NOTA DE TAPA
Robert Wiener presentó a la Cibernética como una ciencia interdisciplinaria dedicada al análisis de los sistemas de comunicación, organismos vivos, máquinas y organizaciones por igual. Y esta gama variada y pintoresca (a veces temible) generó la interacción de supercientíficos que brillaban en áreas dispares (Bateson, Von Neuman y el mismo Wiener); confluyeron, entre 1946 y 1953, en una serie de conferencias donde trabajaron al preciso filo de un nuevo paradigma, aunque sin cortarse.
› Por Pablo Capanna
Cualquier revista técnica de hoy nos dirá que “cibernética” es apenas el nombre que se le daba antiguamente a la informática o, como prefieren algunos, a las Ciencias del Computador. Sin embargo, la misma revista pasará de inmediato a hablar de ese “ciberespacio” que inventó el novelista William Gibson pensando precisamente en la cibernética.
La explicación podrá ser válida para el público nerd, que lo que más teme es parecer anticuado, pero está lejos de ser la mejor. La cibernética, tal como la concibieron sus fundadores, John von Neumann y Norbert Wiener, era una ciencia mucho más ambiciosa, que pretendía extender sus dominios hasta el mundo de la biología, la psicología, la antropología y la política.
Hace cincuenta años, Wiener la definió como “la ciencia del control, en la interacción de hombres, animales y máquinas”. Tampoco dejó de anticipar las revoluciones tecnológicas que protagonizaría la cibernética durante el resto del siglo y están lejos de haber concluido.
El nacimiento de la cibernética se puede remontar a un ciclo de seminarios interdisciplinarios que tuvieron lugar en Nueva York entre 1946 y 1953, organizadOs por la Fundación Macy. Fue una ocasión histórica, en la cual se convocó a una cantidad de nombres notables de la ciencia, de esos de los que todavía se habla.
El temario de los seminarios fue creciendo y ramificándose a medida que se sucedían los encuentros y se incorporaban nuevos invitados. Pocas veces se llegó a reunir tal masa crítica de inteligencia con un provecho tan grande, y se diría que aún seguimos disfrutando de aquella inversión.
Sin embargo, con el andar del tiempo, las carreras de los hombres que convocaron las Conferencias Macy (Von Neumann, Wiener y Bateson) se hicieron radicalmente divergentes. De algún modo llegaron a reflejar buena parte del espectro ideológico del siglo XX.
La necesidad de sacar a los especialistas de su encierro para hacerlos interactuar con los expertos de otras disciplinas comenzaba a hacerse sentir en 1942. Encontró su expresión en un seminario que convocaron los matemáticos John von Neumann y Norbert Wiener junto con los antropólogos Gregory Bateson y Margaret Mead. El tema original era algo insólito (la “inhibición cerebral”) y se refería a la hipnosis.
Pasaron los años de la guerra, durante la cual fueron movilizados Wiener y Von Neumann. En 1946, el británico Bateson volvió a intentar otra convocatoria, contando ahora con el subsidio de la Fundación Josiah Macy, una entidad médico-filantrópica que estaba dispuesta a financiarla.
Bateson, que siempre había tenido una gama muy amplia de intereses, se había sentido atraído por los trabajos de los neurofisiólogos MacCulloch y Rosenblueth tanto como por las posibilidades que abrían las primeras computadoras.
Fue él quien colaboró con Warren MacCulloch en marzo de 1946 para confeccionar la lista de invitados. Lograron reunir a 22 científicos en actividad, que intercambiaron ideas durante dos días en el hotel Beekman de Nueva York. No se habló de “nuevo paradigma”, porque la palabra aún no se usaba. Estábamos a casi dos décadas antes de K (antes de Kuhn, obviamente). Pero ésa era la idea que estaba comenzando a circular.
La lista de los científicos invitados era impresionante. Aparte de las ciencias sociales, que estaban representadas por Bateson y Mead, la ingeniería y la matemática aplicada contaban con Wiener y Von Neumann y la fisiología con Rosenblueth, Lorente y Gerard.
También hubo ingenieros, físicos, psiquiatras, sociólogos y antropólogos. Estuvieron presentes el filósofo F. S. C. Northrop y el psicólogo gestáltico Kurt Lewin. Fueron invitados, aunque por distintas razones terminaron por no concurrir, el matemático Gödel, el economista Oskar Morgenstern y el historiador de la ciencia Giorgio de Santillana.
