OPINION: GENETICA, MEDIOS DE COMUNICACION Y “EL GEN ARGENTINO”
› Por VIVIANA BERNATH *
No hay duda de que la genética está de moda; y si bien adherirse a una moda es usos y costumbres de esta sociedad, el problema deviene cuando nos sumergimos en ella sin detenernos al menos por un instante a reflexionar sobre el significado de las palabras que utilizamos o decimos. Sin ir más lejos, hace unos pocos años la genética, de la mano de su protagonista principal, el ADN, era sólo motivo de investigación básica. Sin embargo, el conocimiento científico está permanentemente expuesto a replanteos y en algún momento se entretrama con la vida cotidiana y con los sentimientos de las personas, y por lo tanto con los dilemas morales, sociales y políticos de la época. Es así como hoy en cualquier charla, nota periodística, película o conferencia aparecen insistentemente dos palabras: gen y ADN.
Actualmente, tanto la sigla ADN como la palabra gen parecieran haberse convertido casi mágicamente en sinónimos de identidad, expresiones tales como “son personas que comparten el ADN” o “lo lleva en los genes” se utilizan en reemplazo de frases como “esas personas se parecen” o “por eso tiene ese carácter”.
Pero, ¿qué es el ADN? ¿Qué es un gen? Una definición simple y concisa de ADN sería: es la molécula en donde están inscriptas todas las instrucciones necesarias para que un ser vivo pueda nacer, desarrollarse, crecer y morir. Es la molécula en donde residen las características que hacen a cada individuo un ser único e irreproducible; es la encargada de transmitir las características hereditarias de generación en generación. ¿Y un gen? Un gen es un fragmento de molécula ADN que lleva la información precisa para la síntesis de una proteína. En unos aproximadamente 25 mil genes presentes en el ADN de todos los seres humanos reside la totalidad de la información para que cientos de miles de proteínas puedan fabricarse y finalmente cumplir todas las funciones vitales. La mayoría de los genes son universales, tales como el de la insulina, el de la queratina o el de la hemoglobina, y otros presentan pequeñas variaciones entre los individuos, definiendo caracteres tales como el color de los ojos, del pelo u otras características físicas.
Pero mientras el mundo va incorporando los avances de la biología molecular y los científicos comprendiendo los alcances de los genes, surge un nuevo interrogante: ¿dónde reside la verdadera identidad de cada uno? Resulta necesario dejar a un lado aquello que el determinismo genético intenta imponer para entender que no son la composición del ADN ni la de los genes las responsables de que cada uno sea como es sino la acción conjunta de múltiples genes y proteínas que se expresan en respuesta a los estímulos que cada individuo recibe del medio ambiente. Cuando nos referimos al medio ambiente, incluimos las infinitas variables a las cuales estamos expuestos cotidianamente desde nuestra gestación: el sitio en que nacimos, los afectos que recibimos, el colegio al que asistimos, el trabajo que tenemos, las emociones o el sufrimiento a que estamos expuestos... El conjunto de los genes que portamos más aquello que vivimos momento a momento, día a día, es lo que define el quién y cómo somos.
Y es entonces en esta era, la de la genética molecular, cuando surge un programa televisivo convocando a buscar El gen argentino. Pero, ¿cuál es la verdadera metáfora que arrastra implícitamente esa búsqueda? ¿Es acaso la de identificar a un sujeto como representante de la identidad de una Nación? ¿Es acaso la de atribuirle a un gen la responsabilidad de que una persona posea una determinada personalidad, una vocación o un temperamento, condición que permitiría colocarlo como ejemplo de individuo para una comunidad?
Si nos detenemos a reflexionar que cada quien es como es gracias a la sumatoria de sus genes más la vida que le tocó vivir, ¿qué buscamos? ¿Un hombre que porte un gen? ¿Un hombre (o mujer) que porte un gen en una época? ¿Un gen que, si pudiéramos manipular mediante sofisticadas técnicas de biotecnología e introducirlo en un extranjero, lo convertiría en un argentino devoto del mate y del fútbol?
Para entender mejor deberíamos cerrar los ojos e imaginar quién hubiera sido San Martín si en vez de vivir en el 1800 estuviera hoy junto a nosotros. Quién hubiera sido Maradona si en vez de vivir en el barrio de Villa Fiorito y potrear en la calle con sus vecinos hubiera vivido en el décimo piso de un edificio del barrio de Once. ¿Quién hubiera sido Evita si no se hubiera casado con Perón? En cada caso, ni siquiera ellos mismos hubieran podido desarrollar esas capacidades por las que hoy los admiramos o los juzgamos. Si les cambiásemos la historia, ni ellos mismos se reconocerían. La ciencia hoy puede afirmar que una misma persona, con una misma identidad biológica, en otra época o ante diferentes estímulos no podría repetir su comportamiento; no sería ella misma.
No son verdaderamente los genes de Belgrano, Borges o el Che los que debiéramos alzar como bandera representativa de los argentinos sino a ellos mismos como personas. Si lo que se intenta seleccionar son argentinos, con merecido reconocimiento por sus condiciones humanas, por sus valores, por el legado que dejaron, yo como científica, que cada día les explico a muchas personas que son ellas mismas las responsables de construir su destino, pediría que no se utilicen expresiones que pudieran caer luego en afirmaciones falsas, difíciles de desarraigar del imaginario popular.
Pero, dejando a un lado el verdadero significado de aquellas frases metafóricas, me sumo a esta propuesta tan necesaria de rescatar y discernir sobre personalidades que desde uno u otro campo marcaron la vida de millones de argentinos, y que sin duda nos hace bien recordar, discutir y perpetuar en la historia. Son y serán ejemplos para nosotros y nuestros hijos, por lo que fueron, lo que hicieron y sobresalieron. Por lo que esos genes “exclusivamente” en ellos y bajo determinadas circunstancias se expresaron y generaron. Y es precisamente por aquello que se destacaron aquí, en este, nuestro país, que hoy los reconocemos como los más grandes argentinos.
* Bióloga molecular, directora de Genda (Centro de Genética y Biología Molecular dedicado al diagnóstico de enfermedades genéticas y al estudio de identificación de personas) y autora del libro La identidad: historias reales de ADN (Planeta).
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