SE VE A SIMPLE VISTA EN EL CAMPO, Y CON BINOCULARES EN LAS CIUDADES
Una nueva visita celeste sacude los cielos de nuestro hemisferio, pero no viene con visos de divinidad ni mucho menos. Se trata de C/2007 N3, un cometa popularizado bajo el nombre de Lulin, que promete ser uno de los más bellos acontecimientos astronómicos del año.
› Por Mariano Ribas
A esta altura del partido, no está mal confesar algunas de nuestras debilidades: los cometas son una de las cosas más lindas de la astronomía. Por eso, el “Año Internacional de la Astronomía” necesitaba un cometa. Un buen cometa. Y aquí está: no va a ser el cometa del siglo, ni tampoco el cometa de la década (título que ostenta el inolvidable cometa McNaught, de 2007). Pero seguramente será el mejor de 2009. Se llama Lulin y su nombre suena tan simpático como su propio descubrimiento.
Durante las últimas semanas, el cometa Lulin ha ido ganando brillo. Y ahora, sólo faltan unos días para su mayor acercamiento a la Tierra. El C/2007 N3 –como también se lo conoce– ya puede verse fácilmente a ojo desnudo en los oscuros cielos del campo. Y en las ciudades, con la ayuda de binoculares. A continuación, Futuro les cuenta la historia del Lulin, su perfil y, claro, las claves para verlo.
En realidad, todo comenzó hace más de un década, y con otro cometa: en 1997, el Hale-Bopp se convirtió en el “hit astronómico” del año, especialmente en los cielos del Hemisferio Norte. Por entonces, millones y millones de personas quedaron maravilladas con aquel fantasma rechoncho que arrastraba dos gruesas colas, una blanco-amarillenta (de polvo) y la otra azul (de gas). Una de esas personas era Quanzhi Ye, un chinito de 7 años, que no podía creer lo que veía con su pequeño telescopio. Y que en ese mismo momento decidió que algún día encontraría “su” cometa. Y la verdad es que no tardó tanto tiempo en darse el gusto.
Fue el 11 de julio de 2007, cuando Quanzhi Ye, ya adolescente y aficionado a la astronomía, revisaba algunas fotos del cielo, tomadas unos días antes por el astrónomo profesional Chi-Sheng Lin, desde el Observatorio Lu-Lin, en Nantou, Taiwan. Las imágenes mostraban un mar de estrellas y eran parte de un programa de observación (el “Lulin Sky Survey”), destinado a la detección de asteroides potencialmente peligrosos para la Tierra.
Y bien, al rato de revisar el material fotográfico de Lin, el joven Quanzhi Ye descubrió un puntito que cambiaba de lugar de una foto a otra (algo típico en este tipo de hallazgos). El puntito resultó ser un cometa: era el sueño del pibe hecho realidad. Al poco tiempo, el objeto fue bautizado “C/2007 N3 Lulin”, en honor al observatorio taiwanés que tomó las imágenes. De todos modos, Quanzhi Ye sabía que también era “su” cometa. Otro ejemplo de algo muy habitual en astronomía: la estrecha colaboración entre profesionales y amateurs.
Semanas más tarde, y con suficientes observaciones a mano, los astrónomos ya tenían datos precisos sobre el nuevo cometa. Por empezar, su órbita era parabólica, así que era muy probable que ésta fuera su primera visita a la zona interna del Sistema Solar. Además, la órbita del Lulin resultó ser paralela a la eclíptica, el plano general del Sistema Solar. O dicho de otro modo: si el Sol y los planetas estuvieran apoyados sobre una mesa, el Lulin también se movería sobre esa mesa (y no más “arriba” o más “abajo”, como tantísimos otros cometas y asteroides).
Sin embargo, resultó que esta “bola de nieve sucia” –tal como se suele llamar a los cometas– giraba alrededor del Sol a “contramano” de los planetas. Más allá de estas curiosidades orbitales, los primeros datos observacionales también revelaron que el cometa Lulin se convertiría en un objeto bastante brillante en los cielos de la Tierra. Y aquí está el quid de la cuestión: el 24 de febrero de 2009, el pequeño mazacote de roca y hielo pasaría arrastrando sus colas de gas y polvo a “solamente” 61 millones de kilómetros de la Tierra. Lo suficientemente cerca como para verlo bastante bien desde aquí.
Desde su descubrimiento, el Lulin y la Tierra fueron achicando distancias. Hacia fines de enero de este año, el cometa chino-taiwanés era un blanco fácil para pequeños telescopios y binoculares, incluso en las ciudades. Según nuestras propias observaciones, publicadas en la revista de astronomía Sky & Telescope y en la página de Internet Spaceweather, de la NASA (www.spaceweather.com), el 1º de febrero el cometa tenía una magnitud visual de 6.5. Lo que en buen criollo significaba que ya por entonces estaba a punto de verse a ojo desnudo en cielos oscuros.
Por otra parte, su coma (la cabeza del cometa) crecía día a día en tamaño aparente. Y durante estos últimos días, observadores en distintas partes de mundo –Buenos Aires, incluido– han reportado su brillo en torno de la magnitud 5. Suficiente para verlo a simple vista en el campo, y cómodamente con binoculares en las ciudades. De todos modos, lo mejor está por venir: el próximo martes 24, el cometa Lulin alcanzará su mínima distancia a la Tierra. Así que es hora de salir a su encuentro (ver cuadro).
Pero hay algo más: las fotografías (como la que acompaña este artículo) revelaron algo que apenas se intuye en la observación visual: el Lulin es verde. Y ese color se debe, fundamentalmente, al cianógeno (CN) y al carbono diatómico (C2) –dos gases que suelen formar parte de los helados núcleos cometarios–, que se liberan de a chorros vaporosos a causa del calor solar. Expuestos a la luz del Sol, ambos gases brillan en un precioso color verde-azulado. O simplemente, “verde cometa”.
Feliz y emocionado, el propio Quanzhi Ye describe a su criatura: “Es una belleza color verde”. Ahora, con 19 años, el muchacho recuerda su experiencia infantil. Y en perfecta sintonía con el espíritu del Año Internacional de la Astronomía, dice: “Espero que mi experiencia inspire a otros chicos a perseguir aquellos sueños que yo tuve”. Mirar el cielo. Pensar el universo. Y soñar con nuevos cometas.
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