La convocatoria de 1946 invitaba a participar de una “Conferencia para los Mecanismos Circulares Causales y de Retroalimentación en los sistemas biológicos y sociales”. El concepto de Retroalimentación (feedback) que hoy hasta los políticos se han acostumbrado a usar para asimilar el impacto de las encuestas comenzaba a imponerse.
Las sesiones fueron tan informales como para abrir un gran espacio a la creatividad. El austríaco Heinz von Foerster fue invitado por MacCulloch a raíz de un artículo que había escrito sobre las bases moleculares de la memoria. Recién llegado, tuvo que exponer en inglés, para lo cual contaba apenas con un vocabulario tarzanesco. Para que aprendiera el idioma, lo nombraron secretario, y cualquiera diría que su desempeño fue excelente.
En los seminarios, Von Neumann disertaba como un profesor dueño de su cátedra. En cambio, Wiener solía dormirse a menudo, emitiendo sonoros ronquidos. Pero bastaba que alguien mencionara alguno de sus temas favoritos para que despertara instantáneamente, tomara la tiza y comenzara a hablar como si nada.
En 1947 y 1948 se realizaron otros dos encuentros cada año, con la misma consigna. Pero a partir de la publicación del libro Cybernetics (1948) ,de Wiener, las cosas cambiaron. A partir de 1949 los seminarios pasaron a ostentar en el título la palabra cibernética. Wiener la había tomado de Platón, quien la había usado para la política. Si el Estado era un barco, decía Platón que al Ejecutivo le correspondía ejercer el “arte del timonel” (kybernetes), basado en la prudencia y el realismo.
Bateson solía decir que los dos acontecimientos fundamentales del siglo XX habían sido el Tratado de Versalles, que engendró la Segunda Guerra Mundial, y la creación de la cibernética. El tiempo parecería haberle dado la razón.
El grupo de Macy intentó una revisión de las ciencias, incluyendo las biológicas y las sociales, a partir de una lógica informática que todavía estaba por hacerse. Se discutieron todas las tendencias que entonces parecían prometer un nuevo paradigma: la Teoría General de Sistemas de Von Bertalanffy, la Semántica General de Korzybski y los modelos topológicos que proponía Kurt Lewin para la psicología.
El concepto de “homeostasis” (un circuito de realimentación que había propuesto el fisiólogo Cannon) fue tema de discusión de los seminarios tanto como las ecuaciones del meteorólogo Richardson sobre la carrera armamentista. El resultado fue una fecundación cruzada que dejó sus huellas en casi todos los campos de la ciencia. Pero si hablamos de sus promotores, se diría que a partir de entonces sus caminos se separaron y tomaron direcciones divergentes.
Sería difícil negarle a John von Neumann (1903-1957) la condición de genio de la matemática aplicada, pero cualquiera diría que sus condiciones éticas no estaban a la misma altura. Nacido en Hungría, hijo de un banquero judío, se había formado en Europa y odiaba a los rusos por motivos más étnicos que ideológicos. Tenía hábitos aristocratizantes y se complacía en codearse con la alta sociedad y frecuentar las esferas del poder político.
Cuando Oppenheimer lo convocó para el Proyecto Manhattan, desempeñó un papel decisivo tanto en el nacimiento de la bomba atómica como en el de las primeras computadoras analógicas, una de las cuales llegó a llamarse Johnniac en su homenaje.
En la posguerra, fue uno de los principales impulsores de la carrera armamentista, de la bomba de hidrógeno y de los misiles intercontinentales. En 1950 propuso arrasar a la URSS con un masivo ataque nuclear “preventivo”, pero los militares (que por suerte tenían ideas más claras acerca de la guerra) lo disuadieron a tiempo.
Su principal aporte teórico fue la Teoría de Juegos, una suerte de lógica pensada para la política. Sus aplicaciones más irresponsables corrieron por cuenta de la famosa Rand Corporation, que entre otras cosas usó para conducir la guerra de Vietnam.
Von Neumann desestimaba los efectos biológicos de la radiactividad, y alguna vez llegó a proponer que se modificara el clima del planeta, cambiando el albedo de la Tierra por medio de explosiones termonucleares atmosféricas.
Murió de cáncer a los 53 años, probablemente por haber estado expuesto a la radiactividad durante las pruebas nucleares que presenció. Era agnóstico, pero en sus últimos meses se acercó a la religión. Sentimientos de culpa no le faltarían, y responsabilidades tampoco.
