VIDA Y MILAGROS DE LA ODONTOLOGIA FORENSE
› Por Raúl Alzogaray
La Enciclopedia de Asesinos Seriales de Michael Newton describe a Ted Bundy como un hombre “atractivo, seguro de sí mismo, con ambiciones políticas y exitoso, con una gran variedad de mujeres”. Nacido de madre soltera el 11 de noviembre de 1946, Bundy fue criado por sus abuelos maternos, quienes le hicieron creer que ellos eran sus padres y que su madre era su hermana. En 1968 sufrió un desengaño amoroso del que nunca se recuperó. Unos meses más tarde averiguó quiénes eran en realidad sus “padres” y su “hermana”. Al poco tiempo empezó a matar.
Todas sus víctimas fueron mujeres. Se les acercaba en lugares públicos, les hablaba amistosamente y las invitaba a su auto. Entonces las golpeaba en la cabeza con una cachiporra, las violaba y las estrangulaba. A veces les cortaba la cabeza. Conservaba los cuerpos en un departamento y los visitaba con fines perversos.
En agosto de 1975 lo detuvieron por primera vez. Fue juzgado y condenado a quince años de cárcel por un reciente intento de homicidio (en ese momento se ignoraba que había matado varias veces). Un día pidió permiso para ir a la biblioteca de la Corte y se escapó por una ventana. Anduvo sin rumbo casi una semana, hasta que lo capturaron y volvió a la cárcel. Unos meses más tarde escapó por un agujero que hizo en el cielo raso de su celda. Viajó más de 2500 kilómetros en ómnibus, avión y autos robados. La madrugada del 15 de enero de 1978 entró en los dormitorios de una universidad, mató a dos estudiantes mientras dormían y lastimó gravemente a otras dos. Esa misma noche se metió en una casa cercana y atacó a una joven sin llegar a matarla. Un mes más tarde violó y asesinó a una chica de doce años. Finalmente lo volvieron a detener.
En junio de 1979 lo juzgaron por los crímenes que cometió en la universidad. La principal prueba en su contra eran las marcas que habían dejado sus dientes en la nalga de una de las estudiantes. Durante el juicio, el odontólogo forense Richard Souviron presentó una foto ampliada de la mordedura y le superpuso una lámina transparente con una imagen de la dentadura de Bundy. La forma, el tamaño y la disposición de los dientes coincidían.
La marca de los dientes fue la única conexión física que se encontró entre Bundy y una de sus víctimas. Lo declararon culpable y lo sentenciaron a la silla eléctrica. Antes de morir confesó treinta asesinatos, pero nunca se pudo comprobar si dijo la verdad. El 24 de enero de 1989 fue ejecutado en la cárcel del estado de Florida.
Los odontólogos forenses usan sus conocimientos para resolver problemas de interés legal. Preservan, registran e interpretan evidencias dentales, y explican sus conclusiones a jueces, abogados y otras personas que no están familiarizadas con la odontología. Sus principales actividades consisten en identificar restos humanos y determinar quiénes fueron los autores de marcas de mordeduras encontradas en personas (vivas o muertas).
Los dientes humanos se empiezan a formar antes del nacimiento. Entre los seis meses y los dos años salen de la encía veinte dientes temporarios (“de leche”), que luego son reemplazados por treinta y dos definitivos (o menos, porque hay personas a las que nunca les salen las “muelas del juicio”).
En los dientes se reconocen dos regiones: la raíz, que permanece dentro de la encía, y la corona, que sobresale de la encía y queda a la vista cuando uno abre la boca. La raíz está recubierta por una capa de cemento (que, a pesar de su nombre, no tiene nada que ver con el que se usa en construcción); la corona está recubierta por una capa de esmalte (que no tiene nada que ver con el que se aplica a los objetos de vidrio o cerámica).
Debajo del cemento y el esmalte se encuentra la dentina, que ocupa la mayor parte del diente. Y dentro de la dentina está la pulpa, un tejido blando, recorrido por vasos sanguíneos y células nerviosas (responsables de los inolvidables dolores producidos por las caries).
