› Por Mariano Ribas
Una vez más, Plutón vuelve a Futuro. Y el motivo más evidente –aunque no el único– está a la vista, aquí, en la tapa de esta edición. A diferencia de lo que venía pasando durante los últimos años, cuando este rebelde pequeñín se ganaba estas páginas gracias a su tan comentada crisis de identidad (en 2006, la Unión Astronómica Internacional lo bajó de categoría), Plutón regresa por mérito propio. Justo cuando se estaban por celebrar los 80 años de su descubrimiento (a manos de Clyde Tombaugh, aquel enorme e imbatible astrónomo amateur estadounidense), la NASA se despachó con toda una colección de nuevas imágenes del ahora “planeta enano”. Más que nuevas: las mejores fotos de Plutón jamás tomadas. Y junto a ellas, flamantes datos y sorprendentes revelaciones que, entre otras cosas, nos muestran que, a pesar de estar supercongelado y hundido en una eterna penumbra, aquel mundito arrabalero no está dormido. Es cambiante y dinámico. Tanto que, en apenas unos años, su rostro de hielo y roca parece haber sufrido una notable metamorfosis. En suma: un panorama de lo más interesante, que despierta enormes expectativas de cara al ya no tan lejano 2015, cuando la sonda espacial New Horizons hará historia, visitando Plutón por primera vez.
No resulta raro que Plutón se nos haya escapado durante tanto tiempo: es una bola de hielo de apenas 2300 kilómetros de diámetro, perdida a unos abrumadores 6000 millones de kilómetros del Sol. Tan es así que demora casi dos siglos y medio en completar una vuelta alrededor de nuestra estrella. Obviamente, no podemos verlo a simple vista. Ni tampoco con binoculares. En realidad, para encontrarlo en el cielo hacen falta telescopios bastante grandes, paciencia y cierta experiencia en astronomía observacional (salvo, claro, que utilicemos un telescopio con búsqueda automática, de los llamados “Go-To”). De hecho, “ver a Plutón” es un desafiante e inolvidable rito iniciático, que marca un antes y un después en la vida de cualquier astrónomo, profesional y, muy especialmente, amateur (quien escribe estas líneas pasó por “el rito plutoniano” justo hace dos años, bajo los oscuros y transparentes cielos cordobeses).
¿Y qué vemos cuando vemos a Plutón? Apenas un puntito de luz. Casi imperceptible, y perdido en un mar de estrellas. El mismo puntito de luz que, en febrero de 1930, descubrió Clyde Tombaugh, mientras revisaba placas fotográficas tomadas unas semanas antes. El histórico hallazgo fue oficializado en marzo de aquel año. Y la verdad es que, desde entonces, nuestra imagen de Plutón no cambió mucho durante las décadas siguientes. Aun así, pasaron algunas cosas: en los años ‘70 se descubrió que el por entonces noveno planeta tenía un satélite, Caronte. Más tarde, distintos indicios sugirieron la existencia de su débil atmósfera de nitrógeno. Sin embargo, Plutón seguía siendo un puntito de luz. Hasta que, como veremos, entró en escena el Telescopio Espacial Hubble.
Pero lo más resonante llegó en 2006, cuando Plutón cambió de etiqueta: a la luz de la catarata de descubrimientos de objetos similares en aquellas lejanas regiones del Sistema Solar, la Unión Astronómica Internacional separó las aguas. Y definió a Plutón como un “planeta enano”, estatus que actualmente comparte con Eris, Makemake y Haumea, otros notables moradores del “Cinturón de Kuiper”, aquel inmenso anillo de escombros helados que gira en torno del Sol, más allá de la órbita de Neptuno. Y ahora sí, volvamos a las revelaciones del Hubble.
Para entender mejor las cosas, juguemos con las escalas: Plutón es una pelota de fútbol a una distancia de más de 60 kilómetros. Imagínelo por un instante. Y bien, así de desafiante es intentar ver algo de su superficie. En 1994, el Telescopio Espacial Hubble aceptó el reto, y clavó su vista de águila en las profundidades del Sistema Solar. Así nos llegaron las primeras vistas de Plutón. Toscas, borrosas, y muy “pixeladas”. Pero vistas al fin: el Hubble transformó al puntito de luz en un disco bastante definido que alternaba zonas claras y oscuras. Algo que los astrónomos interpretaron como zonas cubiertas de hielo y regiones rocosas.
