ASTRONOMIA: DOS SUPERNOVAS EN DOS SEMANAS
› Por Mariano Ribas
Hace 380 millones de años, dos brutales estallidos de luz y energía alteraron la calma de una ignota y lejanísima galaxia espiralada. Eran dos supernovas. Dos viejas estrellas que morían de la forma más espectacular en que las estrellas pueden morir. Sus fatales destellos, viajando a la velocidad más rápida del universo, habrán encendido los cielos de hipotéticos mundos vecinos. Y luego salieron de su galaxia madre, para iniciar un viaje sin fin, y en todas direcciones, hacia las profundidades del universo. Finalmente, tras recorrer una inmensidad inconcebible de espacio y tiempo, aquellos destellos de muerte estelar acaban de llegar a la Tierra. Apenas separados por un par de semanas. Menos que un parpadeo a escala cósmica. Y los astrónomos todavía no pueden creerlo: es la primera vez que se observan dos supernovas en una misma galaxia con un intervalo tan exiguo. Pero, además, son dos tipos de supernovas bien distintas. El caso de la doble supernova tiene mucha tela para cortar.
Las supernovas son fenómenos absolutamente extraordinarios. No sólo por lo que significa la explosión de una estrella sino también por lo poco frecuentes que son estos cataclismos cósmicos. O al menos, poco frecuentes desde nuestro limitado punto de vista existencial: se calcula que estas explosiones estelares sólo se dan una vez por siglo en una galaxia como la nuestra, con 200 mil millones de soles. Y a grandes rasgos, lo mismo podría decirse del resto de las galaxias. Pero como galaxias hay miles de millones, los astrónomos están acostumbrados a descubrir supernovas todas las semanas en tal o cual galaxia, más cerca, o más lejos. A lo que no están acostumbrados –por una obvia cuestión de probabilidad– es a ver dos supernovas en una misma galaxia en un lapso de décadas, y menos, de años. Y muchísimo menos, en cuestión de semanas. ¿Puede pasar? Pasó.
Desde hace unos años, un grupo de astrónomos, encabezados por Stefan Immler (del Goddard Space Flight Center, NASA), viene buscando y monitoreando supernovas con la ayuda del satélite/observatorio Swift, una joyita que la agencia espacial estadounidense puso en órbita terrestre a fines de 2004. El Swift es un observatorio “multi-longitud de onda”, que mira al universo en rayos gamma, rayos X, luz visible y ultravioleta. Una herramienta ideal para detectar y seguir la evolución de supernovas en distintos rincones del universo. En 2006, con este chiche –y por qué no, con un toque de buena fortuna astronómica–, Immler y sus colegas se despacharon con un exitazo: separadas por un intervalo de 6 meses, descubrieron dos supernovas en la gigantesca galaxia elíptica NGC 1316, situada a 75 millones de años luz, y en dirección visual a la constelación austral de Fornax (“el Horno”). Nada mal, pero hace apenas un par de meses vino algo aún mejor.
Y esta vez fue mirando hacia Hércules, una clásica constelación boreal: el 19 de mayo, Swift detectó un estallido de luz, rayos X, y rayos gamma en una ignota galaxia situada a 380 millones de años luz. Tan ignota, que apenas responde al nombre de MCG+05-43-16 (una entrada de coordenadas celestes, en un catálogo astronómico nada popular). Era la primera supernova jamás observada en esa lejana isla de estrellas (que, convengamos, de ahí en más dejó de ser tan ignota). Y fue catalogada como todas las supernovas, con el año en que se la observó, seguido de un código de letras: 2007ck. Créase o no, el 4 de junio, cuando Immler y su equipo seguían ocupadísimos digiriendo las imágenes y los datos de 2007ck, la alarma del Swift volvió a sonar: otra supernova... ¡y en la misma galaxia! Sólo habían pasado poco más de dos semanas entre la primera y la segunda, bautizada 2007co. “Casi todas las galaxias tienen una supernova cada 25 a 100 años, por eso nos sorprende haber visto dos supernovas separadas por 16 días”, dice Immler, desbordado de asombro. Era algo inédito en la historia de la astronomía. Pero este explosivo “uno-dos” tiene otros costados muy curiosos.
La aparición casi simultánea (aunque eso, como veremos, hay que tomarlo con pinzas) de dos supernovas en la galaxia MCG+05-43-16 es una enorme coincidencia. Pero también algo que tarde o temprano podía observarse, dado el inmenso número de galaxias que los astrónomos profesionales y amateurs monitorean todas las noches. Lo que le agrega más valor a este insólito episodio, es que las dos supernovas son bien distintas. Teniendo en cuenta su brillo y su “curva de luz”, parecen representar a las dos clases más conocidas: 2007ck es una supernova Tipo II; y 2007co es Tipo Ia. En pocas palabras: la primera fue la explosión de una estrella súper masiva (con al menos 8 veces la masa del Sol) que, luego de vivir 10 o 20 millones de años, agotó el combustible nuclear de su corazón, sufrió un abrupto y violentísimo colapso gravitatorio –derrumbándose sobre sí misma– e inmediatamente “rebotó” hacia afuera, en un fenomenal estallido de materia y energía. La otra, Tipo Ia, era una enana blanca (lo que queda de estrellas parecidas al Sol), que al atraer y capturar materia extra de alguna estrella compañera, se desequilibró, y estalló de golpe.
Pero hay otro costado por demás curioso: el juego de las distancias y los tiempos. Desde la Tierra, ambas supernovas fueron vistas ahora, con un intervalo de 16 días. Pero dado que esas supernovas forman parte de una galaxia que está a 380 millones de años luz, quiere decir que su luz tardó 380 millones de años en llegar hasta aquí. O sea: esos estallidos no ocurrieron ahora sino hace 380 millones de años. Más aún: dentro de aquella misma galaxia, las cosas deben haberse visto muy diferentes, según las posiciones que ocuparan eventuales observadores. Dado que una y otra supernova ocurrieron en puntos diametralmente opuestos de aquella galaxia, separadas por decenas de miles de años luz, alguien podría ver a 2007ck en cierto momento, y a 2007co decenas de miles de años después (si ese alguien pudiese vivir tantos años, claro). O al revés. Otro observador podría verlas con intervalos mayores o menores, o incluso al mismo tiempo, según fueran las combinaciones de ocurrencia y distancia.
Como para quedarse pensando un rato, aquí y ahora, en la Tierra, cuando los fuegos fatídicos de aquellos lejanísimos soles ya se han apagado para siempre.
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