ENTREVISTA A CATHERINE BRECHIGNAC, PRESIDENTA DEL CENTRE NATIONAL DE LA RECHERCHE SCIENTIFIQUE (CNRS)
La ciencia argentina enfrenta el desafío de la integración en el momento en que los países centrales impulsan redes mundiales de cooperación para aprovechar los recursos humanos que existen en todas las regiones del mundo. Una suerte de descentralización de la ciencia que beneficia, en buena medida, a esos mismos países: si los programas de investigación son transversales al mundo, los temas se deciden en algunos pocos centros.
› Por Matias Alinovi
El desafío argentino es diseñar una estrategia asociativa inteligente que concentre el interés nacional. A propósito de la inauguración del Observatorio Pierre Auger, en Malargüe, Mendoza, Futuro conversó con Catherine Bréchignac, impulsora de la descentralización de la ciencia francesa.
–Así es. Me gustó eso del Conicet francés. Estamos desde el principio. Firmamos los primeros acuerdos de cooperación en 1998. Pero tras diez años de colaboraciones, precisar el grado en el que estamos involucrados es difícil, porque la realidad se ramifica. Tenemos personal permanente en el lugar y transferimos fondos: nuestra institución asegura la totalidad de la contribución francesa al proyecto.
–No. Con el ministro de Ciencia, Barañao, llegamos a la conclusión de que, efectivamente, debemos montar una unidad mixta internacional, pero con aquellas instituciones que en la Argentina financian el proyecto Auger. Para nosotros eso supondría mayores posibilidades de permanencia en el lugar: traer más investigadores que permanezcan durante más tiempo. Una mayor permanencia supondría aumentar los medios que invertimos, para generar el necesario incremento de la potencia de cálculo.
–No. Según lo que conversamos, lo más conveniente sería montar un laboratorio que permitiera acoger, en Buenos Aires, al conjunto de los investigadores que transitan para venir hacia aquí.
–Puede hacer grandes aportes. En el pasado reciente su país ha tenido investigadores de primer nivel. Después, claro, ha atravesado ciertas dificultades de orden político, y, en consecuencia, han surgido menos investigadores, simplemente por proporción numérica: había menos gente trabajando en el país. Pero yo pienso que con la reactivación... Hoy la Argentina no tiene más de quinientos posdoctorandos, o mejor, tesistas, por año. Tendría que tener muchos más.
–Algunos miles. Las colaboraciones como Auger permitirán, sin duda, hacer venir más estudiantes a Europa, estudiantes argentinos que desarrollen sus tesis en Francia, por ejemplo, y eso es exactamente lo que el país necesita.
–Faltan en todos los países del mundo.
–La ciencia es una empresa internacional, y los estudiantes deben viajar de un país al otro, para luego volver a sus países de origen a enseñar, a transmitir mensajes. Fíjese lo que ocurre en Estados Unidos. Ya no existen, prácticamente, posdoctorandos norteamericanos. Todos vienen de Asia.
–En mi gestión al frente del CNRS yo abrí los puestos, y hoy tengo un 25 por ciento de extranjeros que entran al CNRS por año.
–El Estado no puede y no debe dirigir la ciencia, sólo puede dar indicaciones generales. ¿Sabe qué ocurre? Los científicos son gente que crea, y a la gente que crea usted no la puede dirigir así como así; no puede decirles que hagan esto o lo otro.
–Puede asegurarles un puesto e incitarlos a trabajar en tal o cual dirección. Señalar áreas específicas para el interés general; eso es lo máximo que el Estado puede hacer. Pero además, en la actualidad, para hacer ciencia no alcanza sólo con hacer ciencia, si me permite la aparente contradicción. No basta con hacer ciencia básica, digamos, sino que al mismo tiempo hay que desarrollar ingente tecnología. Fíjese, están los detectores de superficie dispersos a través de los campos de Malargüe. Esos detectores funcionan de acuerdo con principios teóricos simples, pero jamás habríamos podido ponerlos en funcionamiento sin la tecnología que los sustenta. Y lo extraordinario es que esa tecnología, contrariamente a lo que se cree, sirve en cualquier lugar. En los hospitales, en los sistemas de comunicación... La tecnología que aquí se desarrolla con un fin específico puede utilizarse en ámbitos insospechados. Porque las aplicaciones prácticas no están garantizadas por el tema de estudio, sino por el modo en que se busca. Por eso el Estado no debe dejarse ganar por su afán de aplicaciones prácticas y pretender dirigir a los científicos. Ustedes tienen una suerte fenomenal de tener el proyecto Auger acá. Yo me digo, si lo tuviéramos en mi país...
–No. No voy a negarle que al principio nos hacíamos muchas preguntas, pero desde que el presidente nos dijo que él hacía de la investigación científica una prioridad, eso, de algún modo, nos tranquilizó. Es verdad que quiere cambiar el sistema de la investigación, y tiene razón. Hay que volverlo más eficiente, y por eso trabajamos en redes, nacionales, europeas y mundiales, porque... Es como en Auger. Auger es una verdadera red. Debemos trabajar en red.
