Sáb 09.05.2009
futuro

EL CAMBIO DE PARADIGMA EN CIENCIAS COGNITIVAS

La importancia del cuerpo o la frustración del robot

Para entender las transformaciones que operan en las ciencias cognitivas, la revolución conceptual sobre la mente que involucra a filósofos como Evan Thompson o John Gallagher, Futuro conversó con Ezequiel di Paolo, investigador en ciencias cognitivas y robótica de la Universidad de Sussex, Reino Unido. De la metáfora de la computadora a la importancia del cuerpo: el cambio de paradigma como lucha metafórica.

› Por Matias Alinovi

Las ciencias cognitivas estudian la mente. O, si se quiere, de un modo más general, el problema de la cognición. Aunque el estudio de la mente no es una novedad, lo nuevo, quizás, es la impronta decididamente multidisciplinar que desarrolló en los últimos años: en la ciencias cognitivas prosperan en alegre contubernio físicos, biólogos, psicólogos, filósofos de la mente, ingenieros en robótica y especialistas en computación.

Ahora bien, la disciplina estaría atravesando una modificación profunda en alguno de sus conceptos. Es por lo menos lo que explica el cientista cognitivo Ezequiel di Paolo, de visita en nuestro país gracias al subsidio César Milstein del programa Raíces del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (www.raices.mincyt.gov.ar).

Una revolución conceptual que, de un modo general, procedería del hecho curioso de tener en cuenta la existencia del cuerpo. Es decir, lo nuevo en el estudio de la mente sería la consideración del cuerpo, y a través de esa consideración quedaría habilitada la dimensión temporal del problema cognitivo. Pero también el interés, concepto problemático.

“Para entender por qué –explica di Paolo–, hay que considerar lo que llamamos desempeños cognitivos: el hecho de evaluar una situación y tomar una decisión, por ejemplo. Un hombre que al cruzar la calle debe decidir en qué momento hacerlo y a qué velocidad. En el paradigma tradicional, ese problema se considera como puramente formal: hay ciertos datos que deben ser procesados para llegar a una conclusión. Y ese problema formal remite a la metáfora paradigmática de la computadora: el cerebro del hombre es como una computadora resolviendo el problema.”

Lo cierto es que en el problema así planteado no está presente la temporalidad. Tradicionalmente, la inteligencia artificial nunca se interesó por el tiempo, sino sólo por alcanzar soluciones. Siempre que el sistema sea capaz de llegar a la respuesta correcta, es indiferente que emplee un segundo o una hora.

“Lo que sucede es que, justamente, hay una diferencia definitiva entre emplear un segundo y una hora cuando, por ejemplo, el problema consiste en decidir si moverse hacia la izquierda o hacia la derecha ante la inminencia de un auto que se nos viene encima. La mente debe decidir en tiempo real y con recursos limitados. No puede tomarse una hora, y esa imposibilidad está en la esencia misma del problema. La metáfora de la computadora debe ser reemplazada por la del sistema dinámico.”

La crítica de la inteligencia artificial a través del problema de la temporalidad no es la única. Habría otras formas de criticarla, propias de filósofos de la mente más tradicionales, como John Searle, por ejemplo: a través del problema de la conciencia, o el del significado. Un robot y un gato pueden resolver un mismo problema cognitivo; encontrar, por ejemplo, un plato escondido de comida. Pero el significado de lo que encuentran no es el mismo para ambos. Para el gato la comida vale.

Hay una experiencia que tiene que ver con la diferencia entre que salga o no salga bien una acción. Y esa diferencia procede de la experiencia última de la necesidad y su satisfacción: tener hambre y encontrar comida. Una computadora puede resolver el problema, pero no le interesa si lo que encontró es comida o una caja roja. Esos símbolos, al final, están desconectados de un sustrato no simbólico.

LA GRAN SIMULACION

¿Es decir que el pensamiento comenzaría con el interés? ¿La computadora no piensa porque no está interesada? Según di Paolo: “La computadora sólo simula un proceso y con el robot ocurre lo mismo, aunque se acerque un poco más al interés”.