La dentina, el cemento y el esmalte son las partes más duras del cuerpo humano. Esto se debe a que contienen hidroxiapatita, un mineral de calcio que también está presente en los huesos. El esmalte, con un 95 por ciento de hidroxiapatita, es más duro que el acero y soporta temperaturas de mil seiscientos grados centígrados. Por esta razón, los dientes se conservan muy bien en víctimas de incendios, inmersiones prolongadas y otras situaciones donde la mayor parte del cuerpo se desintegra. Muchas víctimas de la matanza de Waco (1993), el incendio de un avión de la empresa LAPA en el Aeroparque de Buenos Aires (1999), los atentados a las Torres Gemelas (2001) y el tsunami del océano Indico (2004), fueron identificadas por odontólogos forenses.
En su Historia de Roma, Dión Casio cuenta que, en el año 49, la primera dama Julia Agripina mandó asesinar a una de sus rivales. Para confirmar que la orden había sido cumplida, Agripina ordenó que le llevaran la cabeza de la difunta, pero no la pudo reconocer porque el rostro estaba desfigurado. Entonces le revisó la boca y se quedó tranquila al reconocer ciertas “peculiaridades de los dientes”. Casio no menciona cuáles fueron esas peculiaridades, pero la anécdota constituye uno de los primeros casos registrados de identificación de restos humanos a través de la dentadura.
El 4 de mayo de 1897, en París, más de 120 personas murieron en el incendio del Bazar de la Caridad. Casi todas eran mujeres de la nobleza, que durante sus vidas habían podido costear los servicios de los mejores dentistas de la ciudad. Los registros odontológicos confeccionados por esos profesionales permitieron identificar a varios cuerpos carbonizados. Un testigo de los hechos, el dentista cubano Oscar Amodeo, describió la experiencia en su tesis El arte dental en medicina legal. Publicada en 1898, y rápidamente traducida a varios idiomas, esta obra se considera una piedra fundacional de la odontología forense.
Para identificar los restos de un ser humano, los odontólogos forenses confeccionan una ficha dental, y sacan fotos y radiografías de la dentadura del cuerpo en cuestión. Si se sospecha quién podría ser, se ubica al dentista que lo atendía y se le piden los registros dentales de su paciente. El odontólogo forense compara los registros y determina si se trata o no de la misma persona.
Cualquier dato adicional puede ser útil: algún rasgo distintivo de la dentadura recordado por los familiares, la descripción de un arreglo dental incluida en una factura, fotografías que no hayan sido sacadas por un dentista. En una foto de Hitler, tomada durante un discurso en 1934, se observan los dientes inferiores del dictador. Años después, la foto fue digitalizada y comparada con los dientes y la mandíbula que el ejército ruso encontró junto al bunker donde Hitler se suicidó. Aunque no se pudo realizar una identificación concluyente, las coincidencias encontradas apoyan la hipótesis de que esos restos eran los del Führer.
La identificación odontológica de restos humanos es una tarea compleja, que incluye la comparación del tamaño y la forma de cada diente; su posición; el aspecto y las enfermedades de la pulpa, la raíz y la corona; los arreglos dentales; y las características de las encías y las mandíbulas.
Las coincidencias completas entre los registros previo y posterior a la muerte son muy raras; pero cuantas más coincidencias hay, mayor es la probabilidad de que ambos pertenezcan a una misma persona.
Cuando no se dispone de registros dentales anteriores a la muerte, o no hay indicios sobre la posible identidad de los restos, el odontólogo elabora un perfil dental que ayuda a orientar la búsqueda. Aunque con algunas limitaciones, los dientes pueden brindar información sobre la edad, el sexo, el estado socioeconómico y ciertos hábitos de una persona. Los fumadores empedernidos, por ejemplo, tienen los dientes amarillentos; mientras que alguien con una buena posición económica tendrá arreglos dentales más costosos que una persona que vive con lo justo.
