› Por Pablo Capanna
Sin ánimo de invadir las páginas de espectáculos (y gracias a la complicidad de Daniel Paz), estamos en condiciones de anticipar un estreno para enero 2011. Después de todo, si esto se llama Futuro, es porque algo podemos adelantar. La película quizá no llegue a los cines porque los autores todavía están pidiendo plata para financiarla, pero ya hace bastante que se habla de ella en Internet. Iron Sky es una producción finlandesa dirigida por Timo Vuorensola, con el mismo equipo que realizó Star Wreck, una parodia al gusto de los fans del cine de ciencia ficción, con algo de Monty Python pero con menos gracia.
La historia que cuenta parece bastante descabellada. Hans Kammler, un ingeniero de las SS, descubre la antigravedad y para 1945 tiene listo un plato volador capaz de volar a la Luna. A la hora de la capitulación alemana la nave parte desde una base secreta de la Antártida. De este modo, en la cara oculta del satélite los nazis construyen la base Schwarze Sonne (Sol Negro) y para el 2015 están de vuelta para conquistar al mundo. Ahí empieza una historia bizarra, al estilo de ¡Marte ataca!
Lo que imaginó la guionista de la película no es totalmente caprichoso. Cuando se hace una parodia generalmente es porque se trata de algo que goza de alguna popularidad. En este caso, la parodia pretende desmitificar una leyenda en la que muchos están dispuestos a creer. Por lo menos, no es como algunas otras parodias, que de tan ambiguas parecen complacientes.
La película se hace eco de cierta mitología del nazismo que ha venido creciendo durante medio siglo. No sólo seduce a los neonazis confesos, sino a muchos curiosos, quizás ingenuos pero no menos neuróticos. El mito ovni, que generalmente gira en torno de los extraterrestres, se asocia aquí con el nazismo y hace pie en uno de los escasísimos lugares que todavía conservan algo de misterio, la Antártida. Al cabo de los años ha terminado por asimilarse con la línea dominante y ahora también incluye a los alienígenas.
Como observa el historiador Nicholas Goodrick-Clarke en Black Sun (2002), la mitología ovni-nazi ha ido creciendo conforme a una estructura serial. Los detalles se retocan constantemente, y se incorporan nuevas ideas y personajes, como en esos teleteatros donde cada cambio de guionista significa un cambio de género y los actores aparecen o desaparecen al compás de los contratos.
Para empezar, digamos que el Sol Negro es el símbolo que ha reemplazado a la esvástica entre los neo-nazis. El Gruppenführer (general de división) Hans Kammler existió. Fue el responsable de la producción de los misiles V2 y un genocida de siniestra presencia en los campos de exterminio, que al parecer se suicidó para no ser juzgado en Nuremberg.
Es probable que bajo su responsabilidad hayan surgido los proyectos aeronáuticos secretos del Reich. Entre ellos había dispositivos como los foo-figthers, diseñados para desorientar a los bombarderos, o la mítica V-7, que habría sido un disco volante. De hecho, en la inmediata posguerra una empresa canadiense construyó un prototipo de “plato volador” basándose en uno de esos diseños que había sido apropiado por los aliados.
Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, las “armas secretas” de Hitler ya eran leyenda. Medio siglo más tarde, el mito no sólo sigue vivo, sino que ha crecido. Se lo encuentra tanto en los panfletos y videos neonazis, como también en exitosas novelas como Genesis (1980) del inglés W. A. Harbison o en los tres volúmenes de D. H. Haarmann, Armas secretas maravillosas (1983-85), un compendio de todas las teorías conspirativas conocidas.
De la Antártida, se comenzó a hablar al día siguiente de la capitulación de Alemania. El 10 de julio de 1945 el submarino U-530 se entregó en Mar del Plata, y el 17 de agosto lo hizo el U-977. El día 16, el Chicago Times (en una nota que retomaron Le Monde, el Times de Londres y el New York Times) echó a correr la versión de que Hitler y Eva Braun se escondían en la Patagonia. Al día siguiente, Crítica, el diario porteño de Botana, sugirió que podían estar en la Antártida.
