como veremos un poco más adelante, el menor de la lista ya dejará en pañales a los más grandes monstruos ópticos de la actualidad. Hoy en día, los telescopios más potentes del mundo son los gemelos Keck I y II, situados en la cima del volcán Mauna Kea, en Hawai. Los Keck son dos moles de 400 toneladas, tan grandes como un edificio de seis o siete pisos. Y están equipados, cada uno, con un espejo de 10 metros de diámetro (que en realidad, no son piezas únicas, sino que están formadas por montones de hexágonos más pequeños). El resto es una sofisticada batería de cámaras digitales, espectroscopios e instrumentos varios, todo montado sobre unas impresionantes estructuras metálicas. Con semejantes “ojos”, los Keck son tan sensibles a la luz, que podrían ver la llamita de una vela en la superficie de la Luna. Y de hecho, ven galaxias en los bordes mismos del universo observable, a 12 o 13 mil millones de años luz de la Tierra.

Un poco más atrás vienen los telescopios “clase 8 metros”, como los multinacionales Gemini Norte y Sur, el muy japonés Subaru, o los cuatro que forman el impresionante VLT (Very Large Telescope), una maravilla europea instalada en el Norte de Chile. De por sí, todos estos “súper telescopios” ya son verdaderas maravillas óptico-electro-mecánicas. Y han revolucionado nuestra visión del universo, prácticamente al mismo nivel que, desde la órbita terrestre, el Telescopio Espacial Hubble. Sin embargo, los astrónomos quieren más. Y por eso, ya no se conforman con los “súper”, sino que ya apuestan a los “híper”.

MAGALLANES Y SUS 7 ESPEJOS

Empecemos por el más “pequeñín” del futurístico lote: el Telescopio Gigante Magallanes, más conocido como GMT, su sigla en inglés. Es un proyecto de varias universidades estadounidenses (entre ellas, las de Harvard, Michigan y Arizona) y la Universidad Nacional Australiana. En pocas palabras, el GMT podría definirse como una inmensa “flor”, formada por siete espejos de 8,4 metros de diámetro: uno al centro y seis a su alrededor. El conjunto tendrá la misma capacidad colectora de luz que un solo espejo de 21 metros de diámetro, algo completamente imposible de construir en una sola pieza (al menos, por ahora). Y quienes están detrás del asunto prometen que producirá imágenes 10 veces más nítidas que las que hoy nos brinda el Hubble. Claro, para eso recurrirá a una estrategia muy utilizada por todos los súper telescopios actuales: las llamadas “ópticas adaptativas”, sistemas que compensan electrónicamente las distorsiones que la atmósfera terrestre produce en las imágenes (las mismas distorsiones que generan, por ejemplo, el titilar de las estrellas en el cielo). El GMT pesará 1000 toneladas. Y al igual que tantos otros, su morada será alguna montaña del Norte de Chile. La elección es simple: allí están los cielos más limpios, secos y oscuros del planeta. El gigante de los siete espejos estaría listo hacia 2016.

TMT: UN OJO DE 30 METROS

Más o menos por la misma época, pero en el volcán Mauna Kea, Hawai (donde hoy están los Keck I y II y el japonés Subarú) abrirá sus ojos el TMT. Es la sigla inglesa de Telescopio de Treinta Metros. Y está todo dicho. Es un emprendimiento estadounidense encabezado por la Universidad de California y el Instituto de Tecnología de California (el famoso Caltech). La idea es construir una especie de “súper Keck”, pero 10 veces más potente: cientos de espejos hexagonales juntos, formando un disco de 30 metros de diámetro. Todos y cada uno controlados por computadoras, para mantener la forma del conjunto cual si fuera una sola y perfecta superficie óptica. El TMT medirá más de 50 metros de altura y costará unos 500 a 600 millones de dólares (no tanto, teniendo en cuenta que, entre una cosa y otra, e idas y vueltas, el Hubble costó el triple). Chuck Steidel, astrónomo de Caltech, ya sueña con la monumental criatura: “Con este aparato podremos observar detalles en las galaxias más lejanas y primitivas del universo, y también, en los sistemas planetarios en formación, entre otras tantas cosas”. La lista de objetivos del TMT también incluye la búsqueda directa de planetas extrasolares (aquellos que orbitan a otras estrellas) y el estudio minucioso de quasares y agujeros negros. Un menú científicamente delicioso.

XLT: UN SUECO EXTRA LARGE

El TMT tendrá el tamaño de un edificio de 15 o 20 pisos. Pero ahora imagínese algo todavía más grande, digamos una torre de 35 pisos. Ese es el tamaño de un sueño sueco llamado XLT: el Telescopio Extremadamente Grande. Desde 1991, los astrónomos del Observatorio Lund, en Suecia, vienen estudiando la posibilidad de construir telescopios de escala casi grotesca. Ni 10 ni 20 ni 30 metros. Ellos actualmente están considerando un hipertelescopio equipado con un espejo segmentado (como el del TMT) de 50 metros de diámetro, formado por 585 piezas hexagonales, de 2 metros cada una. Para ponerlo en perspectiva: 2 metros es el diámetro del espejo primario de algunos respetables telescopios de la actualidad, como el del Casleo, en San Juan, el más grande que existe en la Argentina. ¡Y el XLT tendría casi 600 combinados!

