HISTORIA DE LA CIENCIA: EL “CASO LYSENKO” Y LA GUERRA DE LA BIOLOGIA SOVIETICA
› Por Esteban Magnani
Casos como los de Galileo, Giordano Bruno o los religiosos que hoy sostienen que los preservativos no protegen contra el HIV, pueden dar la sensación de que los ataques dogmáticos contra la ciencia son patrimonio de la Iglesia Católica. La realidad parece más bien demostrar que el dogmatismo existe en todos los campos y que cuando está asociado al poder puede provocar desastres. Un ejemplo de esta peligrosa conjunción lo ofrece el comunismo alla Stalin en la Unión Soviética, donde un pintoresco personaje logró que una suerte de lamarckismo anacrónico sobreviviera hasta bien entrado el siglo XX tan sólo porque, supuestamente, encajaba en los principios comunistas.
En 1927 el diario soviético Pravda publicó una nota que, como otras de la época, buscaba demostrar la capacidad de la Revolución Rusa para lograr mejoras productivas en un país con hambrunas crónicas. En ésta en particular se contaba la historia de un ingeniero agrónomo descendiente de campesinos, llamado Trofim Lysenko (1889-1976), que aseguraba haber logrado una milagrosa cosecha invernal de arvejas en Azerbaiján. El gobierno, ansioso por lograr el apoyo de los campesinos, dio aún más repercusión a la historia de las arvejas y a las muchas que siguieron.
El agrónomo, no conforme con el reconocimiento, continuó con sus experimentos, que se impusieron a campesinos de la Unión Soviética como la solución a todos sus problemas. Lysenko comenzó a desarrollar una teoría acorde con sus “hallazgos” que confrontaba directamente con la escuela soviética de genética “clásica” (como la llamaba), muy avanzada hasta ese entonces y que se basaba fundamentalmente en la evolución darwinista, las redescubiertas leyes de Mendel y los posteriores avances en citología. El lamarckismo, es decir, la creencia de que las características adquiridas se transmiten a la descendencia, empujó a Lysenko a criticar cada vez más abiertamente el mendelianismo y a rescatar sólo algunos mecanismos del darwinismo, pero previamente retorcidos a su antojo.
Seguramente el personaje habría resultado un mitómano más de no haber recibido el apoyo de Joseph Stalin y de todo un aparato de propaganda que necesitaba una personificación del genio campesino en el gobierno. Por ejemplo, una carta a Stalin atribuida a los padres de Lysenko apareció en el Pravda en 1936: “Fue muy difícil para nuestro hijo Trofim conseguir educación antes de la revolución. Habría tenido que seguir siendo un jardinero toda su vida de no ser por el régimen soviético”.
Por otro lado, según Lysenko y los miembros más poderosos del partido, la teoría genética impedía pensar en una revolución y, sostenían los miembros del partido, un neolamarckismo comunista sería mucho más acorde con la idea de emancipación de la clase obrera. La genética, por así decirlo, no era capaz de asimilarse, según ellos, a la dialéctica materialista, sino que parecía condicionar fatalmente a cada individuo (y clase) según su condición genética. Incluso citaba a Engels como si éste reforzara su posición: “Toda la teoría darwiniana sobre la lucha por la existencia simplemente transfiere las enseñanzas de Hobbes sobre ‘el hombre contra el hombre’ de la sociedad al reino de la naturaleza”.
En realidad, vale la pena aclarar, la idea de “evolución” tal como la planteaba Darwin es funcional al materialismo histórico (aunque podría no serlo y esto no desmentiría a ninguno de los dos ya que pertenecen a campos totalmente distintos). De hecho, Marx comentó epistolarmente con Engels la calidad de El origen de las especies e incluso le envió a Darwin una copia de El capital con la dedicatoria “A Mr. Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx”. El ejemplar, salvo por las primeras páginas, fue encontrado intacto.
Los libros de Lysenko eran eminentemente recetas, algo que encajaba perfectamente con la creencia de Stalin de que la práctica estaba por encima de la teoría. También acusaba de idealistas a quienes creían que existía “algo” hereditario que no sufría modificaciones durante la vida del individuo. El prefería recetas simples como enfriar las semillas antes de la siembra para obtener plantas más resistentes, hibridaciones extrañas y cosas por el estilo. Obviamente ninguna lograba el resultado esperado pero la evidencia se opacaba con un nuevo sistema que sí, seguramente, en breve daría frutos sorprendentes. Tantos fracasos fueron premiados con la dirección de la Academia de Ciencias Agrícolas de la Unión Soviética en 1935, lo que le permitió empezar a sacar de su lugar a cualquier científico que se opusiera a sus delirios.
En 1936 la guerra entre las dos corrientes biológicas se hizo abierta y el congreso internacional de genética que iba a tener lugar en Moscú en 1937 se canceló. La persecución a los opositores se hizo cada vez más sangrienta y algunos genetistas de renombre fueron enviados a Siberia. En 1948, el “caso Lysenko” llegó a provocar profundas divisiones en el Partido Comunista Francés (PCF) entre quienes creían que debía haber una ciencia “proletaria” y otra “burguesa”. Incluso los camaradas que dejaban abierta la posibilidad de que Lysenko no estuviera en lo cierto fueron expulsados del partido.
El poder del siniestro personaje sólo comenzó a debilitarse tras la muerte de Stalin, en 1953, el mismo año en el que Crick y Watson descubrieron la estructura del ADN. Los científicos hacían cola para atacarlo. Incluso una leyenda incomprobable cuenta que el gran físico Lev Landau, Nobel de Física de 1962, le preguntó si creía que cortándoles las orejas a las vacas por varias generaciones nacerían algunas sin orejas, a lo que Lysenko respondió afirmativamente. Landau, presto, repreguntó: “¿Entonces cómo siguen naciendo vírgenes?”.
Aun así la caída fue lenta gracias a que Kruschev lo protegió. En 1956 tuvo que renunciar a la Academia de Ciencias de la Agricultura y recién en 1965 lo despidieron del Instituto de Genética Soviético. Ese mismo año se celebró el centenario de los hallazgos de Mendel y se levantó nuevamente en su ciudad natal, Brün, la estatua que Lysenko había mandado derribar en 1950. Mucho más difícil fue volver a levantar la genética soviética.
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