› Por Mariano Ribas
A veces se embarcan en viajes cortos, y sobrevuelan los castigados paisajes lunares. Otras veces van más allá, y apuntan sus cañones ópticos hacia Marte, Júpiter o Saturno. Mundos que, de tanto visitar, les resultan familiares y queridos. Pero el gran escenario de la astronomía amateur es el “espacio profundo”: las estrellas, los cúmulos estelares, las nebulosas. Maravillas de las que nos separan decenas, cientos y miles de años luz. Y por supuesto, el blanco más tentador y desafiante. La crème de la crème: las galaxias. Fabulosas islas de estrellas, de siluetas rechonchas, irregulares o exquisitamente espiraladas. Superestructuras cósmicas situadas a (muchos) millones de años luz.
Tradicionalmente, los astrónomos amateurs no sólo se han regocijado con sus travesías nocturnas, sino que también han hecho ciencia. Hacen ciencia: buscan cometas y asteroides y trazan sus órbitas y curvas de luz; observan y cronometran ocultaciones de estrellas, asteroides y planetas por la Luna; monitorean a ojo –y con fotómetros– las oscilaciones de brillo de “estrellas variables”; y están atentos a cualquier cosa que pase en el cielo. Pero durante los últimos años, especialmente, muchos se han volcado decididamente a un rubro absolutamente fascinante y antes reservado casi exclusivamente a los profesionales: la astrofotografía de alto nivel.
En la última década, las nuevas tecnologías en materia de óptica, electrónica y software han permitido que los astrónomos amateur del siglo XXI estén equipados con potentes telescopios, monturas con búsqueda y seguimiento automático de objetos, cámaras de alta sensibilidad y procesadores de imágenes que permiten no sólo ver, sino fotografiar planetas, cúmulos estelares, nebulosas y galaxias con un nivel de detalle sin precedentes. En esta edición de Futuro, rendimos especial homenaje a todos aquellos que esperan la noche para explorar el universo. Y recorremos algunas de las mejores postales del cosmos, tomadas por destacados astrofotógrafos aficionados de la Argentina. Y también, de un colega español. Pasen y vean, éste es el Universo Amateur...
En estos días, el planeta más grande del Sistema Solar está muy cerca de la Tierra. Por eso, miles de astrónomos amateurs, en todas partes, están observando –y fotografiando– al gigantesco mundo gaseoso. Esta foto de Júpiter nos la envía Máximo Ruiz, un astrofotógrafo español. Máximo vive en Barcelona, pero para obtener esta imagen viajó hasta el pueblo de Ager, en la provincia de Lérida. Allí, muy cerca de los Pirineos, bajo un cielo oscuro y transparente (a 1600 metros sobre el nivel del mar), con su potente telescopio reflector de 25 cm de diámetro y una cámara equipada con filtros, tomó una ráfaga de fotogramas de video, que luego “apiló” mediante programas de procesamiento de imágenes. El resultado es decididamente impresionante.
Ahora, nos trasladamos desde España hasta una terraza de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Desde allí, con su fiel telescopio reflector de 15 cm de diámetro, y una cámara digital reflex, Carlos Di Nallo tomó esta exquisita imagen del cúmulo estelar abierto M 6, una joya celestial. “Mi vuelco hacia la astrofotografía se debió a que quería quedarme con el recuerdo de ese instante en que localizo un objeto en el cielo, y quedo maravillado por su estructura, los colores de las estrellas, la sensación de pequeñez y el silencio”, nos cuenta Carlos. M 6 es una agrupación de cientos de estrellas, a 1600 años luz del Sistema Solar. Observable a simple vista como un manchoncito cerca de la “cola” de la constelación de Escorpio, este cúmulo es rico en estrellas azules y calientes, que contrastan con una anciana estrella rojiza, que es la más brillante del grupo. El nombre M 6 (o Messier 6) viene del célebre catálogo astronómico elaborado por el francés Charles Messier, a fines del siglo XVIII. Por la particular distribución de sus estrellas, este cúmulo también es conocido como “la Mariposa”.
