Sáb 21.07.2012
futuro

BIODIVERSIDAD, “PUNTOS CALIENTES” Y ESPECIES EN EXTINCION

Madagascar

Es la cuarta isla más grande del mundo, después de Groenlandia, Nueva Guinea y Borneo. El tamaño de Madagascar –587.041 kilómetros cuadrados– equivale al territorio comprendido por las provincias argentinas de Neuquén, Río Negro y La Pampa. Tierra exótica si las hay, está habitada por mil quinientas especies de plantas que no se encuentran en otras regiones, más de diez mil especies de aves, lémures, baobabs y varias rarezas.

› Por Raúl A. Alzogaray

Hace doscientos cincuenta millones de años, en la Tierra había un único supercontinente rodeado por un mar inmenso. Con el paso del tiempo, el supercontinente se rompió en varios fragmentos que se alejaron unos de otros, moviéndose unos pocos centímetros por año sobre la materia caliente y fluida que se encontraba debajo de ellos.

Hace ciento setenta millones de años, la India, que todavía estaba unida a la Antártida, se separó de Africa e inició un largo viaje hacia el norte que la llevaría a chocar con el continente asiático. Como consecuencia de ese choque se iba a formar la cordillera del Himalaya.

Hace noventa millones de años, mientras la India todavía viajaba hacia el norte, un gran fragmento se desprendió de su costado sudoeste y quedó varado a varios cientos de kilómetros de la costa africana. Así se formó la isla de Madagascar.

TIERRA EXOTICA

Vista desde dos mil kilómetros de altura, Madagascar parece un zapato apoyado sobre el talón, con la suela mirando al sudeste. La suela es de color verde intenso, porque está cubierta con lo que queda de un bosque tropical que en otros tiempos abarcó un área diez veces más grande. La parte superior del zapato es de color leonado, debido a las tierras altas que se extienden de norte a sur y alcanzan un máximo de 2876 metros en el monte Maromokotro, ubicado cerca de la punta del zapato. Estas elevaciones impiden el paso de las nubes que vienen del este, determinando el clima seco que predomina en el centro y el oeste de la isla. El talón es un desierto donde crecen matorrales espinosos. En la parte de los cordones del zapato, la costa es irregular, llena de bahías que alguna vez fueron refugio de barcos piratas.

Mientras permanecieron unidas, Africa y Madagascar estuvieron habitadas por las mismas plantas y animales. Después de que se separaron, los organismos del continente y de la isla siguieron sus propios caminos evolutivos. En Madagascar no hay avestruces, leones, cebras, elefantes ni otros animales que aparecieron en Africa después de la separación. Y la isla alberga 11.600 especies de aves, 144 de mamíferos, 181 de aves, 367 de reptiles, 229 de anfibios y 97 de peces que no existen en ninguna otra parte del planeta.

Esta fauna única incluye rarezas como el camaleón más pequeño del mundo (descubierto en febrero de 2012, mide 2,9 centímetros); peces incoloros y ciegos que nadan panza arriba en las oscuras aguas de ríos subterráneos; tortugas radiadas, con líneas intensamente amarillas que parten del centro de cada placa del caparazón oscuro; cucarachas de ocho centímetros de largo; los únicos cocodrilos del mundo que viven en cavernas; el escarabajo jirafa, con el cuello varias veces más largo que el cuerpo, y el tenrec, un animalito con aspecto de erizo, único mamífero que se comunica mediante el sonido que produce al frotar unas espinas que lleva en la espalda.

La lista de las especies que viven en la isla se podría extender páginas y páginas, y aun así estaría lejos de ser completa, porque en Madagascar, como en cualquier otra parte del mundo, las especies por descubrir son muchísimas más que las conocidas. Entre esta abundante y diversa vida salvaje, un animal –el lémur– y una planta –el baobab– son emblemáticos del lugar.

