APERTURA DEL PRIMER POSGRADO EN COMUNICACION PUBLICA DE LA CIENCIA
En un año egresarán, de la Universidad Nacional de Córdoba, los primeros especialistas en comunicación pública de la ciencia y periodismo científico del país. El acto de arranque del posgrado realizado la semana pasada condensó expresiones con materias y energías congruentes (casi estribillos) respecto del porqué comunicar la ciencia. La comunicación como redistribución social del conocimiento.
› Por Ignacio Jawtuschenko
La rectora Carolina Scotto; el ministro de Ciencia y Tecnología de Córdoba, Tulio del Bono; el decano de la Facultad de Matemáticas, Astronomía y Física (Famaf), Daniel Barraco, y la directora de la Escuela de Ciencias de la Información (ECI), Paulina Emanuelli, hablaron de todo, filosofía, política, medios y el futuro. También estuvieron presentes el profesor Alberto Maiztegui, un pionero en la educación de las ciencias; Leonardo Moledo, que dictó la materia inaugural e integra del Comité Académico, y Guillermo Goldes y Eliana Piemonte, quienes la dirigen.
Esta nueva especialización cordobesa es una iniciativa gestada con la intensidad de una estrella nova, que creció con bases sólidas y fuerte voluntad política tanto de la universidad como de la provincia que apoya y financia.
En el acto al que asistieron los cuarenta primeros alumnos seleccionados no se habló de una comunicación que regale verdades definitivas y tranquilizadoras, sino de búsquedas de alternativas y de reflexión crítica. Algo así como contribuir a “crear conciencia”, incrementar el entendimiento y la cultura científica, evitar que se impongan “los prejuicios”.
Es que ni la ciencia ni la tecnología (ni su comunicación, que es en definitiva su “continuación por otros medios”, como dice Moledo) son inmunes a dichos prejuicios, creencias, valores y necesidades. Scotto –sabiendo que hay ciertos dominios que son aún impenetrables al conocimiento científico– habló de la comunicación como interfase entre las teorías científicas y la imagen del sentido común, lo popular, lo que la gente común y corriente cree acerca de sí misma. “Debemos introducir una reflexión epistemológica acerca de este entramado difuso, este conglomerado no necesariamente homogéneo –pero muy abigarrado– con el que al ser humano, científicos y no científicos, le toca vivir: convicciones, opiniones, explicaciones y teorías del tipo popular, vulgar, precientífico que conforman lo que llamamos el sentido común, al que tenemos que educar científicamente.”
Habrá que analizar por qué tras siglos de esfuerzos por entender las leyes del universo, de comprender las causas de su impulso original e incluso describirlo matemáticamente, los centros productores de conocimiento demoran tanto tiempo (y hablamos de décadas) en poner en marcha un espacio como el que la UNC ahora inaugura. Tal vez hace falta la fértil amalgama de esfuerzos entre Estado, Universidad, comunicadores y científicos (algo más que un triángulo) que se logró en Córdoba y que recibió el visto bueno de la Coneau. Tal vez influyó, como lo señaló Paulina Emanuelli, la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que “abre grandes posibilidades de producción de contenidos para conectar, articular y poner en visibilidad problemáticas científicas y tecnológicas que no son visibles actualmente en los medios hegemónicos de comunicación”.
El objetivo es capacitar más y mejores comunicadores y periodistas, que superen la técnica del azar y amplíen el repertorio, que escriban con estilo, que sugieran, que contagien, que arriesguen una reflexión sobre la ciencia que se desarrolla en el país, que salgan del estereotipo esencialista y lineal (la divulgación no es traducción, como bien se ocupó de remarcar Scotto), que busquen enlaces insospechados entre campos de investigación en apariencia alejados, y que hagan siempre una pregunta más. Todo esto en un año de cursada. Es que este posgrado se inaugura en parte sobre una hipótesis: dentro de todo científico orgánico yace en animación suspendida el cuerpo de un contador de historias, a la espera de recibir “esa pócima” que lo anime.
Para pensar el desafío de la comunicación de la ciencia, es preciso reconocer que “la” realidad –cito mal a Bioy– se va extendiendo y ramificando, y que el relato crocante y sinuoso de la ciencia no ha sido ajeno a esa proliferación de la realidad, a esa aceleración del tiempo, a la expansión del espacio, la curvatura del futuro.
Desde Córdoba, de alguna manera empieza a recorrerse el espacio entre este momento en el que escasean especialistas en comunicación de la ciencia, y el otro en el que realidades que resultan inaccesibles al entendimiento de inmensas mayorías son comprendidas para su apropiación y aplicación en prácticas emancipatorias. Es que sobre esta especialización que se inicia sobrevuela una pregunta: ¿podrá la comunicación pública de la ciencia ser un factor de nivelación social como en el pasado lo fueron la radio y los antibióticos?
Hojeemos un manual de enseñanza. Veremos cómo la ciencia a lo largo de la historia se cuenta aséptica y neutral, en un devenir deshistorizado, contrapuesto a lo que señaló Del Bono: “La ciencia, la tecnología y el conocimiento son un arma de doble filo. Son simplemente herramientas, formidables, pero sólo herramientas. Todo depende de quién las usa, cómo las usa y al servicio de quién las pone”. Ni la ciencia es intrínsecamente buena, ni cada desarrollo trae el bienestar bajo el brazo. El Estado tiene que intervenir, la sociedad tiene que ser parte.
Es bien sabido que proyectos como este pueden causar cierto escozor. No hay ciencia y tecnología sin controversias filosóficas, económicas, políticas. La participación ciudadana es algo impensable para quienes no creen que el conocimiento es un bien al que también debiera accederse de manera equitativa, ya que, como lo alerta el historiador francés Dominique Pestre: “No es el saber en sí mismo el que transforma nuestro mundo sino un saber tomado por formas de apropiación y de valorización particulares”. Esta es una oportunidad para comenzar a pensar la comunicación de la ciencia de acá, en un contexto como el de América latina, tras décadas de exclusión y políticas de concentración de la riqueza, la ciencia y la tecnología. Daniel Barraco ilustró al respecto: “En la década del ’70 los estudiantes tenían mayor fascinación por la ciencia, el 30 por ciento de los universitarios cursaban carreras científicas, hoy no alcanza al 9,5 por ciento. Nuestro país necesita revertir esta situación, si no se profundizarán las brechas del actual escenario de desigualdad en la distribución del conocimiento. La mejor manera de realizar este cambio de paradigma cultural es a través de los medios masivos de comunicación”.
Diálogo y reflexión académica alimentarán también al posgrado. Del 22 al 24 de junio los mismos organizadores de la carrera realizarán en Córdoba un primer congreso internacional, “La Comunicación Pública de la Ciencia: Espacios de Interacción, Desarrollos y Desafíos Comunicativos”. Habrá paneles y mesas de debate en los que participarán expertos locales e invitados de diversos centros de estudios iberoamericanos. Todavía hay tiempo para presentar resúmenes de ponencias a través de www.copuci.net.
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