› Por Matias Alinovi
Era un poeta del romanticismo pastoril. Se llamaba Edward Jenner y le tocó vivir en la segunda mitad del siglo XVIII, época de epidemias mortales de viruela. Había sido, también, el discípulo dilecto de John Hunter, un cirujano escocés que se hizo famoso por haberse inoculado la sífilis para desarrollar un falso experimento decisivo que durante décadas impidió distinguir la blenorragia. Hunter partía de una premisa falsa: la idea de que a cada órgano correspondía una sola enfermedad.
La versión de la historia que prosperó parece acentuar falsamente el carácter poético de Jenner, que paseaba por el campo cuando oyó a una campesina decir que ella no se iba a enfermar de viruela porque estaba vacunada. El poeta nunca había escuchado el término. Era, por entonces, un neologismo de circulación restringida. La campesina ordeñaba vacas, y sabía lo que sabían las ordeñadoras: que si uno contraía la viruela vacuna, una infección moderada de la mano, entonces no contraía la viruela humana.
Que las enfermedades tenían el “poder” de inmunizar era una sospecha antiquísima, del comienzo mismo de la crónica de las epidemias. Lo cierto es que antes de Jenner, o antes de la campesina, la idea, el concepto de vacuna no existía, mucho menos la palabra. O existía latente en los campos –en los campos platónicos de la lengua, esperando venir a ocupar su lugar entre las cosas–. Entonces, Jenner se lanzó a investigar con el mismo entusiasmo de quien se lanza a la mar. Escuchó y decidió investigar.
“Jenner desarrolló el método para vacunar”, dice José La Torre. “Veía que las ordeñadoras de las vacas no tenían viruela, sino que tenían una infección en la mano, e inventó la escarificación.” ¿Qué es la escarificación? “La escarificación se hace con una especie de plumín o lanceta. El escarificador se moja en el líquido de la vacuna –originalmente se sumergía en el líquido extraído de la vesícula variólica de la vaca para luego rasguñar la piel–.
“Yo fui en una época vacunador oficial, así que conozco bien la cuestión, porque llegué a vacunar con ese mismo método. Como si te rasguñara un gato. Se hacen tres líneas horizontales y tres verticales, un cuadriculado. Jenner descubrió que podía inocular aquel virus que no era patógeno para el hombre, pero que era lo suficientemente parecido al de la viruela como para que el vacunado desarrollara inmunidad.”
Después de Jenner, lo hicieron Pasteur y Koch. Sabemos que Pasteur estudió los procesos de la producción del vino, a instancias de los productores, corporativamente preocupados por las alteraciones que sufría el producto. Y que a partir de esos estudios entendió que la fermentación alcohólica no era un proceso exclusivamente químico, como entonces se creía, sino que en él participaban determinados microorganismos.
Pasteur se preguntó si no habría otros procesos naturales atribuibles a los microorganismos, y entrevió la posibilidad de que fueran capaces de dañar los tejidos humanos, provocando la enfermedad. Esa línea de investigación fue magistralmente desarrollada por el bacteriólogo alemán Robert Koch, que en pocos años descubrió los agentes causales, es decir, los microorganismos responsables, del ántrax, de la tuberculosis y del cólera. Y esos resultados condujeron, a su vez, al estudio de los mecanismos de nuestro cuerpo para resistir las infecciones.
Pasteur demostró que si un animal era inoculado con microorganismos atenuados, es decir, con microorganismos cuya capacidad para causar enfermedad había sido artificialmente mitigada, ocurría en el organismo una respuesta inmunitaria que hacía que el individuo se volviera resistente al microorganismo inyectado, aun en su forma salvaje, es decir, con toda su potencia natural. Descubierto el principio inmunitario, desde entonces las dificultades se centraron en la producción de las vacunas en cantidades industriales.
“Lo primero que quiero destacar –explica La Torre– es que el Conicet, a través del Instituto de Ciencia y Tecnología César Milstein (Ex Cevan), ha desarrollado toda la tecnología tradicional y moderna, actual, para producir la vacuna argentina contra la gripe estacional y también contra la gripe A H1N1 en el país. En nuestro país se produce ciencia y tecnología de primer nivel.” Después dirá: “eso lo afirmo y lo reafirmo”. Esa vehemencia inicial de La Torre es sin duda estimulante, aunque mitigada.