El venerable catálogo de Messier compila buena parte de las principales atracciones del cielo nocturno. Entre ellas, M 8, una de las nebulosas más brillantes de la Vía Láctea. También llamada “Nebulosa de la Laguna”, esta enorme masa de gas (principalmente hidrógeno) y polvo, de unos 100 años luz de diámetro, es una auténtica fábrica de soles. E incluye un cúmulo estelar abierto. Son justamente las propias estrellas que allí se han gestado las que, mediante su potente radiación ultravioleta, ionizan el gas y lo hacen brillar. Enclavada en la constelación de Sagitario, M 8 es un clásico de la astronomía amateur. Y esta foto, tomada desde Munro, provincia de Buenos Aires, por Matías Tomasello, la revela en toda su gloria. No fue fácil: en la noche del 5 de junio, Matías tomó decenas de imágenes individuales de la “Laguna” con un telescopio refractor, una cámara CCD y varios filtros. Y luego las integró y procesó en una imagen final, equivalente a una exposición total de dos horas.
Hete aquí otras de las máximas maravillas del cielo: M 16, también conocida, por su silueta, como “Nebulosa del Aguila”. Al igual que M 8, se trata de otra nebulosa de emisión, donde la gravedad comprime los gases y el polvo, gestando nuevas estrellas que, a su vez, hacen brillar el gas circundante. Créase o no, esta espléndida postal de M 16 no fue tomada desde un observatorio profesional, bajo un cielo de montaña, sino desde el barrio José Ingenieros, en La Matanza. Allí, Omar Mangini explora el cosmos con su telescopio reflector de 25 cm. Con ese instrumento, una cámara digital reflex, una exposición fotográfica total de una hora y media, más un cuidadoso procesado informático, Mangini nos muestra al “Aguila”, situada a más de 6 mil años luz, como si estuviera aquí nomás.
Seguimos recorriendo algunas de las más imponentes nebulosas de emisión de la Vía Láctea. Ahora, miramos hacia la zona más austral del cielo: allí, enclavada en la constelación de Carina (La Quilla), y cerca de la Cruz del Sur, está NGC 3372. Más conocida como la “Nebulosa de Carina”. Es la más grande y brillante de todo el firmamento. Situada a unos 6500 años luz, esta nebulosa contiene varios cúmulos abiertos y muchas estrellas súper masivas. Incluyendo, claro, a la monumental Eta Carinae. Desde su observatorio doméstico en Ramos Mejía (que él mismo construyó, a partir de un lavadero al que modificó y le puso techo corredizo), Marcelo Salemme obtuvo está postal digna de ser enmarcada. Utilizó un telescopio de 20 cm de diámetro, y una exposición fotográfica total de más de 2 horas.
No hay libro de astronomía que no incluya una foto de M 20, la “Nebulosa Trífida”, que está a unos 5 mil años luz, en dirección a la constelación de Sagitario. Es uno de los objetos más complejos y bonitos del cielo: una nebulosa de emisión (rosa), surcada por oscuros senderos de polvo (que le dan el nombre al conjunto), y junto a ella, una nebulosa de reflexión (azul). Desde su observatorio en General Pacheco (provincia de Buenos Aires), Ignacio Díaz Bovillo, que es doctor en Ingeniería, obtuvo este primer plano de la “Trífida”, con su exquisito telescopio refractor apocromático de 13 cm de diámetro, y técnicas similares a las anteriores. La imagen, a la vista está, es igualmente exquisita.
7) OMEGA CENTAURI: COLOSO GLOBULAR
Los observadores del cielo tienen una especial debilidad por los cúmulos globulares. Son colosales conjuntos de cientos de miles de estrellas, apelotonadas. En la Vía Láctea se conocen unos 150. Y el más grande, por lejos, es Omega Centauri. Está a 16 mil años luz del Sistema Solar, mide cientos de años luz de diámetro y contiene alrededor de 5 millones de estrellas. Muchos creen, incluso, que se trata del núcleo de una pequeña galaxia fagocitada por la nuestra. Y bien, desde Casilda, Santa Fe, Mauricio Bassi nos envía esta postal de Omega Centauri, tomada con su telescopio de 20 cm de diámetro y una cámara digital acoplada.
