NOTA DE TAPA
› Por Ricardo Gomez Vecchio
La tecnología no es un tema actual, nos ha acompañado a lo largo de la historia. Se desarrolló con nosotros. Desde que el hombre es hombre, se rodeó de tecnologías indispensables para enfrentar el día a día, partiendo de las más simples, como el manejo del fuego, hasta las más complejas, como la tecnología informática.
La tecnología está en todas partes, cada día más metida en nuestra conciencia. Somos, en parte, aquello que la tecnología nos permite ser. Cuesta imaginar un mundo sin energía eléctrica, TV, teléfonos celulares, computadoras, etc., etc. Y nos cuesta imaginarnos despegados de todos estos recursos indispensables para sostener la civilización actual.
Es indiscutible pensar que el hombre ha podido desarrollarse gracias a la tecnología. Pero tampoco se pone en duda que ésta ha invadido progresivamente distintas áreas de la existencia humana, antes reservadas a la pura contemplación o divertimento.
Si no, analicemos el último verano, cuando las playas empezaron a verse pobladas no ya sólo de bikinis, sino de celulares, palms y notebooks conectadas a Internet. O recordemos las imágenes de esos lejanos y románticos escaladores de montañas inaccesibles, que actualmente replican tamañas hazañas pero con sus GPS en mano o en la mochila.
En cierta forma, si bien la tecnología nos resulta indispensable, al menos en los tiempos que corren, también la vivimos como una invasión, como algo externo y ajeno a lo que debemos adaptarnos, y que nos exige demanda, comprensión y esfuerzo.
Para los que peinan algunas canas, el hombre nuclear y la mujer biónica eran hace unas décadas realidades lejanas, personajes de ficción. Hoy van camino a dejar de serlo. Si uno sigue un poco los avances en ciertas ramas de la investigación, se da cuenta de que el próximo paso de la invasión tecnológica parece ser el cuerpo. Y es entonces cuando comienzan a acecharnos las imágenes de los cyborgs, los Robocop y los androides.
Sí, claro, es cierto que ya la medicina hace muchos años que se introduce en nuestro cuerpo, y que la genética, de un modo más sutil y hasta cierto punto imperceptible para el ojo ingenuo, plantea grandes modificaciones en los organismos. Pero hablamos aquí de esas tecnologías que mezclan lo natural con lo artificial, lo corporal con lo cibernético, y que nos hacen pensar en seres mixtos, híbridos entre lo humano y alguna otra cosa.
Porque quienes desarrollan tecnologías ya no están pensando sólo en dispositivos para reparar trastornos, como un brazo ortopédico o un marcapasos. La aplicación de ciertos avances en campos como la nanotecnología y las neurociencias permiten crear recursos que pueden llegar a ser de uso generalizado para la vida cotidiana del común de los mortales. Tres ejemplos de logros recientes bastan para avizorar esta realidad al alcance de la mano.
Ciertos personajes de películas, como Terminator, utilizan ojos biónicos para ampliar escenas distantes, resaltar detalles útiles en su campo visual, o crear marcas sobreimpresas de referencia como las de las mirillas telescópicas. Actualmente, este tipo de tecnología está siendo propuesta para otros fines. Por ejemplo, ayudar a personas con problemas en la vista, diseñar paneles virtuales de control de conducción de vehículos, e incluso navegar por la red de redes mientras se hace otra cosa y no es posible estar ante la pantalla de un monitor convencional.
Para eso, un grupo de ingenieros de la Universidad de Washington utilizó por primera vez técnicas de fabricación a escalas microscópicas. Combinaron una lente de contacto flexible y biológicamente segura, con fuentes de luz y un circuito electrónico impreso. Mirando a través de esa lente podremos ver, de forma superpuesta al mundo exterior, lo que genere el display incorporado en la lente. Colocar o retirar ese “ojo biónico” será tan fácil como ponerse o quitarse una lente de contacto, y aseguran que no ocasionará molestia física.