A diferencia de von Neumann, el norteamericano Norbert Wiener (1894-1964) se apartó del poder y acabó por convertirse en lo que por aquel entonces aún se llamaba “un intelectual”. Era hijo de un profesor judío polaco, que le dio una educación excepcional. Su vida fue la de un “ex niño prodigio”: ése fue el título que le puso a su autobiografía.
Llegó a Harvard a los 18 años, estudió lógica con Russell y Hilbert, e hizo toda su carrera en el Masachusetts Institute of Technology (MIT). Sus fundamentales aportes a la cibernética fueron hechos en tiempos de guerra, con sus pioneros estudios del cálculo de tiro para los cañones antiaéreos.
Sin embargo, la bomba de Hiroshima lo llenó de espanto, y desde entonces tomó distancia de cualquier compromiso bélico. Optó por dirigirse a un público amplio y escribió varios libros para el lector medio, incluyendo la novela que dedicó a Heaviside, un hombre de ciencia que había sido víctima de inescrupulosos, ineptos y plagiarios.
Sus libros más polémicos, además de Cibernética y sociedad, fueron El uso humano de los seres humanos (1954) y Dios y el Golem (1964), que investigan los usos de la tecnología.
Wiener defendió un ideario liberal, que hoy llamaríamos progresista. Fue el primero en escribir (¡en 1949!) sobre la desocupación de origen tecnológico que avizoraba para el futuro, a medida que la cibernética fuera abriéndose paso.
Casi cincuenta años más tarde, Vivianne Forrester evocaría sus páginas más proféticas a la hora de escribir El horror económico (1996). Pocos autores habían llegado a anticipar las consecuencias de la globalización y de la exclusión social.
El último de los cerebros de Macy fue Gregory Bateson (1902-1980). Era hijo de uno de los padres de la genética: William Bateson (1861-1926), que le puso Gregory por Mendel, y le dio una sólida formación biológica. Gregory la aprovecharía creativamente a la hora de dedicarse a las ciencias humanas. En su juventud, hizo notables investigaciones antropológicas en la jungla de Nueva Guinea, cuando estaba casado con Margaret Mead (1901-1978).
En la época de las conferencias Macy solía discutir con Wiener sobre psicoanálisis, especialmente sobre el concepto freudiano de “energía”. El matemático le objetaba a Freud que la información es algo más que energía.
En sus diálogos con Wiener se originó su doctrina del “doble vínculo” sobre el origen de la esquizofrenia, que después fue dejada de lado cuando llegó el auge de la neuroquímica.
Eso que entonces Bateson llamaba “la teología de los Alcohólicos Anónimos” sirvió de base a todos los grupos de autoayuda que conocimos después. Del mismo modo, su consigna “aprender a aprender” fue acogida con entusiasmo por los pedagogos, aunque pocas veces se tradujo en hechos.
De las ecuaciones de Richardson sobre la carrera armamentista Bateson sacó el concepto de “cismogénesis”, que acuñó para hablar de ciertas culturas arcaicas caracterizadas por la competitividad, aunque es muy probable que estuviera pensando en la Guerra Fría. Desde 1949 a 1962 trabajó en el hospital psiquiátrico de Palo Alto, y a su alrededor se formó toda una perdurable escuela de psicólogos.
Con los años, comenzó a manifestar un marcado interés por el esoterismo, especialmente notable en sus últimas obras, que tienen más citas de Carl Gustav Jung que referencias a la cibernética. Años antes, había acompañado a John Lilly en sus estudios sobre la conducta de los cetáceos, antes de que Lilly se apartara definitivamente de la ciencia para convertirse en gurú de una secta.
En la vida de Bateson el paso decisivo se dio cuando se incorporó al Instituto Esalen, cuya fundación había sido inspirada por Aldous Huxley y Alan Watts. Desde el Big Sur californiano, Esalen llegó a ser esa Meca del nuevo paradigma que visitaron tantas figuras notables en los años sesenta, en busca de saberes “alternativos.”
Es muy posible que Bateson haya sido el ideólogo fundador del movimiento New Age, que Marilyn Ferguson se encargó de difundir como “la conspiración de Acuario”. Sus resultados están a la vista: colorido reciclaje de la teosofía, con algunos temas nuevos y mucho de negocio, a pesar de las intenciones que pudieran tener sus fundadores.
Así es la diversidad humana. En Macy se dieron las condiciones para el intercambio, pero cada uno sacó las conclusiones que estaría buscando...
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