Ambos medios hacían hincapié en el hecho de que los tripulantes de los submarinos eran muy jóvenes y traían un cargamento de alimentos que, curiosamente, incluía quinientos contenedores de cigarrillos. Esto parecía sugerir que formaban parte de un convoy nazi que iba a aprovisionar una base antártica secreta. Pero nada se decía del submarino que se había rendido en Portugal. La juventud de los soldados no era nada sorprendente, porque para la defensa de Berlín se habían reclutado adolescentes. Además, nadie parecía recordar que los nazis habían hecho la más exitosa campaña de la historia contra el hábito de fumar. Las leyendas suelen obviar estos detalles. Oportunamente, Crítica traía a colación la expedición antártica de 1938-39. Seis años antes, los alemanes habían hecho un completo relevamiento de la Tierra de la Reina Maud, un territorio reclamado por Noruega al que habían rebautizado Nueva Suabia y reivindicaban como propio. También habían descubierto los lagos Schirrmacher, una suerte de oasis de aguas tibias en medio de los hielos.
Apenas concluida la guerra, la marina norteamericana realizó, con participación noruega y soviética, unas importantes maniobras en territorio antártico. La llamada Operación Highjump movilizó trece barcos, cien aviones, varios helicópteros y un submarino. Pero después de varios traspiés, incluyendo la pérdida de cuatro aviones, el almirante Byrd le había puesto fin anticipadamente.
Este fracaso pareció dar pie a varias leyendas. Según una de ellas, Byrd había descubierto el acceso al centro de la Tierra. Según otra, había sido derrotado por los nazis que estaban atrincherados en la Antártida. El ideólogo conspirativo D. H. Haarmann jura que en 1958 hubo otra campaña secreta, bajo la cobertura del Año Geofísico, donde se usaron armas nucleares, sin que nadie se enterara (¡!). Esa sería la causa del agujero de ozono que hoy padecemos (sic).
A dos años de que los submarinos se rindieran en Mar del Plata, y más allá de la afluencia de criminales de guerra que solían venir por otros caminos, el mito antártico nazi tomó forma. La tarea estuvo a cargo del periodista húngaro Ladislao Szabó, que escribía en Crítica y resumió sus conjeturas en Hitler está vivo (1947), un libro que fue traducido al francés y alimentó a la prensa sensacionalista durante tres años.
En los veinte años que siguieron, la historia de los submarinos y la base antártica de Hitler siguió complicándose, por ejemplo con los libros de Michael Barton, ¿Hitler vive? (1960) y La historia de los platos voladores alemanes (1968), que ya comenzaba a usar el ingrediente ovni.
Si aquellas tempranas conjeturas podían llegar a entenderse por la persistencia del clima bélico, la locura dio un salto cualitativo a partir de 1947, cuando se registró en los Estados Unidos el primer avistamiento de platos voladores. Poco después de que Kenneth Arnold los viera pasar volando, un pintoresco personaje llamado George Adamski dijo haberse entrevistado con uno de sus tripulantes, que decía proceder de Venus.
Mientras se multiplicaban los ufólogos, el naciente mito ovni fue asumido entre 1951 y 1955 por diversos grupos ocultistas, muchos de los cuales simpatizaban con el nazismo tanto como éste con ellos. El primer lazo lo anudó un ingeniero suizo (ex oficial de las SS) llamado Erich Halik. En las páginas de su revista Hombre y Destino Halik anunció que los seres con quienes se había encontrado Adamski no eran venusinos sino alemanes procedentes de la Antártida. Es más, había dos bases alemanas, una en cada Polo. Maestro del reciclaje, Halik se las ingenió para meter de todo en una historia relativamente simple. Incluyó a los cátaros, el Grial y el esoterismo fascista de Rahn, Evola y Serrano. Hasta la alquimia, a la cual recurrió para proponer un nuevo símbolo: el Sol Negro.