La Torre recuerda que en 2005 el Conicet firmó un convenio de desarrollo y transferencia tecnológica con el laboratorio farmacéutico Raffo-Monteverde con el objetivo de desarrollar una vacuna argentina contra la gripe estacional hecha sobre la base de la vacuna que recomienda la Organización Mundial de la salud (OMS) para el Hemisferio Sur, pero actualizada con cepas argentinas, o con cepas de la región. Con ese objetivo se solicitaron a la OMS las cepas de referencia correspondientes para poder producir la vacuna utilizando huevos embrionados. “El Malbrán –dice La Torre– posee uno de los laboratorios designados por la OMS para el análisis de las nuevas cepas de virus que aparecen año tras año en nuestro país.”
El país produce vacunas bacterianas, pero no vacunas virales para enfermedades humanas. De ahí, quizá, procede la idea, equivocada, de que en general sólo pueden hacerse vacunas a partir de las bacterias, pero no a partir de virus. “Es un error de concepto importante. Polio, paperas, sarampión, existe una infinidad de vacunas antivirales”, explica La Torre. “El ejemplo más relevante en nuestro país es el de la vacuna antiaftosa, de la que se producen más de 100 millones de dosis anuales en Argentina, y es una vacuna viral. Para algunos virus no pueden hacerse vacunas, o son muy difíciles de hacer, pero para algunas bacterias tampoco. Es muy difícil, por ejemplo, hacer una vacuna contra la coqueluche, aunque de todos modos existe una.”
¿Y en el caso de la influenza? “En el caso de la influenza, en el mundo se producen centenares de millones de dosis de vacuna utilizando huevos embrionados. Sin embargo, existen otras tecnologías, que Argentina también desarrolla, como las vacunas hechas por ingeniería genética, que ya están apareciendo en el mercado.”
Sobre el punto, La Torre destaca que existen en nuestro país tres grupos trabajando con esas tecnologías novedosas: uno radicado en el Instituto César Milstein (Conicet), a cargo de la Dra. Nora Mattion; otro en el laboratorio de Virología de la Universidad Nacional de Quilmes, a cargo de la Dra. Graciela Glikmann, y el tercero en el Laboratorio de Virología del Instituto de Medicina y Biología Experimental de Cuyo (Conicet), a cargo del Dr. Eduardo Scodeller.
¿Cómo se hace la vacuna tradicional? La Organización Mundial de la Salud (www.who.int) provee las tres cepas del virus que componen la vacuna actual, elegidas en base a una evaluación anual de las cepas circulantes. Esto es, distribuye las cepas, con ligeras variantes, para el Hemisferio Norte y para el Hemisferio Sur.
Esas cepas son recombinantes, como las que hace la naturaleza, pero producidas en los laboratorios elegidos por la OMS: mantienen las características antigénicas protectivas de las cepas con las que van a hacerse las vacunas, pero presentan la facilidad de replicarse rápidamente en huevos. Se llama ADN recombinante a la molécula de ADN formada por la unión de dos moléculas heterólogas, es decir, de diferente origen. Esas recombinantes deben inyectarse en una gran cantidad de huevos embrionados para obtener lo que se llama un banco maestro de semilla de virus.
“El virus se cosecha dentro de los tres o cuatro días de infectados los embriones, y se obtiene así la amplificación de la semilla viral. En resumen, hay que conseguir las cepas del virus, que se inoculan a cada huevo, hay que esperar tres o cuatro días, luego sacar el líquido amniótico de cada huevo e inactivar el resultado con formol, porque la vacuna de la gripe es inactivada, o muerta.
Hasta aquí no es necesaria demasiada infraestructura. Disponemos de todos los elementos necesarios para hacerlo. Después, bueno, hay que pasar a la escala productiva en una planta industrial en la que se inoculan entre 1 y 2 millones de huevos, o incluso más, para producir la vacuna final con virus inactivados.”
