GPS Y LA SOCIEDAD DE CONTROL
› Por Federico Kukso
No hay sensación más abrumadora que la de estar desorientado, ya sea en una estación extraña de subte, en una calle sin su respectivo nombre a la vista o en una ruta desconocida en el medio de la noche (y la nada). Situaciones límite como éstas a las que se puede llegar por distracción, falta de previsión o por simple convergencia de eventos imprevisibles suelen resolverse de tres maneras: ya sea preguntando, a través del infaltable prueba y error o, simplemente, quedándose congelado en el lugar, aunque esta pasividad no conduzca a ningún lado. Evidentemente estos momentos de angustia despertaron una necesidad que pronto, como todo en el universo capitalista, mutó en una oportunidad. Monitoreo satelital, cámaras curiosas de vigilancia y cartografía y seguimiento a través de GPS (Sistema de Geoposicionamiento Satelital) debutaron hace ya unos años para llenar ese hueco y calmar así a los desorientados.
Sin embargo, allí donde estos artefactos de vigilancia florean sus ventajas y beneficios (no perderse ni preocuparse más, encontrar el restaurante o bar más cercano –y barato–, saber dónde y con quién están los hijos a toda hora), resuena también su lado oscuro: el sueño eterno del control.
Como ocurrió con ART, AFIP o FBI, las siglas GPS (Global Position System o NAVSTARGPS) dejaron de ser la condensación de un nombre más extenso y reducible para volverse una palabra cerrada en sí misma. Mencionar estas tres letras ya no es igual a pronunciar una palabra en un idioma extranjero. Aunque muchos no sepan con exactitud lo que es –un sistema global de navegación a través de una red de 27 satélites que permite determinar en todo el mundo la posición de un objeto, persona o transporte con un alto grado de precisión–, más o menos lo intuyen. Series policiales, películas de conspiraciones gubernamentales y anuncios publicitarios de a poco ayudaron a introducir esta mínima expresión léxica en el vocabulario cotidiano, si bien existe y anda dando vueltas tibiamente desde 1973 (aunque la Unión Soviética en el furor de la época post-Sputnik I gestionaba un sistema similar conocido como “Glonass”).
El actual sistema global de GPS en realidad es el producto de varios proyectos militares-científicos como el sistema “Transit” (1964) que, con el desarrollo de los relojes atómicos hiperprecisos, fue reemplazado entre 1978 y 1985 por una flotilla de satélites (NAVSTAR) de trayectorias sincronizadas a 20 mil km de altitud dedicada a rastrillar ciertas zonas del planeta captando señales. Las distintas iniciativas recién tuvieron operación total en abril de 1995, fecha en que el GPS pasó de ser un servicio de uso exclusivamente militar a tener sus primeras incursiones comerciales, aunque se duda de que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos se haya apartado del todo. Para no sentirse menos, Europa tiene su propio sistema de GPS, Galileo, que por razones presupuestarias se viene pateando (primero se dijo que estaría viable en 2008, después en 2010 y ahora se presume 2012) y Google –que todo lo puede y todo lo quiere– ofrece la aplicación vía celular denominada “My Location”.
En un primer momento, la tecnología de GPS se ofreció como un chiche aparte, autónomo. Ahora tiende a la integración: ya hay autos que salen de fábrica con este sistema de orientación incrustados en sus paneles y los teléfonos celulares de última generación ofrecen esta guía desde el cielo como uno de sus servicios. Es el caso del software nacional “HawkSelf v4.0” que –una vez instalado y contratado el servicio– permite conocer la posición exacta de una persona en tiempo real vía web con un nivel de error de más/menos 20 metros. “El GPS es una tecnología en ebullición que se ha despertado fuertemente en los últimos años junto al crecimiento de la tecnología celular, ya que saber la posición a través del GPS tiene un valor”, explica Tomás Echeverría, gerente general de Hawk que brinda este servicio. “Está orientado a segmentos corporativos y permite mejorar la productividad, logrando mayor eficiencia en tiempos de entrega y distribución y monitoreo más efectivo de los empleados con alta movilidad y flotas de camiones. En el caso de los autos, por ejemplo, el GPS podría permitir conocer el comportamiento de un vehículo, la cantidad de kilómetros recorridos, si se conduce a alta velocidad, en zonas de riesgo, horas diurnas o nocturnas o en estado de ebriedad.”
Hasta que el costo de los teléfonos de última generación no caiga, será muy difícil que el GPS despegue y tenga un uso masivo, si bien en ciertos países ya dio el gran salto: de GPS para ciegos en Canadá (como “BrailleNote”, una especie de computadora portátil con una pantalla y un teclado en braille o “Trekker”) a empleados ingleses de cadenas de supermercados obligados a llevar brazaletes con GPS para saber dónde se encuentran.
El detective privado de a poco también va a siendo reemplazado por el GPS: la esposa celosa y padres preocupados (por sus hijos o por sus mascotas) cada vez más recurren a esta tecnología para calmar su desesperación en una especie de enroque conceptual: en vez de acentuar la veta preventiva del GPS (el cuidado, la protección) con gran facilidad se tiende a virar al control y la vigilancia. Ahí se encuentra su doble filo: presentado como una tecnología libertaria y del conocimiento, corre el riesgo de conver-tirse en una tecnología opresiva.
“El tema del resguardo de la privacidad en este tema es primordial. Es muy importante que la persona que está siendo monitoreada esté de acuerdo con ser monitoreada. Tiene que haber un consentimiento”, advierte Echeverría, que también despeja falsas ideas. “La tecnología del GPS no es magia capaz de resolver todos los problemas. Es un dispositivo que funciona al aire libre, outdoor, por lo que no es muy útil en casos de secuestros.”
Como ocurre con toda tecnología en el vórtice de su aparición, no tardará mucho para que el GPS despliegue sus fantasías y miedos en la subjetividad, internalizando su potencial informativo –saber cuándo y dónde– y sus dimensiones menos amigables, la manipulación y la vigilancia por la vigilancia misma.
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