Unos años más tarde, la NASA volvió a la carga y presentó fotos “en color”. Seguían siendo vistas muy crudas, pero ahora estaban teñidas de un raro tono rojizo-amarronado. La cosa no terminó allí: en silencio, un grupo de científicos siguió escudriñando el planeta enano con el Hubble. Y ahora, tras varios años de trabajo, presentaron sus resultados.
Detrás de estas históricas imágenes de Plutón, hay un enorme esfuerzo humano, científico y técnico. Y –por qué no– paciencia, ingenio y mucho entusiasmo. Entre junio de 2002 y junio de 2003, un equipo de astrónomos encabezado por el doctor Marc Buie, un auténtico “plutófilo” que trabaja en el Southwest Research Institute, en Boulder, Estados Unidos, tomó casi 400 fotos de Plutón con la ayuda de ACS (Advanced Camera for Surveys), una joyita óptico-electrónica acoplada al Hubble. Pero la cosa no terminó allí. Una vez obtenidas las imágenes crudas, Buie y su equipo trabajaron durante más de cuatro años con veinte súper computadoras de la NASA. Máquinas que, funcionando sin parar y en forma combinada, procesaron todo ese valiosísimo material visual. Y el resultado fueron las más nítidas postales de Plutón jamás logradas. En febrero, Buie y su colega Michael Brown (descubridor de Eris, una suerte de “hermano mayor de Plutón”) las presentaron, orgullosos y felices, en una teleconferencia de prensa. Y ahora acaban de publicar todos los detalles en el número de marzo del prestigioso Astronomical Journal.
“Estas fotos nos muestran la apariencia de Plutón en color real, y tal como lo veríamos si estuviésemos cerca –dice Buie– y, a nivel de detalle, es algo comparable a como vemos la Luna a simple vista.” La comparación es por demás acertada: estas vistas de Plutón no llegan a revelar detalles finos, como eventuales cráteres, montañas, o fisuras. Pero muestran, a grandes rasgos, una superficie bastante variada, donde pueden apreciarse tres tipos de terrenos: áreas prácticamente blancas, zonas de color anaranjado oscuro y parches directamente negros. Según Buie, esas tonalidades están asociadas a distintos materiales que cubren la gélida superficie de Plutón, donde las temperaturas rondan los 235 grados bajo cero. Las manchas blancas serían grandes extensiones de hielo de nitrógeno y metano. Y las anaranjadas y negras, afloramientos rocosos y depósitos de compuestos orgánicos, residuos de carbono derivados de la descomposición del metano (CH4) a causa de la radiación solar ultravioleta.
Algo particularmente llamativo en Plutón son las tremendas diferencias de albedo –el índice de reflectividad de la luz– que presenta su superficie. Un brutal nivel de contrastes pocas veces visto en todo el Sistema Solar. Mientras que las regiones de nitrógeno congelado reflejan casi toda la luz solar que reciben, comportándose prácticamente como espejos (y de ahí su brillo mucho más intenso), los zonas negras apenas reflejan un 5%. Algo tan oscuro como un pedazo de carbón.
Otra rareza plutoniana es la ahora bautizada “mancha blanca”, una zona helada de cientos de kilómetros que cruza el ecuador del planeta enano: “Todos estamos muy intrigados con esa característica”, reconoce Buie. La mancha blanca es la zona más reflectiva de Plutón, y parece que no es algo nuevo: estudios fotométricos realizados desde los años ’50 a esta parte ya sugerían que había una región especialmente brillante (en pocas palabras: cada vez que esa zona miraba hacia la Tierra, el brillo de Plutón alcanzaba un pico). Al parecer, dice Buie, la mancha blanca será uno de los principales objetivos de estudio de la misión New Horizons.
