PALEOANTROPOLOGIA: EUGENE DUBOIS Y EL PITHECANTHROPUS
› Por Raul A. Alzogaray
Un día de otoño de 1891, a orillas del río Solo, en la isla de Java, un grupo de presos realizaba trabajos forzados bajo el intenso sol tropical. Uno de los hombres, un lugareño llamado Wongsosemito, golpeó el suelo con su azadón y dejó al descubierto una roca curva, lisa y oscura como el chocolate. Wongsosemito llamó al capataz y éste a los soldados holandeses que supervisaban a los presos. La roca fue extraída con gran cuidado y enviada a la cabaña del doctor Dubois.
Después de un minucioso análisis, Dubois estableció que la roca era parte de un cráneo petrificado, pero no pudo determinar a qué animal había pertenecido. Era demasiado grande para ser de un simio y demasiado pequeño para considerarlo humano. Dubois comprendió que abandonar su carrera médica, mudarse con su familia al sudeste asiático y supervisar excavaciones durante años no había sido en vano. Finalmente tenía en sus manos aquello que tanto había deseado encontrar: los restos del “eslabón perdido”.
Eugène Dubois (1858-1940) nació en el pueblito holandés de Eijsden. Estudió medicina en la Universidad de Amsterdam y trabajó como docente e investigador en la cátedra de Anatomía. Un día abandonó todo eso, se incorporó al ejército como oficial médico y pidió que lo enviaran a las colonias holandesas en el sudeste asiático. Su deseo fue concedido. El 29 de octubre de 1887, la familia Dubois (Eugène, su esposa y la pequeña hija de ambos) se embarcó con rumbo a Sumatra.
La idea que impulsaba a Dubois había empezado a obsesionarlo durante su época de estudiante, cuando conoció los trabajos de Charles Darwin, Thomas Huxley y Ernst Haeckel. Darwin pensaba que los gorilas y los chimpancés eran parientes cercanos de los humanos, Huxley había presentado abundantes pruebas anatómicas de este parentesco. Haeckel estaba convencido de que a lo largo de la evolución tenía que haber aparecido un “eslabón perdido”, es decir una criatura intermedia entre los simios y los humanos. Hasta le pensó un nombre para cuando la descubrieran: Pithecanthropus, que significa “hombre mono”. Haeckel pensaba que la cuna de la humanidad estaba en la región del sudeste asiático y hacia allí se dirigió Dubois.
Dubois ejerció la medicina en Sumatra durante unos meses, pero estaba tan ansioso por buscar el eslabón perdido que le pidió al gobierno que lo eximiera de sus obligaciones militares. Una vez más, su deseo fue concedido. Se mudó a la isla de Java y logró que pusieran a su disposición un grupo de convictos para hacerlos excavar a orillas del río Solo.
Cerca del fragmento de cráneo encontrado por Wongsosemito aparecieron un hueso del muslo y un par de dientes petrificados. Dubois determinó que eran los restos de una criatura que caminaba erguida y tenía aproximadamente la misma altura y corpulencia que los humanos. Pero su cerebro equivalía al doble que el de los chimpancés y apenas a las dos terceras partes del humano. En un claro homenaje a Haeckel, Dubois bautizó a la criatura con el nombre científico de Pithecanthropus erectus (“hombre mono erguido”).
Dubois regresó a Europa y exhibió los huesos en varios países. Su trabajo fue premiado con medallas, diplomas y cargos honorarios, pero su interpretación fue puesta en duda y atacada de mala manera. Los expertos dijeron que eran los huesos de un mono común y corriente o de una persona deforme. Hubo quienes afirmaron que el fragmento de cráneo y el hueso del muslo habían pertenecido a distintos animales. Hasta se habló de fraude.
Dubois perdió la paciencia. Acusó a sus atacantes de ignorancia y ensañamiento. Ocultó los huesos y durante un cuarto de siglo no se los dejó ver a nadie. A su alrededor se creó una leyenda negra que lo pintaba como un pobre hombre que, acorralado por sus críticos, enterró los huesos debajo de su casa y se enclaustró a rumiar su frustración.
En 1923, presionado por el gobierno y los científicos holandeses, accedió a poner los huesos a disposición de quien quisiera estudiarlos. Pero ahora, siempre según la leyenda, el resentido anciano afirmaba que los huesos pertenecían a un gibón gigante (los gibones son unos pequeños simios que viven en los árboles).
Varios libros reprodujeron esta triste historia. Sin embargo, hace unos años, el historiador de la ciencia Bert Theunissen y el paleontólogo Stephen J. Gould revisaron la vida y obra de Dubois y revelaron que las cosas ocurrieron de otra manera.
Dubois era intolerante y no soportaba que contradijeran sus afirmaciones. No habría ocultado los huesos al sentirse acorralado por las críticas, sino en un acto de orgullo y desafío. Quería mantenerlos a su exclusiva disposición para sacarles el mayor jugo posible en beneficio propio.
Y no se recluyó a rumiar su frustración, sino que trabajó en un museo y ejerció la docencia universitaria. Publicó varios artículos sobre la evolución del cerebro de los mamíferos y elaboró un marco teórico para explicar el lugar del Pithecanthropus en el árbol genealógico de la humanidad. En 1932 presentó una nueva interpretación: “el Pithecanthropus no era un hombre, sino una criatura gigantesca afín a los gibones, aunque superior a éstos en virtud de su volumen cerebral sumamente elevado y, al mismo tiempo, caracterizada por asumir una postura y una marcha erectas. Su cerebro duplicaba en general el de los simios antropoides y era la mitad que el del hombre... Todavía creo, ahora con más firmeza que nunca, que el Pithecanthropus (...) es el verdadero ‘eslabón perdido’”. Nunca dijo que los huesos pertenecían a un gibón gigante.
Con el tiempo se demostró que la nueva interpretación de Dubois era tan errónea como la primera. También se comprobó que en algo estaba en lo cierto: el Pithecanthropus fue un antepasado de la especie humana y caminaba erguido.
A lo largo del siglo XX se encontraron restos de Pithecanthropus en distintas partes de Asia y Africa. Esto permitió reconstruir su historia y su aspecto en forma más precisa. Se calcula que apareció en algún lugar de Africa hace un millón y medio de años, desde allí se desplazó hasta la India, China e Indonesia. Era más parecida a los humanos que a los simios, así que lo rebautizaron Homo erectus (“hombre erguido”). Se extinguió hace unos cien mil años. Aunque todavía es objeto de discusión, muchos científicos lo consideran un antepasado directo de la humanidad.
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