Halik pertenecía al círculo esotérico de Wilhelm Landig, otro SS muerto en 1997, que popularizó el mito en tres exitosas novelas: Los ídolos contra Thule (1971), Tiempo de lobos en Thule (1980) y Rebeldes para Thule (1991). Con todas las licencias que permite la novela, Landig se lanzó a desarrollar toda una saga fantástica de los platos voladores nazis. Ahora eran naves movidas por energías espirituales, como el famoso Vril, con base en el Antártico pero de apoyo en Argentina y Chile.
Otro responsable de la construcción del mito es el ideólogo Ernst Zündel, uno de los más conspicuos negadores del Holocausto y editor de numerosas publicaciones neonazis. Zündel fue quien editó y difundió los libelos de Willibald Mattern, un alemán radicado en Chile, que hacía lo suyo para mantener vivo el mito.
En sus libros Expediciones secretas al Polo (1978) y Hitler en el Polo Sur (1979) Zündel reciclaba todas las especulaciones anteriores. Por más delirante que fuese la idea, sostenía que tras derrotar a Byrd los nazis habían prosperado en la Antártida y ahora se aprestaban a volver. No sólo eso: también habían encontrado la forma de acceder al centro de la Tierra. Pero sin duda, el bonus track era el testimonio del encuentro de un tal Reinhold Schmidt con unos habitantes de Saturno rubios y altos que hablaban perfectamente alemán. Ahora quedaba claro que la clave de la superioridad aria era su origen extraterrestre.
Por si aún faltaba algo para completar el delirio, apareció una nueva generación de ideólogos, que encabezan los austríacos Jürgen Ratthofer y Ralf Ettl.
Ya no falta nada. El esoterismo hace su aporte con el Vril, la Atlántida y el secreto de la pirámide. Pero también abundan los elementos de ciencia ficción: los taquiones, la antigravedad y las máquinas del tiempo. Hitler sigue vivo, a pesar de que ya debería andar por los 121 años.
Gracias al posmodernismo, ya no hay límites claros entre la realidad y la ficción. Ratthofer pone a la religión de Marción, un heresiarca antisemita del siglo II, en el eje de sus especulaciones teosóficas. Cuando todos anuncian la era de Acuario como el reino de la paz, el amor y las buenas ondas, el austríaco pronostica que será la hora de la guerra final, que por supuesto ganarán los arios.
¿Cómo lo sabe? Una de las fuentes en las que confía son los mensajes en lengua sumeria que le han hecho llegar algunas medium de confianza. Eso le permite asegurar que alemanes y sumerios son pueblos hermanos, porque ambos descienden de una raza superior que llegó desde Aldebarán hace quinientos millones (¡!) de años. Por supuesto, el sistema de Aldebarán tiene dos planetas; en uno habita la raza superior, que tiene un régimen nazi, y en el otro la inferior, que por ahora está sometida, a la espera de una solución final.
Ettl, por su parte, nos cuenta de las naves espaciales que en 1943 Hitler envió a Aldebarán para pedir ayuda. La expedición llegó en 1967, e inmediatamente los aldebaranos despacharon una armada de 280 naves para vengar a los nazis. Ya tenían que haber llegado en algún momento entre 1992 y 2005, pero parecen haber tenido inconvenientes. Ya ni en la puntualidad sumeria se puede creer...
Todos estos delirios, por fin, aparecen potenciados y ampliados en una novela del ideólogo conspirativo Jan Udo Holey, que firma Jan van Helsing. Sus libros están prohibidos en Alemania y Suiza por racismo y negación del Holocausto. La novela se titula Operación Aldebaran (1997) y es el más acabado reciclaje del mito, que no omite nada de lo que hemos visto y hasta incluye a Perón en la trama marplatense.
Ahora todo parece cerrar. Como sabrán los que van mucho al cine, Van Helsing era un experto en vampiros, enemigo jurado de Drácula, y de esas cosas debía saber mucho. Gracias a él la humanidad se ha sentido aliviada. Si es cierto que los nazis vinieron de Aldebarán, podemos ponernos contentos, porque por lo menos no eran humanos. De paso, como son inmigrantes ilegales, podríamos empezar a discriminarlos...
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