Sáb 10.02.2007
futuro

CINE Y CIENCIA: LOS ANTROPOLOGOS DEFENESTRAN LA ULTIMA PELICULA DE MEL GIBSON, “APOCALYPTO”

El llanto maya

› Por Federico Kukso

Hay una tenue línea que separa el bien del mal, el amor del odio, lo correcto de lo incorrecto, la alabanza de la burla. Y también la precisión histórica de las licencias poéticas. Con el afán de dosificar con un poco de velocidad, movimiento y giros argumentales la crudeza de los hechos, escritores, directores y guionistas cometen un pecado supremo e imperdonable ante los ojos incrédulos de los puristas científicos: tergiversar adrede el transcurrir histórico y exhibir el resultado no como una (re)construcción sino como la verdad. O lo que es peor, un punto de vista.

En este asunto, las películas que se autodenominan “históricas” se llevan todas las críticas. No vale el nivel de actuación, la fastuosidad de la escenografía y decorados, el despliegue de vestuario. De Ben Hur y Cleopatra a Gladiador, siempre se da lo mismo: lluvias de críticas contra el director o guionista que –desafortunadamente– terminan siendo olvidadas, hasta que el ciclo vuelve otra vez a comenzar.

Historiadores, arqueólogos y antropólogos varios no se despojan de sus títulos y no asumen el rol de simple espectador cuando se acomodan en sus asientos y se apaga la luz en la sala del cine. Su mirada está mediada, dirigida, y rastrea hasta el último detalle los anacronismos que afloran en la superficie cinematográfica, indetectables para el espectador promedio que siempre se excusa diciendo que va a entretenerse y no a aprender.

Sin embargo, últimamente el ojo del espectador está menos desnudo. Tal vez se pueda llamar a esto el “efecto History o Discovery Channel”. Se aprecia cuando en medio de una película de este tipo arrecia la duda y se advierten destellos de errores, incompatibilidades, sinsentidos evidentes. Con Apocalypto, la última película de Mel Gibson, ocurre precisamente eso: no hay que tener un título de grado para intuir que algo huele mal, que hay elementos, personas y costumbres donde no debían estar.

Estrenada oficialmente en Estados Unidos el 8 de diciembre del año pasado, Apocalypto narra la travesía de un hombre que es capturado (para ser sacrificado) en el marco del declive de la antigua civilización maya, en una especie de alegoría a lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos (de hecho la película arranca con una cita de W. Durant: “Una gran civilización no es conquistada desde afuera sin que antes no se haya destruido desde adentro”).

Como ocurrió en La pasión de Cristo (con diálogos completamente en arameo), la última obra de Gibson –filmada en Catemaco y Paso de Ovejas en el estado mexicano de Veracruz– hace del maya yucateco su lengua oficial. Ahí está su primer error: buscando cierto efecto de verosimilitud, la narración implícitamente se aleja de lo ficcional para acercarse a lo documental, a los hechos lavados.

Además de los actuales descendientes de los mayas, que menos “lindo” le dijeron de todo a Gibson y a su película, casi el ciento por ciento de los antropólogos y arqueólogos consultados por varios medios del mundo le bajaron también el pulgar al director de Braveheart.

Con la violencia como hilo conductor y hasta protagonista –más que las historias de amor y la defensa de los lazos familiares de los personajes–, la película se muestra como un festín de sangre: sacrificios, cacerías, decapitaciones, orgías de sangre y barbarie. O lo que es lo mismo, el “error número 2”: los sacrificios eran más un ritual azteca que maya (aunque los mayas en efecto hayan incurrido en sacrificios esporádicamente). El dios del sol Kukulkan, a quien era ofrecido el sacrificio en el film, es de hecho el equivalente maya al dios azteca Quetzalcoatl.

La norteamericana Traci Ardren de la Universidad de Miami es tal vez la antropóloga más enfurecida. “El hecho de que la película se haya filmado en México y en maya yucateco es más peligroso pues parece auténtica –advierte–. Los espectadores serán cautivados por el exotismo de las imágenes. ¿Entonces a quién le interesará saber que los mayas no habitaban sus ciudades cuando llegaron los españoles como muestra el film de Gibson? En la realidad los misioneros y conquistadores cristianos desembarcaron 300 años después de que la última ciudad maya fuera abandonada.”

La estrategia del collage histórico en la que incurre Gibson se advierte también cuando se exhiben campos repletos de cuerpos decapitados post-sacrificio, aunque no haya registro arqueológico o histórico que sugieran que hayan existido estos sacrificios en masa. “No hubiera sido lógico; los mayas eran una civilización agrícola; tener campos plagados de muertes hubieran provocado focos de infección y ocupado muchas tierras aptas para el cultivo”, advierte el antropólogo Karl Taube, de la Universidad de California.

La lista de errores es inmensa: la ciudad maya de Gibson combina elementos de culturas mesoamericanas y objetos por ellos desconocidos (como la jabalina), las construcciones mostradas corresponden a otros períodos de la historia maya y los eclipses no se completan en segundos sino en horas. Se escucharon expresiones como “mucha gente va a pensar que así fue en realidad” (Walter Little, antropólogo de la Universidad de Nueva York) y “esto no es una película sobre los mayas” (Robert Carmak). Asimismo se expresó que la cinta acentuaba el prototipo del maya como “bárbaro, de conductas despiadadas y con sed de sangre”.

Enojado y rodeado por las críticas, Gibson salió a defenderse, aunque ciertamente se hundió a sí mismo un poco más: “Los que quieran opinar deberían hacer su tarea, investigar; yo solamente me dedico a hacer cine”.

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