HISTORIA DE LA COMUNICACION
Muchos ríos de códigos, cifrados y emisiones de todo tipo y calibre debieron correr a lo largo y ancho de ambos océanos para que la radio, finalmente, pudiera materializarse y entrar en el salón de la fama de los medios de comunicación.
› Por Claudio H. Sánchez
El conocimiento de la electricidad y el magnetismo se perfeccionó durante la primera mitad del siglo XIX. Gracias a los trabajos de –entre otros– André Ampère en Francia, Hans Christian Oersted en Dinamarca, Michael Faraday en Inglaterra y Joseph Henry en Estados Unidos, se llegó a la conclusión de que electricidad y magnetismo eran dos manifestaciones de un mismo fenómeno. Este trabajo fue completado hacia 1870 por el físico escocés James Clerk Maxwell, que reunió todo el conocimiento del tema en un juego de ecuaciones llamadas, justamente, Ecuaciones de Maxwell.
Las Ecuaciones de Maxwell describen el comportamiento de los campos eléctricos y magnéticos. Operando con esas ecuaciones, Maxwell predijo que estos campos deberían propagarse por el espacio mediante ondas que viajan a la velocidad de la luz. Estas ondas electromagnéticas fueron producidas y detectadas efectivamente por el físico alemán Heinrich Rudolf Hertz en 1888, casi diez años después de la muerte de Maxwell.
Por entonces ya existían el telégrafo y el teléfono, que usaban la electricidad para enviar mensajes a través de un cable. Los descubrimientos de Maxwell y Hertz demostraban que los impulsos eléctricos podían viajar a través del espacio, sin necesidad de cables. Por lo tanto, no pasaría mucho tiempo antes de que alguien pensara en aparatos de comunicación inalámbrica.
Históricamente, el primero que lo logró fue el italiano Guglielmo Marconi, quien comenzó a construir y operar primitivos transmisores durante su adolescencia, en la década de 1890. Con transmisores cada vez más potentes y antenas cada vez más grandes fue incrementando progresivamente el alcance de sus comunicaciones. En 1899 envió señales desde Francia hacia Inglaterra, a través del canal de la Mancha y en 1902, a través del Atlántico.
Por todo esto Marconi es considerado el padre de las comunicaciones inalámbricas. Pero esa paternidad fue disputada por Nikola Tesla, un físico e inventor norteamericano de origen serbio. Tesla era un personaje pintoresco con gusto por lo extravagante. Es uno de los personajes secundarios de la película El gran truco (The Prestige), donde es interpretado por David Bowie. En 1897 había obtenido una patente por un dispositivo que podría usarse en comunicaciones inalámbricas.
Tesla, que también protagonizó una disputa con Thomas Edison por el uso de corriente alterna o continua, reclamó en su momento que las experiencias de Marconi se basaban en su patente de 1897. La Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos no aceptó esos reclamos hasta 1943, pocos meses después de la muerte de Tesla.
Aunque Marconi pertenecía a una familia acomodada, el desarrollo de la radiotelegrafía lo convirtió en millonario. En 1909, a los 35 años, recibió el Premio Nobel de Física. También fue nombrado marqués por el gobierno de Italia. El suyo es un caso especial en la historia de la ciencia por haber obtenido tanto fortuna material como gloria académica. Tesla, por su parte, murió en la pobreza.
El dispositivo radiotelegráfico de Marconi usaba un generador de arco eléctrico como transmisor y un aparato llamado cohesor, que consistía en una cápsula rellena con limaduras metálicas, que actuaba como receptor. El arco emitía ondas electromagnéticas que se propagaban por el espacio y, al alcanzar el cohesor, hacía que las limaduras se apelmazaran y variaran sus propiedades eléctricas, permitiendo o restringiendo el paso de una corriente.
Este sistema funcionaba muy bien para transmitir los puntos y rayas del código Morse, pero era demasiado tosco para transmitir sonidos como la voz humana o la música. Un problema era que las limaduras del cohesor permanecían apelmazadas luego de recibir una señal y necesitaban regenerarse de alguna manera. Marconi experimentó con un martillo que sacudía el receptor tras cada señal y luego con un soplador que inyectaba aire, separando las limaduras.
Para la misma época el norteamericano Lee de Forest comenzó a experimentar con un receptor diferente. Consistía en dos láminas metálicas puestas una junto a la otra, pero sin hacer contacto. Una gota de alcohol empapaba ambas láminas. Como las limaduras, el alcohol variaba sus propiedades eléctricas bajo la influencia de ondas electromagnéticas. Este detector era mucho más sensible que el cohesor de Marconi y se regeneraba automáticamente. Sin embargo, todavía no era lo suficientemente bueno como para transmitir sonidos.
De Forest razonó que, si un líquido era más sensible que un sólido, mucho más sensible sería un gas. Diseñó entonces un detector basado en un gas calentado por una llama. Por alguna razón, el aparato no funcionaba tan bien como se esperaba. Además, una llama abierta podía ser peligrosa. Entonces, probó calentar el gas con un filamento eléctrico.
Luego de algunos experimentos, encontró que el gas no era necesario, que la corriente se desprendía del filamento y fluía a través del espacio vacío. Esto ya había sido demostrado años antes por Thomas Edison. De Forest diseñó entonces una segunda lámpara, con sus electrodos encerrados al vacío. Llamó a esta lámpara audión y fue la primera válvula de radio. Esta válvula, y sus sucesoras, con una notable capacidad de detectar y controlar corrientes eléctricas, dominaron la electrónica hasta la década de 1960, cuando fueron reemplazadas por el transistor, más pequeño, barato y durable.
Gracias al audión, De Forest pudo desarrollar aparatos para la emisión y recepción de ondas de radio con la suficiente sensibilidad para soportar sonidos, tal como se hacía a través de un cable telefónico. Había, de todas formas, una diferencia importante entre el teléfono y la radio. Un mensaje telefónico solamente podía ser escuchado por quien estuviera físicamente conectado a la red, lo que, de alguna manera, permitía la privacidad de la comunicación. Un mensaje radial, por el contrario, podía ser escuchado por cualquiera que estuviera dentro del área de alcance del aparato transmisor. Esto, que era un inconveniente desde el punto de la privacidad, permitía el uso de la radio como medio de comunicación masiva.
A principios de 1907 inició una serie de transmisiones experimentales desde su laboratorio: música, charlas informales y noticias. También aprovechó estas transmisiones para anunciar sus propios productos, en lo que sería el nacimiento de la publicidad radial. Las experiencias continuaron y se perfeccionaron durante los años siguientes, se interrumpieron brevemente durante la Primera Guerra Mundial y se reanudaron en 1918. Desde entonces no han cesado. Lee DeForest murió en 1961.
El 27 de agosto de 1920, un puñado de radioaficionados captó las palabras de Enrique Telémaco Susini, que anunciaba desde la terraza del Teatro Coliseo: “Señoras y señores: La Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival Sacro de Richard Wagner, ‘Parsifal’, con la actuación del tenor Maestri, la soprano argentina Sara César y el barítono Rossi Morelli”.
Para muchos estudiosos ésta fue la primera transmisión de radio de la historia. Así lo menciona Carlos Ulanovsky en su libro Días de radio. Pero, mal que le pese al orgullo argentino, esta emisión fue precedida por muchas experiencias similares en Europa y Estados Unidos. En particular, De Forest transmitió en 1910 las óperas Cavalleria Rusticana e I Pagliacci, en la voz de Enrico Caruso, desde un estudio improvisado en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Una experiencia completamente equivalente a la de Susini, pero realizada diez años antes.
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