Aquí no hay telescopios involucrados: esta fabulosa panorámica de la Vía Láctea fue tomada, directamente, con una cámara digital apuntando al cielo. Eso sí, apoyada en una montura con seguimiento motorizado que permitió que la cámara apuntara siempre en la misma dirección, durante varios minutos. Semejantes vistas de cielo abierto sólo pueden obtenerse en lugares bien apartados de las ciudades. Y eso es justamente lo que hizo Germán Savor, integrante de la Asociación Entrerriana de Astronomía, que viajó hasta el Observatorio Astronómico de Ampimpa, en los Valles Calchaquíes, Tucumán. “Visito Ampimpa desde hace dos años –dice Germán– y tiene un cielo increíble.” Las pruebas están a la vista.
Nos vamos de la Vía Láctea. El vértigo aumenta ahora considerablemente: esta magnífica rueda espiralada es otra galaxia: M 83, a 15 millones de años luz de la Vía Láctea. Por lo tanto, esta imagen tiene 15 millones de años de antigüedad. Eso es lo que tardó la luz de M 83 en llegar hasta el observatorio de Ezequiel Belocchio, en el altillo de su casa, en Pilar. Esos añejos fotones provenientes de la “Galaxia Remolino Austral” (como también se la llama), llegaron hasta el telescopio reflector de 25 cm de Ezequiel, pasaron por filtros, pegaron en una cámara, y finalmente, tras una exposición de una hora y media, procesado y ajustes finos, dieron lugar a esta postal. Impresionante, se la mire por donde se la mire.
Vamos más lejos. Más galaxias. Sergio Eguivar, uno de los mejores astrofotógrafos de Argentina, puso la proa hacia la constelación de Leo y nos regala un “2 x 1” galáctico. Arriba, el legendario “Triplete de Leo”, formado por las galaxias espirales M 65, M 66 y (algo más separada) NGC 3628. Este trío está a 35 millones de años luz de la Vía Láctea. Y Sergio lo fotografió –créase o no– con una cámara digital acoplada a un pequeño telescopio de sólo 8 cm. Pero bajo los oscuros cielos de Merlo, provincia de San Luis. La toma –que esconde un cuidadoso seguimiento del movimiento del cielo– tiene una exposición de 2 horas. La otra foto, abajo del “triplete”, nos muestra a la más “cercana” galaxia espiral NGC 2903, a 20 millones de años luz, y que en el cielo podemos ubicar cerca de la “cabeza” de Leo. En este caso, Eguivar, que de día es contador, y de noche se transforma en astrónomo amateur, utilizó un telescopio más grande (de 20 cm), y trabajó desde el Observatorio de Mercedes, provincia de Buenos Aires.
Claro, nos falta la foto de la tapa. Y no sólo la dejamos para el final porque es extraordinaria, sino también porque nos muestra lo más lejano de esta recorrida astrofotográfica. Ni más ni menos que el “Cúmulo de Fornax”, una familia de galaxias situadas a... 62 millones de años luz. Allí, entre otras, se destaca la espléndida NGC 1365 (cerca de uno de los extremos de la foto), una galaxia espiral barrada. Y también, unas cuantas galaxias elípticas y amarillentas. Una vez más, el astrofotógrafo es Ezequiel Belocchio (ver foto 9). En este caso, Ezequiel tuvo que “cosechar” fotones –que viajaron 62 millones de años– durante una maratónica sesión de 6 horas, durante una noche de noviembre de 2009. Telescopio, cámara, filtros, seguimiento, procesado posterior... en suma, un trabajito de aquellos que nada tiene que envidiarles a imágenes tomadas desde observatorios profesionales.
Y bien, hasta aquí llegamos. Habría muchas maneras de cerrar esta edición especial de Futuro. Pero elegimos una cita que pinta de cuerpo y alma a los astrónomos amateurs. A los baqueanos del cielo. Elegimos las palabras de Carlos Di Nallo, uno de los astrofotógrafos que nos acaban de transportar por el Universo Amateur. Y que van directo a la esencia de todo esto: “Cuando alguien me pregunta por qué hago lo que hago, con frío o calor, de madrugada, y aun sabiendo que tendré que levantarme temprano para ir a trabajar... simplemente les muestro las fotos, que hablan por sí solas”.
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