Las inéditas imágenes de Plutón, obtenidas por Buie y su equipo en la campaña de observaciones 2002-2003, no son poca cosa. Pero lo que el propio científico reconoce como tanto o más sorprendente son los cambios observados en el aspecto general del planeta enano cuando se comparan, justamente, estas vistas con las que el mismo Hubble había tomado en 1994 (que quizá no eran tan buenas pero que, aun así, revelaban detalles gruesos).
Al poner frente a frente los dos “planisferios” de Plutón, las diferencias saltan a la vista: por empezar, su hemisferio norte se ha abrillantado mucho. La presencia de hielos es bastante más marcada en 2002-03 que en 1994. En contrapartida, la mitad sur del planeta enano aparece algo más oscura. La imagen global tiene un tono general más rojizo. El cambio es tan notable que el propio Buie vaciló bastante al ver los resultados de su trabajo con el Hubble: “Al principio, estos cambios en el aspecto y color general de Plutón me parecieron difíciles de creer y de entender –reconoce el astrónomo–, pero cuando estudié las imágenes de su satélite, Caronte, vi que éste permanecía igual, mientras que Plutón efectivamente había cambiado”.
La pregunta sale sola: ¿qué pasó en Plutón durante el intervalo de 1994 a 2002-2003? Estaciones, ni más ni menos. De a poco, la región polar Norte ha ido saliendo de un larguísimo invierno, de 120 años de duración, exponiendo al Sol los brillantes hielos de nitrógeno y metano acumulados en todo ese tiempo. A la inversa, la región más austral de Plutón ha perdido brillo, producto de la sublimación de sus hielos por la continua incidencia de la luz solar. En suma: por primera vez estamos siendo testigos directos de las variaciones climáticas globales de Plutón. Un mundo que también tiene sus “estaciones”, que no sólo son mucho más largas que las nuestras (porque su “año” dura 248 de los nuestros), sino también mucho más complicadas. Por dos razones clave: por un lado, su eje de rotación está inclinado unos 80 grados respecto de su plano orbital. Y eso hace que durante más de un siglo cada uno de sus polos reciba luz solar directa, mientras que el otro permanece sumergido en la oscuridad. Por el otro lado, la órbita de Plutón –además de estar bastante inclinada con respecto a los planetas– es muy “excéntrica”. Léase, bien ovalada. En un extremo, Plutón está a “sólo” 4500 millones de kilómetros del Sol. Pero en el otro, se aleja hasta 7500 millones de kilómetros de nuestra estrella.
La combinación de la extrema inclinación de su eje, sumada a la enorme excentricidad de su órbita, se combinan en un complicado juego que, a pesar de sus siempre bajísimas temperaturas, genera ciclos de sublimación de hielos y recongelación de gases, que repercuten no sólo en la densidad de su finísima atmósfera de nitrógeno, sino también en el aspecto general de Plutón. Exactamente lo que nos muestran estas inéditas y (hasta ahora) inmejorables vistas del histórico hallazgo de Clyde Tombaugh.
Sorprenden las imágenes. Sorprenden los cambios. Y sorprende la velocidad con la que se han dado: “Estamos viendo la superficie con los mayores y más rápidos cambios de todo el Sistema Solar”, subraya Michael Brown. Nada mal para un lugar que, hasta no hace mucho, algunos concebían casi como una bola de hielo inerte, condenada a una hibernación casi eterna.
Volvamos a las imágenes de Plutón: son las mejores que tenemos hasta ahora. Y seguramente lo serán por unos años más. Hasta que, finalmente, llegará el ansiado gran momento: en julio de 2015, la sonda espacial New Horizons (Nuevos Horizontes) de la NASA –lanzada en 2006, y actualmente a mitad de camino– sobrevolará durante unas horas a Plutón (y también a su mayor luna, Caronte). Y entonces sí, por primera vez, veremos de cerca y con lujo de detalles el rostro de aquel helado centinela de las fronteras del Sistema Solar. Recordaremos al gran Clyde Tombaugh y a su hazaña. Y recordaremos, también, aquel rito iniciático junto al telescopio.
Será un momento de profunda y emotiva revelación. Un hito mayor en nuestra exploración de los mundos vecinos de la Tierra.
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