También existen características dentales asociadas con grupos étnicos: los dientes delanteros superiores “con forma de pala” son muy frecuentes en los chinos, japoneses y amerindios; los europeos y melanesios presentan con frecuencia el “rasgo de Carabelli”, una prominencia en los dientes molares que habitualmente no aparece en otras poblaciones.
Los dientes son un arma poderosa para agredir o defenderse, y las marcas que dejan en la piel son pruebas que se aceptan en los juicios.
Para establecer si una marca de mordedura pertenece a una determinada persona, los odontólogos forenses preparan una lámina transparente con una reproducción fotográfica o computarizada de las marcas encontradas en la víctima. Luego le piden al sospechoso que muerda una pieza de cera o silicona. Por último superponen la lámina sobre el molde y comparan la forma, el tamaño y la disposición de los dientes.
Los rasgos poco comunes facilitan la identificación. En agosto de 1967, en el cementerio de Biggar, un pueblito escocés próximo a Edimburgo, se descubrió el cuerpo golpeado y estrangulado de Linda Peacock, una estudiante de 15 años que la noche anterior no había regresado a su casa. Warren Harvey, el odontólogo local, determinó que las marcas en el pecho derecho de Linda correspondían a una mordedura humana. Harvey le dijo a la policía que debían buscar una persona con un diente roto. Tras examinar los dientes de más de 3 mil hombres del pueblo, el principal sospechoso fue Gordon Hay, un ladrón de 17 años internado en el reformatorio local.
Al analizar la dentadura de Hay, Harvey descubrió que, además del diente roto, el joven tenía unas muescas causadas por una rara enfermedad que disminuye la mineralización de los dientes. Aunque al principio no las había notado, Harvey confirmó que las marcas de las muescas aparecían en el cuerpo de Linda. Estas pruebas, junto con las declaraciones de dos testigos, uno de los cuales vio a Hay regresar sucio de barro a su dormitorio la noche en que la chica fue asesinada, convencieron al jurado. En 1968, Hay fue el primer inglés condenado por la marca de su mordedura en el cuerpo de la víctima.
El análisis de marcas de mordeduras tiene varios puntos débiles que han llevado a cuestionar su validez. La piel humana es elástica, deformable y cuando sufre un daño, se inflama. Estas propiedades pueden distorsionar las marcas de mordeduras. Además, tanto en los cadáveres como en las personas vivas, las marcas cambian a medida que pasa el tiempo. La interpretación de las marcas es subjetiva y no existen protocolos nacionales ni internacionales que establezcan cuáles son los requisitos para considerar aceptable una identificación. Todo esto complica el trabajo de los odontólogos forenses.
Hubo juicios en los que se descartó la evidencia dental porque distintos profesionales llegaron a diferentes conclusiones. También se envió a la cárcel a personas inocentes. La historia de la odontología forense no está exenta de miserias humanas. Durante la década de 1990, en el estado de Mississippi, los informes fraudulentos del odontólogo Michael West propiciaron la condena de dos hombres acusados de asesinar a dos nenas de tres años. Uno fue condenado a prisión perpetua; el otro, a la pena de muerte. Ambos pasaron cerca de quince años tras las rejas, hasta que se descubrió el engaño y se identificó al verdadero asesino (el condenado a muerte vivió para contarla gracias a la extrema lentitud de las ejecuciones en Estados Unidos).
¿Es única la dentadura de cada persona? Y en caso de que lo sea, ¿es capaz de dejar una marca única en la piel humana?, ¿puede la piel conservar la unicidad de cada marca? Ninguna de estas cuestiones ha sido científicamente comprobada.
En un informe publicado en 2009 por el Consejo Nacional de Investigación de los Estados Unidos, un grupo de expertos señaló que hace falta investigar en qué circunstancias los métodos de la odontología forense podrían ser valiosos para comprobar la realización (o no realización) de un hecho.
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