De alguna manera, en el caso del robot existe una correlación entre las cosas que hace y las que le ocurren. Cuanto más se acerca a la pared, por ejemplo, más se activa el sensor de la distancia a la pared, mientras que la computadora y sus símbolos son completamente arbitrarios. Pero si el robot choca contra la pared, a quien le importa es a quien lo diseñó, y no al robot mismo. Lo que hay allí es una intencionalidad derivada: los motivos del robot están derivados de los motivos del diseñador.

En definitiva, el nuevo paradigma tiene que ver con entender cuáles son los fundamentos orgánicos, fisiológicos, o metabólicos –si se piensa en un animal– de lo que se llama interés. En particular, con el tiempo.

EL ROBOT INDEFINIDO Y LA CELULA PRECISA

Ahora bien, antes del tiempo existe otro problema, del que derivan los demás. Lo que está faltando –y esa falta impide bajar las cosas del interés hacia el robot– es, justamente, la definición de robot. El robot es una identidad indefinida. Ciertamente, no es lo mismo que un animal. Es más bien un aglomerado de tecnología al que se le ha asignado una identidad por convención. Pero, ¿cuál es la diferencia esencial con el animal? Que, de algún modo, según los teóricos del nuevo paradigma cognitivo, “el animal se construye a sí mismo. Está constantemente autodefiniéndose”.

El ejemplo mínimo es el de la célula, que establece una relación circular entre distintos procesos. La célula procesa la energía que encuentra en su entorno, mediante transformaciones químicas. Ese proceso genera a su vez determinados elementos capaces de reparar su membrana, que se cierra sobre sí misma, confinando espacialmente esos procesos que, de otro modo, no podrían prosperar.

Es decir que hay una relación circular entre los distintos elementos, de forma tal que puede afirmarse que la célula es un sistema que tiene una organización particular, y a esa organización se le ha dado el nombre –en el trabajo pionero de dos biólogos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela– de autopoiesis, que significa autoproducción, y que constituye una manera de definir la vida. La vida es un sistema que se autoconstruye materialmente. La autopoiesis sería la condición de existencia de los seres vivos en la continua producción de sí mismos.

Maturana y Varela publicaron su trabajo en 1971. Pero en los últimos cinco años varios investigadores han estado tratando de pasar de la idea de autopoiesis a la idea de la cognición. Es decir, se han preguntado insistentemente en qué sentido un sistema vivo ya es, aun de un modo rudimentario, un sistema cognitivo, un sistema que se relaciona con el mundo en términos de significado.

Los biólogos chilenos propusieron una deducción lógica entre la autoorganización de la vida y la existencia de una entidad cognitiva. La contribución de di Paolo a esa concepción consistió en señalar que en el trabajo de los biólogos chilenos “debía definirse una propiedad más para que la deducción lógica fuera posible: la propiedad de adaptatividad”.

Así, el sistema, además de autoconstruirse, podía reaccionar de manera adaptativa a los cambios en el mundo, y evaluar, gracias a lo que el sistema mismo es, los distintos eventos como buenos o malos en el sentido de que favorecen su autosubsistencia, o se la impiden. “Nótese –insiste di Paolo– que a partir de la autoconstrucción surge una normatividad: hay cosas que son buenas y cosas que son malas, donde antes solamente había eventos físicos.”

EL PAPEL DEL MODELO

Entre otras cosas, en ciencias cognitivas los modelos cumplen una función heurística. Como el fenómeno real presenta tal complejidad, el modelo ayuda a idealizar una determinada situación para, heurísticamente, concentrarse sobre ciertos aspectos del problema. Los modelos son el equivalente de los experimentos pensados de la física; ayudan a pensar.

Pero los modelos también pueden aportar a las discusiones sobre los presupuestos elementales. Pueden conducir a preguntas más básicas, más fundamentales, sobre filosofía de la mente. Los modelos deliberadamente simples pueden servir para entender si una idea funciona de una determinada manera. Encontrar discrepancias entre el modo en que se creía que debía funcionar un modelo y la realidad suele conducir a nuevas preguntas. Por ejemplo: ¿le importan las cosas al robot?

