ANTROPOLOGIA Y ALGO MAS
Parece que la multiplicación de los parientes de nuestra especie no termina más: ahora apareció uno nuevo: pequeño y extraño y que convivió con nosotros hasta hace unos doce mil años. Uno podría preguntarse si esa convivencia fue un privilegio o una verdadera desgracia, pero el asunto es que el recién llegado sufrió sus peripecias y dio pie para la polémica.
› Por Martin Cagliani
Hasta hace poco se pensaba que el Homo sapiens había estado solo desde hacía unos 30 mil años, al menos, fecha en que desaparecieron nuestros primos los Neanderthales. Pero en 2004 se dio a conocer un nuevo pariente, el Homo floresiensis, apodado amistosamente el “Hobbit de Flores”. Vivió nada menos que hasta hace unos 12 mil años, fue nuestro último pariente vivo y es hoy en día uno de los más controvertidos.
Flores es hoy en día una isla pequeña, de unos 14 mil kilómetros cuadrados, al este de la gran isla de Java, Indonesia. Ni ahora ni en el pasado estuvo conectada a tierra firme o a otras islas más grandes.
¿Por qué es importante? Porque allí, en 1998, ya se habían descubierto herramientas líticas de 840 mil años de antigüedad y en 2003 se descubrió una nueva especie humana: los Homo floresiensis.
Presentados en sociedad al año siguiente, estos parientes fueron el caldo de cultivo para que se escribieran cientos de artículos y libros. Los “Hobbit de Flores” recibieron ese apodo por su diminuto tamaño, que recuerda a los personajes creados por Tolkien para El Hobbit y El señor de los anillos.
En total se encontraron restos de nueve individuos de esta especie, la mayoría fragmentarios. Sólo el marcado como LB1 tiene el cráneo completo y gran parte del cuerpo. Se trata de un subfósil, o sea que el proceso de fosilización no llegó a completarse.
Todo indica que era una mujer que tendría unos 30 años en el momento de su muerte y que habría medido nada más que un metro de altura, con unos 25 kilos de peso. Para comparar, el humano más pequeño, el pigmeo, suele medir metro y medio como mínimo.
No sólo el cuerpo era diminuto, sino también la cabeza. El cerebro apenas tenía 380 centímetros cúbicos y era el más pequeño del género Homo. Incluso el primer miembro del género humano, el Homo habilis, tenía un cerebro de mayor tamaño. Las dimensiones craneales del hobbit se ubican entre las de un Australopithecus y las de un chimpancé.
Los nueve hobbits fueron descubiertos en diferentes estratos de la cueva de Liang Bua, que tienen una antigüedad de entre 94 y 12 mil años. Los Homo sapiens, en cambio, se originaron hace unos 200 mil años en Africa, pero no llegaron hasta la región de los hobbits hasta hace unos 35 o 55 mil años, aunque no se sabe cómo pudo haber sido la coexistencia en espacio y tiempo de estas dos especies.
Hasta aquí algunos datos objetivos. Pero la polémica no tardaría en llegar, al momento de interpretar los cómo, dónde y porqué de esa diminuta especie. El grupo descubridor, mitad indonesio, mitad australiano, estaba encabezado por Peter Brown y Michael Morwood. Su posición fue y sigue siendo que los hobbits son una nueva especie. Esto significa que tienen diferencias suficientes como para ser asignados a una especie propia, distinta de cualquier otra.
Para responder a cómo llegaron allí, y cómo es que son tan pequeños, Brown y Morwood no recurren a la magia de Tolkien, sino que lo explican con un proceso evolutivo conocido como enanismo insular: es una adaptación a entornos cerrados de pequeño tamaño, en los que sólo los animales de menor porte sobreviven ante la limitación de los recursos.
Según los descubridores, los hobbits serían descendientes directos del Homo erectus asiático, quien de algún modo habría llegado a la isla de Flores hace por lo menos 800 mil años. Una vez allí quedó aislado de todo, por las características geográficas de una isla rodeada de mares profundos.
En Flores no sólo los hobbits se achicaron; también lo hicieron otras especies, como el Stegodon, un elefante enano que se extinguió al mismo tiempo que el H. floresiensis.