Una superficie colectora de luz 25 veces mayor que la de los Keck. Una estructura total de 5000 toneladas. Más de 100 metros de altura. ¿No será mucho? Torben Andersen, un astrónomo sueco del Observatorio Luna, está más que confiado: “a pesar de los costos y los desafíos tecnológicos, el XLT se hará, sin importar lo que pase”. Andersen no se anima a hablar de fechas precisas, pero parece imposible que semejante engendro vea la luz antes de 2020.

LA LECHUZA

Y aunque a esta altura cueste creerlo, todavía hay más: nada es nada al lado de la Lechuza. Ya casi al borde del delirio, los astrónomos y técnicos del ESO, el Observatorio Europeo del Sur (creadores del actual Very Large Telescope, instalado en el norte de Chile), están planeando un coloso de 100 metros de diámetro y más o menos la misma altura. Y eso sin contar sus estructuras periféricas, que serían comparables a todo el estadio de River, pero con la altura de un edificio de más 30 pisos. Si el proyecto sueco es “extremadamente grande”, este es “abrumadoramente grande”. No es chiste, se llama así: se llama Telescopio Abrumadoramente Grande. Y la verdad es que, más allá de lo rimbombante del nombre, los científicos del ESO estuvieron ingeniosos, porque, a propósito, eligieron la sigla OWL (por Overwhelmingly Large, o sea, abrumadoramente grande) que significa “lechuza”, un ave famosa por su agudeza visual.

Más allá de sus dimensiones, la estructura del OWL es toda una curiosidad aparte. Por empezar, su espejo de 100 metros estará formado, nada menos, que por 2000 piezas. Y se dividirá en cuatro grandes “pétalos”, cada uno, con un sistema independiente de cobertura corrediza, tipo hangares, para proteger las superficies ópticas de la intemperie. Más allá de eso, el resto de la estructura estará al aire libre, porque los expertos del ESO no están considerando cúpula alguna, seguramente, para achicar un presupuesto hasta ahora estimado en los 1000 millones de dólares. ¿Lugar? El norte de Chile, por supuesto. ¿Tiempos? Al igual que en el XLT, no hay fecha de inicio, pero tampoco sería antes de 2015 o 2020. Lo que sí se sabe es el tiempo probable de construcción: de 15 a 20 años. Pasado en limpio: probablemente, la Lechuza estaría lista hacia 2030 o 2040.

¿Pero es realmente viable? El astrónomo Philippe Dierickx, del ESO, dice que sí. Y adelanta que “el OWL está en plena fase de diseño conceptual, y aunque hay muchísimo trabajo por delante, sentimos que podremos resolver todos los potenciales problemas técnicos”. Otros no piensan lo mismo: Jerry Nelson, de la Universidad de California, ni más ni menos que el cerebro que diseño a los Keck I y II, cree que la Lechuza es demasiado. Y que no podrá construirse, “al menos durante las próximas décadas”. Más allá de las opiniones, este Titanic de los telescopios parece marcar el techo de las más osadas expectativas de la astronomía óptica (la radioastronomía, o la astronomía de rayos X, son otra historia) para la primera mitad de este siglo.

MIRANDO LEJOS

Evidentemente, todo este asunto tiene algún sentido: con los hipertelescopios, los astrónomos podrán buscar fácilmente, y en forma directa, planetas alrededor de otras estrellas en forma directa (cosa casi imposible hasta ahora). E incluso, hasta podrán estudiar sus atmósferas y eventuales chances para la vida. Yendo más lejos, podrán observar con mayor lujo de detalles las entrañas de las nebulosas, y dentro de ellas, los procesos que dan origen a las estrellas. O detectar mejor los efectos y las huellas que dejan los inevitablemente invisibles agujeros negros. Y a nivel galáctico y cosmológico, estas colosales máquinas podrán espiar a las galaxias y cúmulos galácticos más distantes, aquellos que aparecen como escuálidas manchitas de luz para los mejores telescopios de hoy en día. O estudiar con más precisión el ritmo de expansión del universo, y la cada vez más patente “energía oscura”, esa cosa misteriosa que parece ser una suerte de “antigravedad” que estaría acelerando, justamente, la expansión cósmica. Todas cuestiones que el universo ha sabido guardar muy celosamente. Y seguramente, estos prodigios del futuro serán la llave para revelarlas.

Galileo no lo dudaría: los hipertelescopios son un desafío científico-tecnológico que vale la pena. Una tentación inevitable e irresistible. Es que detrás de ellos está ese impulso de siempre, y tan nuestro: mirar más lejos.

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