No tema, los microdispositivos instalados en esas lentes no obstruirán la vista. Existe un área grande por fuera de la parte transparente del ojo que se usará para colocar allí la instrumentación. Las mejoras futuras incluirán comunicación inalámbrica hacia y desde la lente. Además, los investigadores esperan alimentar todo el sistema usando una combinación de energía de radiofrecuencia y células solares en la lente. Nada más lejos de la ciencia ficción. Esto ocurrirá en la vida real.
Otro ejemplo: acaban de crear un dispositivo ortopédico mecánico para la rodilla que genera energía cuando el usuario camina. Esa energía es suficiente como para permitir el funcionamiento de un localizador GPS portátil, un teléfono móvil, una articulación de prótesis motorizada o un neurotransmisor implantado. Sus creadores son investigadores de la Universidad de Michigan y la Universidad de Pittsburgh, en los Estados Unidos, y de la Universidad Simon Fraser, en Canadá.
El dispositivo es más que ingenioso. La abrazadera para la rodilla recoge la energía que se pierde cuando una persona frena después de mover la pierna hacia adelante para dar un paso. Es un hecho que cuando uno va frenando la rodilla al término del movimiento de la pierna, la mayor parte de esa energía simplemente se desperdicia. Pero este nuevo sistema permite utilizarla.
Los científicos lo probaron en seis hombres que caminaron a ritmo tranquilo en una cinta mecánica a razón de 3,6 kilómetros por hora, y midieron la respiración de estas personas para determinar la intensidad de su esfuerzo. Un grupo de control usó la abrazadera con el generador desconectado para medir en qué forma los afectaba el peso de 1,6 kilogramo de la abrazadera.
En la modalidad en la cual la abrazadera sólo se activa cuando la rodilla frena, los sujetos requirieron menos de un vatio de energía metabólica adicional por cada vatio de electricidad que generaron. Un generador típico de palanca manual, por comparación, requiere un promedio de 6,4 vatios para generar un vatio de electricidad debido a las ineficiencias de los músculos y los generadores.
Una versión de este invento sería de ayuda para esos románticos montañistas de los que hablábamos o para los soldados que no tienen acceso fácil a una fuente de electricidad. Y sus inventores creen que otros mecanismos similares podrían construirse para otros dispositivos implantables, tales como los marcapasos, que hoy por hoy necesitan una batería y una intervención quirúrgica periódica para reemplazarla cuando se agota. Además, piensan que en el futuro podrán implantar un colector de energía junto con el dispositivo para generar electricidad al caminar.
A estos ejemplos se suma el siguiente. Hoy en día es posible usar la actividad cerebral para controlar en tiempo real los patrones de marcha de un robot que se encuentra al otro lado del mundo.
Un equipo de investigadores del Centro Médico de la Universidad Duke, en los Estados Unidos, está trabajando con los expertos del Proyecto Cerebro Computacional de la Agencia Japonesa de Ciencia y Tecnología, en algo que, esperan, va a ayudar a las personas con parálisis a recuperar la capacidad de caminar, mediante prótesis robóticas.
Utilizaron métodos muy sofisticados para capturar la actividad de cientos de células cerebrales localizadas en múltiples áreas del cerebro. Para recoger esa información, a dos monos macacos rhesus les implantaron en el cerebro electrodos que recopilaban señales emitidas por células en la corteza motora y en la sensorial. Registraron cómo las células respondían a medida que el mono caminaba sobre una cinta móvil a varias velocidades, y mientras andaba hacia atrás y hacia adelante. Al mismo tiempo, sensores en las piernas rastrearon los patrones reales de marcha mientras se movían.
Luego, usando modelos matemáticos, fueron capaces de analizar la relación que hay entre el movimiento de las piernas y la actividad de las células cerebrales. Así determinaron con qué grado de precisión la información obtenida de estas últimas era capaz de predecir la velocidad exacta del movimiento y la longitud de los pasos.
