–La verdad –dijo el Comisario Inspector Díaz Cornejo– eso de que un día estemos y otro día no estemos me confunde y hasta me pone un poquito nervioso.

–Claro –dije–, porque uno no sabe de qué hablar.

–Bah –dijo el Comisario–, cuando se trata de hablar no tengo... bueno, no es ese precisamente mi problema.

–El mío sí –dije–, aunque ahora con la Wikipedia uno tiene información sobre lo que se le ocurra.

–Sí, pero información cuantitativa, si se quiere. Hoy, por ejemplo, estaba pensando en Roemer, el primero que midió la velocidad de la luz y, bueno, me fijé en Wikipedia, donde estaban todos los detalles de cómo hizo, pero se olvidaron de exaltar la idea genial que tuvo. Verdaderamente genial.

–Bah, yo ya la conozco, pero cuéntela.

–A mí me impresiona tanto como la historia de Eratóstenes midiendo la circunsferencia de la Tierra con camellos, pero, en fin. Resulta que Roemer, allá por la mitad del siglo XVII, estaba estudiando los eclipses de los satélites descubiertos por Galileo. Simplificando un poco las cosas, elaboró tablas horarias en las que figuraba el instante preciso en el que el planeta ocultaba a cada uno de los satélites. Las tablas tenían toda la precisión que se podía pedir en esa época, pero Roemer constató que los satélites no las cumplían. A veces se adelantaban, a veces se atrasaban. Y observó que se atrasaban cuando la Tierra estaba en oposición a Júpiter, es decir, del lado de la órbita más alejada del planeta gigante. Y se le ocurrió que el retraso se debía a que la luz tenía que atravesar toda la órbita de la Tierra para alcanzarnos. Dividió la distancia por el tiempo, y sacó una velocidad de 200 mil km por hora, casi perfecta para la época. La verdad, es que me parece genial.

–A mí también, pero no sé cómo cerrar la sección.

–Así.