Sáb 12.01.2008
futuro

CONTACTO

El día en que nos comunicamos

Hilos que conducen datos, hombres que viajaron miles de leguas en busca de sitios más propicios para sus experimentos, sutiles golpes que transforman la energía producida por aparatos tecnológicos en información. Desde las primitivas pinturas de Altamira hasta nuestros días, los seres humanos intentaron –con mayor y menor éxito– comunicarse de diversos modos. Aquí, las claves –con puntos y líneas– que llevaron a Guglielmo Marconi a la creación de diversos aparatos para comunicarse.

› Por Juan Carlos Benavente

“Por medio de la electricidad, el mundo de la materia se ha convertido en un gran nervio... ¡El globo terráqueo es un enorme cerebro imbuido de inteligencia!”

Animismo o metáfora visionaria, la sentencia no pertenece a un gurú tecnófilo sino al escritor norteamericano del período romántico Nathaniel Hawthorne (1804-1864), autor de inquietantes cuentos moralizantes y de “continua y curiosa imaginación”, al decir de Borges.

A más de 150 años de esa profecía, enunciada a propósito del telégrafo, vivimos navegando –o naufragando– en un vasto océano de ondas electromagnéticas que portan incontables mensajes que de algún modo constituyen ya, al gusto de Hawthorne, una suerte de “conciencia” planetaria.

Experimentos en barco. Marconi izando barriletes experimentales en el buque “Princesa Mafalda”.

Una visita ilustre dio el puntapié inicial

¿Cómo comenzó todo esto? Siempre es difícil –y arbitrario– establecer un punto cero. No hay dudas de que el advenimiento de las comunicaciones inalámbricas (sin cables, por ondas de radio) generó una verdadera revolución dentro de la revolución tecnológica; en esa agitación, una experiencia provinciana nos toca de cerca.

Casi un siglo atrás –una eternidad para los tiempos de las computadoras–, el flamante Premio Nobel de Física, Guglielmo Marconi (1874-1937), efectuó una visita nada ingenua a nuestro país. Lo orientaba, entre otros, el noble propósito de establecer contacto radiotelegráfico desde este rincón del mundo y, de paso, difundir sus inventos.

¡Que ha forjado dios!

Andando el eléctrico camino que lleva a las telecomunicaciones actuales, en 1844 se produjo un importante acontecimiento: el norteamericano Samuel Morse, utilizando un código de puntos y rayas que había desarrollado junto a Alfred Vail, envió la bíblica frase What had God wroght! (“¡Qué ha forjado Dios!”) a través de una línea telegráfica entre Baltimore y Washington.

Treinta y dos años después, Graham Bell patentó un invento que permitía convertir las vibraciones sonoras en impulsos eléctricos y viceversa: salió a la luz el teléfono. Mensajes codificados y voces viajando a velocidades futuristas, el progreso a vapor se subía a la electricidad.

En nuestras pampas, el entonces presidente Domingo F. Sarmiento inauguró, en 1874, las comunicaciones interoceánicas mediante cables telegráficos: la Argentina entraba así a la primera era global.

Sin embargo, tanto el telégrafo como el teléfono necesitaban una línea material, “un cable”, para que puedan enviarse los mensajes de un punto a otro. La entrada en escena de Guglielmo Marconi les dará un giro revolucionario a las comunicaciones.

Marconi (izq.) junto a sus colaboradores en Signal Hill (Terranova).

¿Tienes un “Marconigrama”?

Aceptando la apuesta, el joven científico se puso a trabajar y después de numerosos experimentos logró activar un timbre eléctrico remoto. Preocupado por algunos problemas que tenían sus pruebas, otro invento le dio la clave que buscaba: el físico ruso Alexander Popov descubrió que un receptor de ondas es más sensible si se le adiciona una antena, es decir, un cable conectado al aparato y a tierra, y tendido lo más alto posible.

Entusiasmado, Marconi moviliza a toda la familia y a la servidumbre en su casa paterna convertida en laboratorio, y tras varias experiencias logra en 1895 transmitir un mensaje telegráfico a la distancia de 1700 metros: es el nacimiento de la telegrafía sin hilos (sin cables).

En Italia, sus trabajos despertaron poco interés y se trasladó a la pragmática Inglaterra. Allí fundó en 1897 la que en pocos años fue la Marconi’s Wireless Telegraph Company.

Marconi ambicionaba comunicar al mundo mediante sus equipos, haciendo más sutil el “gran nervio” de Hawthorne. Según las crónicas, hacia 1908 creó una sucursal de su compañía en la localidad suburbana de Bernal, 17 km al sur de Buenos Aires, gerenciada por allegados.

AGN

Remontando barriletes en Bernal

En la lejana primavera de ese 1910, Marconi y sus colaboradores desembarcaron en Buenos Aires, trayendo consigo numerosos equipos y barriletes. Su destino final: Bernal.

Paulatinamente, los habitantes de la zona se acercaron a presenciar el raro espectáculo, sin comprender muy bien de qué se trataba... Alguien dijo que entre los hombres del barrilete había un científico italiano, que intentaba comunicarse con el resto del mundo usando sólo esas cosas. Vaya, el progreso...

El ingenioso –y económico– recurso del barrilete había sido experimentado con éxito por Marconi en otras oportunidades. El hilo de remontar era un conductor eléctrico, y la cometa no hacía más que tender una larga antena al cielo, reemplazando las enormes estructuras metálicas de las torres de antenas.

Finalmente, y tras varios intentos, en una ventosa tarde de septiembre de 1910, los auriculares del ingeniero italiano vibraron: las señales provenientes de Canadá primero e Irlanda después pudieron captarse en Bernal. El primer contacto radiotelegráfico de la Argentina se había realizado.

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