En síntesis, fueron capaces de registrar actividades cerebrales, predecir cuáles serían los patrones de locomoción y enviar las señales de las órdenes motoras del animal hacia el robot. Pero eso no es todo, también habilitaron una transmisión en tiempo real de la información. Esto permitió que la actividad cerebral de un mono en Carolina del Norte pudiera controlar los movimientos de un robot en Japón. Como resultado, ambos pudieron caminar en sincronía.
La tecnología avanza a pasos acelerados, mientras que las explicaciones de sus impactos, tanto en el hombre como en la sociedad y el medio ambiente suelen ir detrás. Suele decirse que las ciencias sociales, como la sociología, la antropología o la psicología avanzan a paso más lento que las llamadas exactas, como la física o las matemáticas. Ocurre que las aplicaciones tecnológicas tienden a convertirse en productos cada vez más rápidos, casi siempre sin haberse estudiado las posibles consecuencias, y en muchos casos sin que existan legislaciones que las encuadren o limiten, como sucede con la manipulación genética.
El resultado es que esas tecnologías, en principio indudables avances, suelen ocasionar trastornos no previstos, al introducir nuevos factores en una realidad de por sí compleja. Sociólogos, psicólogos y ambientalistas, por nombrar a algunos especialistas, deben desentrañar luego cómo esa complejidad introduce cambios en las sociedades, el hombre y el medio ambiente. Basta mencionar como ilustración de este fenómeno los notables problemas que crean la contaminación ambiental o el agotamiento de los recursos naturales.
Una reciente investigación nos da la pauta de cómo las tecnologías introducen cambios imprevistos en el ambiente social que construimos. Según un estudio de la Universidad de Utah, Estados Unidos, las personas al volante de un vehículo que hablan a través del teléfono móvil no sólo son peligrosas por el riesgo de sufrir una distracción y provocar un accidente, sino que también circulan más despacio en la autopista, adelantan a vehículos lentos con menos frecuencia, y tardan más tiempo en completar sus viajes.
En el estudio utilizaron un simulador de conducción. Una persona se sienta en el asiento delantero equipado con acelerador, frenos y otros elementos de un automóvil, y se proyectan escenas realistas de tráfico en tres pantallas alrededor del conductor. Los resultados indicaron que, cuando los conductores conversaban por teléfono, realizaban menos cantidad de cambios de carril, tenían una velocidad general media inferior, y experimentaban un incremento significativo en el tiempo de viaje en condiciones de mediana y alta densidad de tráfico.
De por sí, permanecer en un carril sin adelantar vehículos podría ser interpretado como más seguro, al igual que conducir ligeramente más despacio o mantener una mayor distancia a otros vehículos. Pero si esto se hace porque se está distraído hablando por teléfono, entonces no es más seguro.
El dato puede parecer poco relevante, pero si muchas personas no están cambiando de carril cuando debieran, y conducen más despacio, se reduce de manera sustancial el flujo de tráfico. Y si dos o tres personas demoran a los conductores que vienen detrás, originan un efecto cascada y se hacen más lentos los trayectos diarios entre el lugar de residencia y el del trabajo de todos los demás. Un pequeño ejemplo de cómo algo tan aparentemente simple como usar el celular mientras se maneja provoca efectos inesperados y perjudiciales.
Más allá de los efectos adversos, que es importante tomar en cuenta, las tecnologías nos rodean, nos ayudan y nos hacen más fácil la vida. Todo parece indicar que, además, en muy poco tiempo comenzarán a integrarse cada vez más a nuestro cuerpo. ¿De qué modo esta nueva realidad que se avecina impactará en la subjetividad, cambiará nuestra concepción del yo, pondrá un poco más en duda qué cosas pertenecen al adentro y al afuera?
Alguien dijo hace unos años que la tecnología no puede deshacerse. Lo que se ha inventado no puede desinventarse. Probablemente en los años venideros asistiremos a una nueva etapa ante la que deberemos estar atentos y de la que probablemente surgirán nuevas categorías con las que pensar sobre nosotros, los seres humanos. O, tal vez, deberíamos llamarlos los tecno-humanos.
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