ASTRONOMíA
› Por Mariano Ribas
La amenaza de los asteroides es bien real, pero eso no significa que cualquier asteroide sea una verdadera amenaza para la Tierra. Y mucho menos si se trata de un objeto recién descubierto, del que casi nada sabemos: durante los últimos días, el asteroide 2002 NT7 se hizo famoso en todo el mundo (incluyendo a la Argentina, claro) porque, se dijo, podría chocar contra la Tierra en 2019. La noticia, disparada por casi todos los medios, infundió miedos y preocupación. Y no podía esperarse otra cosa. Sin embargo, los astrónomos habían aclarado, una y otra vez, que las chances de impacto eran ínfimas. Y sobre eso no se dijo casi nada. Ahora, con más datos a mano, la amenaza de 2002 NT7 ha quedado completamente descartada, al menos por varias décadas.
HabIa una vez...
Esta pequeña pero resonante historia comenzó el 9 de julio, cuando
el telescopio robot Linear (instalado en Nuevo México, Estados Unidos)
detectó (por enésima vez) un pálido punto de luz que cambiada
de posición con el correr de las horas. Se trataba de un asteroide de
2 kilómetros de diámetro que inmediatamente recibió la
etiqueta de 2002 NT7. Como suele suceder, nuevas observaciones permitieron definir,
precariamente, su trayectoria y su órbita de algo más de 2 años
alrededor del Sol. Hasta aquí, nada. Pero dos semanas más tarde,
un grupo de astrónomos del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA
calculó que había una remotísima probabilidad de que la
roca espacial se estrellara contra nuestro planeta el 1º de febrero de
2019, momento en el que ambos cruzarían una misma zona del espacio. Para
más datos: una chance en 250 mil. Posible, pero abrumadoramente improbable.
Y aun ante esa exigua posibilidad, Donald Yeomans, del Programa de Objetos Cercanos
a la Tierra del JPL, relativizó más el asunto: Hemos estado
siguiendo a 2002 NT7 por algunos días y nos faltan más datos,
aunque sospecho que en poco tiempo más la posibilidad de impacto quedará
completamente descartada.
Amenaza inflada
Pero no hubo caso. Como la chance técnicamente existía, la noticia
dio la vuelta al mundo: los diarios, la radio y la TV, de aquí y de allá,
hicieron hincapié en la supuesta fecha fatídica y en las tremendas
consecuencias que ocasionaría la caída de esa mole de roca cósmica,
pero no en lo improbable del desastre. No es la primera vez que ocurre. (Paradójicamente,
a mediados de junio tal como informó Futuro en su momento
un asteroide de cien metros nos pasó raspando, menos de un
tercio de la distancia a la Luna), pero, curiosamente, el caso mucho más
significativo casi no tuvo difusión. Ahora, parece haberse cerrado:
sobre la base de las flamantes observaciones de 2002 NT7 los astrónomos
acaban de despejar cualquier sombra de duda: Con el procesamiento de los
últimos datos ya podemos descartar cualquier posibilidad de impacto del
asteroide en febrero de 2019, dice Yeomans. De todos modos, persiste una
pequeñísima chance para 2060. Por ahora, el famoso asteroide ya
no debería preocuparnos. De todos modos, eso no significa que la humanidad
se olvide de la amenaza de las rocas espaciales que, cada tanto, se acercan
a la Tierra. Y que hasta ahora forman un catálogo de más de 400.
Pero ésa ya es otra historia.
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