“Si hay quien piensa que la pregunta es banal, es porque nunca ha hecho robótica. Cuando uno empieza a estudiar una disciplina, nunca se plantea ciertas preguntas, hay allí un punto ciego. Si las cosas que le ocurren a un robot las viviera un animal, uno se daría cuenta de que al animal esas cosas le importan, que hay una diferencia: lo que está haciendo el animal es algo que tiene un sentido para él.” A veces es la diferencia entre la vida y la muerte. Y el punto último de donde surge esta normatividad es esa transición entre ser y de ser lo que se es.

PERDER LA IDENTIDAD

Aunque el animal no tiene un conocimiento –digámoslo así– presente, de su propia precariedad, sí lo tiene al nivel del organismo. El organismo está, si se quiere, munido de barreras que impiden que se cruce esa frontera del dejar de ser: el dolor, la fiebre, las protecciones físicas. Todas esas son barreras adaptativas que le permiten actuar antes de cruzar la frontera. De un lado de la frontera todavía está vivo, del otro está muerto. Puede parecer una opción binaria. Pero, justamente, existen todas esas capas adaptativas que le avisan paulatinamente que le está yendo mal. Eso es lo que genera el significado: la combinación entre una normatividad vida/muerte, y la gradación que genera la adaptividad.

PRESUPUESTOS

Hay en las explicaciones de di Paolo una “metaidea” interesante sobre la construcción de una disciplina: cómo los cambios revolucionarios muchas veces provienen de poner en cuestión los presupuestos del trabajo disciplinar. Quien está en una disciplina y hace “ciencia normal” –para oponerla a la “ciencia revolucionaria”–, lo que hace es acumular evidencia a favor de los presupuestos. Pero el presupuesto nunca entra en consideración como tema de investigación.

La pregunta que conduce al cambio de paradigma puede ser la más tonta, pero eso no descalifica el trabajo de los que están adelante, en la trinchera, haciendo avanzar el paradigma que está a punto de ser reemplazado, porque las preguntas sobre lo básico sólo se hacen visibles sobre un trasfondo de evidencias acumuladas a favor de las teorías que luego habrán de verse parcial o completamente sustituidas.

Di Paolo explica también que es de algún modo cierto que el animal necesita comer la comida que se ha escondido: “Es cierto en el sentido de que esa necesidad no es solamente una idea que ayuda a entender mejor al animal pero que, eventualmente, podría desacartarse. Si el animal muere, ¿a quién le importa? Al animal mismo. La normatividad surge con cada ser vivo, para cada ser vivo”.

“Para convencerse, hay que pensar en la idea de evolución, que de alguna manera se presenta como el triunfo del materialismo. Al final no somos más que el resultado de un proceso puramente mecánico, azaroso. Pero en realidad, ese es un triunfo que se supera a sí mismo, porque con ese mismo triunfo y con nuestra propia experiencia sobre la importancia de algunas cosas, caemos en la cuenta de que ese puente que se ha construido entre todas las especies es un puente que corre para los dos lados. Nosotros recibimos la necesidad del materialismo, somos parte de un proceso material, pero nuestra manera de ver el mundo, nuestra experiencia sobre la importancia de las cosas, también puede viajar por ese puente hacia atrás, puede viajar hacia otras formas de vida. Nos recuerda que somos más animales de lo creemos.”

“Y esa posición es esencialmente metafísica. Que al animal le importan ciertas cosas no es algo que pueda demostrarse. Existe una posición filosófica que ha sido dominante durante muchos años, y que está bien retratada en la falacia naturalista, a saber: del ser no puede deducirse el deber ser. Lo interesante, quizá, del cambio paradigmático de la cognición es que parecería venir a señalar que la falacia naturalista está equivocada. Como si los teóricos del nuevo paradigma vinieran a decirnos: toda esa pieza de metafísica ha sido, en definitiva, malsana. Busquemos, de una vez, una metafísica saludable, otorgando un papel relevante a lo que nos importa como organismos.”

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