A fines de 2004, Teuku Jacob, una eminencia en paleontología de Indonesia, y con muchos contactos políticos, literalmente se robó los fósiles. El estaba en contra de las hipótesis de los descubridores y quería estudiar al hobbit por su cuenta, sólo que se olvidó de pedir permiso.
Realmente, ésa fue una guerra mediática y legal para conseguir recuperar los restos y, cuando finalmente se logró, volvieron con muchos daños e incluso con huesos faltantes; hasta el punto de tener marcas de cortes provocados por cuchillos para arrancar trozos de hueso; se notaba que el mentón había sido arrancado de una de las mandíbulas y vuelto a pegar... pero al revés.
Luego de que los descubridores se quejaran de semejantes barbaridades, el gobierno de Indonesia les prohibió la entrada a la cueva Liang Bua, donde los hobbits habían aparecido. Algunas hipótesis señalaban que se adoptaron estas medidas para proteger las opiniones de Jacob, que era casi un héroe nacional por aquellos tiempos. Recién en 2007, tras el fallecimiento de Jacob, se les permitió volver a excavar.
Con todo, los del grupo descubridor tampoco se portaron como caballeros, ya que no permitían que nadie más analizase los restos. Tal vez, habían adoptado esta postura por la mala experiencia con Jacob. Como sea, recién hace unos meses numerosos especialistas pudieron tener acceso a los restos reales y no sólo a moldes.
Sin embargo, fueron muchos los que se unieron a las hipótesis de Jacob, que sostenía que no se trataba de una nueva especie, sino que simplemente eran Homo sapiens pigmeos, parecidos a los que habitan hoy en día en la misma Flores y en islas vecinas.
Precisamente, así fue como empezó la larga polémica. Casi de inmediato surgieron análisis de las tomografías computadas que se habían tomado del cráneo y muchos comenzaron a dudar sobre las dimensiones de ese diminuto cerebro. Así surgió la hipótesis de que se podía tratar de un Homo sapiens pigmeo y patológico, al que le achacaron microcefalia, enfermedad caracterizada por desarrollar un cráneo más pequeño en la gente que la padece. Pero luego de muchas comparaciones y análisis, se descartó que fuera un cráneo patológico.
Otra de las polémicas apuntaba al origen de los hobbits. Muchas de las características del Homo floresiensis son primitivas, presentes en homínidos de hace al menos tres millones de años, y que no han vuelto a aparecer en ninguna especie.
Por eso hay quienes pensaron que se trataba de un grupo de Australopithecus que había sobrevivido aislado allí durante millones de años, pero la cuestión estriba en que no existen pruebas de que los Australopithecus hayan salido de Africa.
Sin embargo, esto no impidió que algunos sostuvieran que al menos algún descendiente de Australopithecus hubiera llegado hasta la isla y, una vez allí, evolucionado hasta los hobbits.
Hoy en día ya existe la certeza de que ése no era un Homo sapiens ni sano ni enfermo. A nadie le queda mucha duda de que estamos ante una especie distintiva y enana. En cambio sí continúa la polémica en cuanto a su origen, aunque existen pruebas y estudios a favor de una relación estrecha con los Homo erectus asiáticos.
Quinientos años atrás la gente de la época se maravillaba ante el descubrimiento de “nuevas poblaciones” en América sobre las que no se tenía la más mínima idea de cómo habían llegado hasta allí. Y que eran humanos e inteligentes, aunque increíblemente se tardó muchos años en reconocerlo.
Hace 150 años la ciencia de la época quedó sorprendida ante el encuentro de lo que parecía una especie diferente a la nuestra, que no sólo era muy antigua sino que habría convivido con nosotros: eran los neanderthales, a los que les llevó mucho tiempo ser considerados humanos e inteligentes.
Y bueno. Apenas cinco años atrás la ciencia se encontró ante uno de los descubrimientos más importantes de la paleoantropología: otra nueva especie, que era inteligente y habría convivido con nosotros hasta hace unos 12 mil años y de la mitad de nuestro tamaño.
Siempre nos costó aceptar a alguien tan parecido y diferente a la vez; ése es uno de los grandes problemas de nuestra especie. Nos es difícil aceptar que no somos los únicos inteligentes, que no somos únicos.
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