Por lo menos hasta hace una semana, cuando el ministerio decidió convocar a un llamado a la presentación de proyectos, ese era el problema: las dificultades de producción que supone la manipulación de millones de huevos bajo condiciones de bioseguridad, manipulación que puede realizarse manualmente o mediante máquinas automatizadas que inoculan el virus, lo cosechan y lo concentran. “Cada huevo produce de tres a cinco dosis de vacuna. En definitiva, el virus se termina purificando y se realiza el control de calidad del producto con los reactivos que, también, provee la OMS.”
Los reactivos permiten hacer el diagnóstico inequívoco de la calidad del producto obtenido. Saber qué cantidad de virus se obtuvo, y conocer la potencia de la vacuna. Sirven también para controlar la presencia eventual de contaminantes provenientes del huevo, como la albúmina. “Todo eso está perfectamente cuantificado. Finalmente, la vacuna hecha con virus altamente purificado, muerto y fragmentado se formula como un inyectable en forma estéril en jeringas listas para su uso.”
“Vamos a poner la pelota en el piso”, propone La Torre. “Primero, la tecnología está: la tiene el grupo de investigadores que trabaja en el Hospital Raffo (Conicet). Y se puede implementar en cualquier momento. Ahora hay que tomar decisiones políticas y económicas. Hacer primero una planta piloto, para producir 1 o 2 millones de vacunas, para después poder hacer las pruebas clínicas y el registro del producto, y luego construir la planta industrial para producir los millones de dosis que se necesitan.”
Es decir, no existirían dificultades de orden científico, o incluso tecnológico, para desarrollar la vacuna argentina, sino de inversión. “El laboratorio contrató a un experto de la OMS para evaluar el proceso de producción desarrollado en nuestros laboratorios. El experto estuvo de acuerdo en que la tecnología era la apropiada para la producción de una vacuna equivalente a la internacional.
“Produjimos, además, una vacuna experimental que se probó con éxito en ratones. Pero eso es todo lo que podemos hacer dentro de las instalaciones actuales del Instituto Milstein. Sólo vacunas experimentales, con cepas vacunales establecidas, es decir, de bajo riesgo, y probadas en ratones. Nada más. Ahí está la tecnología. Hasta la semana pasada, faltaba la decisión política para seguir adelante.”
México, por mencionar el caso paradigmático de la epidemia, no cuenta con la infraestructura necesaria para producir la vacuna contra el virus de la influenza. Si una de las recomendaciones de la OMS a los países en vías de desarrollo suele ser la de crear laboratorios que garanticen la disponibilidad de las vacunas en caso de epidemia, la producción efectiva de vacunas contra la gripe está concentrada en seis países –Francia, Alemania, Australia, Canadá, Japón y Estados Unidos–, que producen el 95 por ciento de las dosis anuales.
“Nosotros fuimos a ver al ministro de Ciencia y Tecnología, nos reunimos con él, y encontramos una buena predisposición. Yo estimo que la planta piloto podría construirse con 2 o 3 millones de dólares. Después, hay que invertir una buena cantidad, digamos unos 12 millones de dólares, para hacer una planta industrial. El problema es quién realiza las inversiones. Cuando los Estados se deciden a apoyar el proyecto, la OMS facilita el acceso a créditos y facilidades para la construcción de plantas industriales.”
“Pero es claro que los laboratorios privados ven esas inversiones como un riesgo. Las experiencias de los que se decidieron, tanto a nivel nacional como internacional, han sido exitosas. En mi opinión, siempre es necesaria la discusión sobre la producción pública de medicamentos y vacunas dentro de los organismos o empresas estatales, pero lo cierto es que mientras tanto los virus siguen causando enormes daños y produciendo pérdidas sociales muy superiores a la inversión de cualquier emprendimiento productivo. Por eso considero que la decisión del Ministerio es acertada.” Si se concreta el anuncio de la cartera de Ciencia y Tecnología, habría vacuna argentina para esta gripe a mediano plazo, y aun para la gripe estacional: una suerte de inmunización de nuestro sistema tecnológico contra enfermedades futuras.
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