–Sí. Comencé a trabajar en óptica y luego me decidí temerariamente por las nanopartículas antes de que la palabra fuera inventada. Sigo trabajando, la investigación es una pasión.
–Ah, pero claro que sí. ¡Lo vamos a encontrar!
–Claro que sí.
(Se ríe) –Hasta ahora el modelo estándar permitió predecir la existencia de varias partículas. Es evidente que vamos a encontrar, también, el bosón de Higgs. Pero lo que me parece más interesante es poder comprender, en el comienzo del universo, qué quiere decir el tiempo.
–Quizás, aunque no todavía. Hemos avanzado en el conocimiento del espacio-tiempo en los primerísimos... cómo decirlo, uno no puede definirlo en términos del tiempo, no tiene sentido. Lo que quiero decir es que, en el comienzo del universo, ahí, la noción de tiempo debe ser repensada.
(Piensa) –Fíjese, las personas se dijeron: vamos a poner el tiempo cero en el tiempo presente, y después pondremos más hacia un lado y menos hacia el otro. Es decir, establecieron un origen arbitrario de los tiempos. Porque, justamente, lo que ocurrió allí todavía no se entiende. Pero bueno, felizmente todavía quedan cosas por comprender.
–Su pregunta es muy pertinente. Lo que ha hecho progresar a la ciencia es la experiencia. Mientras no teníamos la experiencia, sino sólo la teoría, teníamos teorías sin verificación experimental sobre lo que pensábamos. A partir del momento en que entendimos que debía entrar en juego la experiencia, pudimos verificar si lo que predecíamos era correcto. Si una teoría es correcta, debe predecir algo y entonces uno debe mostrar que esa cosa que predijo está ahí.
–¿Y entonces?
–Pero es que si la teoría es falsa, es falsa.
–Porque era el Medioevo (risas). No, pero es verdad. Era el Medioevo.
–No, pero... Fíjese, usted acaba de utilizar una palabra incorrecta. Yo, en ciencia, no utilizo jamás el verbo creer.
–Una creencia es una creencia.
–¡Ah! ¡Absolutamente! (Se ríe) Una creencia es una creencia. Entre nosotros, los científicos, algunos son creyentes, me refiero al orden espiritual, y otros no. Pero en lo que concierne a la ciencia nos debemos, primero, un rigor científico, y luego una verificación experimental, la única válida para comprender las teorías. Uno avanza una teoría, la verifica, continúa desarrollándola, la verifica...
–Hasta cuando tenga que ser.
–Pero todos los caminos... ¡Volvemos al tiempo cero! (Se ríe).
–Ah, sí, sí, es indispensable. Es indispensable que el mundo entero sea laico.
(Se ríe) –No se puede no ser laico. Laico... ¿qué quiere decir ser laico? Quiere decir que uno separa la razón, con la verificación de la ciencia, de un lado, de lo religioso, del otro. Todo el mundo tiene derecho a tener su religión. Todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera. Pero cuando uno está comprometido con una manera de razonar, tiene que seguir ciertas reglas, respetar ciertos juegos estrictos, digamos, y no tiene derecho a mezclar y a imponer... Yo estoy loca de rabia contra el creacionismo. No soporto esa tendencia norteamericana que ve surgir la creación por todos lados. Para mí es intolerable, y, justamente, eso ocurre porque los Estados Unidos no son un país laico.
–No, no. Yo no intento convencer a los otros de que Dios no existe. En absoluto. Voy a poner un ejemplo para hacerle entender lo que quiero decir. Lo que yo creo es que, en este mundo, uno puede considerar lo real y lo virtual. Su imaginario, el de usted, es virtual. Ahí, usted puede meter gente de hace 100 años, que discute en su cabeza con gente del presente. Dalí, por ejemplo, en su Cena en familia puso a gente de su época y luego, inopinadamente, pintó a Dostoievsky en el medio. Y en el cuadro lo pintó de negro, de un negro simbólico, para dar a entender, justamente, que se trataba de un anacronismo. En conclusión, uno tiene el imaginario y en su imaginario uno puede hacer lo que quiera. Uno puede ser creyente. Pero cuando se está en lo real, en el presente, en las cosas, uno debe tener un rigor...
–Pero es la verdad.
–Pero no. Dios no forma parte de lo real, lo lamento. La religión se impone en lo real. No hay prueba material de la existencia divina. No hay ni una sola experiencia capaz de demostrar su existencia. Incluso los religiosos piensan así.
–Yo respeto a la gente que cree. Es su imaginario, su forma de ver la vida, de entender las cosas y de operar con valores y angustias. En lo que concierne a la ciencia, a lo real, uno debe hacer la separación.
–El Estado francés, gracias a su laicismo, permite, justamente, decir: “Separamos la iglesia –lo virtual– del Estado –lo real–”.
–Usted está orgulloso de ser argentino, quiero creer. Porque si tiene dudas, se equivoca. ¡El suyo es un bellísimo país en vías de desarrollo, un país de futuro! Si hoy tuviera que emigrar, me vendría a vivir acá.
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