El lémur es una criatura saltarina, de ojos muy abiertos, que se mueve con igual habilidad en tierra firme y sobre la copa de los árboles. Su figura se popularizó hace unos años a través de Zoboomafoo, una serie televisiva de origen canadiense que difundía las maravillas del mundo animal entre el público infantil. Sus conductores eran dos humanos y un lémur (que en algunos momentos del programa era real, y en otros, un muñeco parlante). Más recientemente, otros lémures (animados) debutaron en la pantalla grande como personajes de la película Madagascar.

El baobab es un árbol muy grande, del que millones de personas habrán tenido noticia por primera vez al leer El Principito (cuyo protagonista se la pasaba arrancando brotes de baobabs del suelo, porque vivía en un planeta tan pequeño, que apenas había espacio para un árbol tan grande).

ESPIRITUS NOCTURNOS

Los lémures pertenecen al grupo de los primates, del que también formamos parte los humanos. Pero su parentesco con nosotros es lejano, ya que el último antepasado común que compartimos con ellos existió hace más de sesenta millones de años.

Algunos lémures desarrollan sus actividades durante la noche. En la parte posterior de los ojos tienen una capa de tejido que actúa como un espejo, aumentando la cantidad de luz que llega hasta los receptores oculares. Esto les permite ver bien de noche y hace que sus ojos brillen en la oscuridad. Se comunican mediante un amplio repertorio de rugidos, gruñidos, resuellos y zumbidos.

En el siglo XVIII, cuando el naturalista sueco Carl Linnaeus pensó qué nombre ponerles a estos animales, conocía bien sus características. La actividad nocturna, los ojos brillantes y los gemidos le recordaron a los lemures, espíritus malvados que, según los antiguos romanos, vagaban por la noche espantando a la gente.

Los antepasados de los lémures llegaron a Madagascar hace sesenta millones de años, probablemente desde Africa. En aquel entonces, la isla estaba más al sur que ahora y existían corrientes marinas que fluían hacia ella desde la costa africana. Los viajeros podrían haber navegado en grandes “balsas” a la deriva, formadas con árboles arrancados por las fuertes tormentas tropicales.

Los descendientes de aquellos animales colonizaron todos los rincones de la isla. Al ocupar distintos ambientes y adoptar diferentes costumbres alimentarias y sociales, se fueron diferenciando en subgrupos que dieron origen a decenas de especies. Hasta 2010 se habían identificado 101 especies de lémures vivos, de las cuales al menos treinta y nueve están en peligro de extinción.

El tamaño de los lémures es muy variado. Los más pequeños miden menos de nueve centímetros y pesan treinta gramos; los más grandes se llaman indris y alcanzan los siete kilos. Hubo lémures de mayores dimensiones, pero ya no existen. Una especie que desapareció hace dos mil años tenía un tamaño similar al de los gorilas y pesaba doscientos kilos.

Los “cantos” de los indris duran varios minutos y son audibles en un par de kilómetros a la redonda. Cuando un indri descubre que se acerca un halcón, ave devoradora de lémures, alerta a sus compañeros con un fuerte rugido (que también emite cuando pasa un avión o se escucha un trueno). Un zumbido suave informa que el grupo se va a desplazar. Otros sonidos ayudan a orientarse a los que se alejaron demasiado o proporcionan información acerca del estado reproductivo del grupo.

Los indris habitan una estrecha franja boscosa en el noroeste de la isla y se encuentran en peligro de extinción. Los lugareños los consideran animales sagrados y un tabú prohíbe cazarlos. A pesar de esto, la gente pobre los caza para consumirlos o para vender su carne a restaurantes urbanos.

EL ARBOL DE LOS ESPIRITUS

Los baobabs son árboles altos, con ramas horizontales que crecen solamente en el extremo superior. Tienen troncos gruesos y cilíndricos que pueden contener cien mil litros de agua. Esto les permite sobrevivir en las zonas áridas del sudoeste de Madagascar.

Se conocen ocho especies de baobabs: una crece en Africa continental, otra en Australia; las seis restantes, sólo en Madagascar (tres de ellas se encuentran en peligro de extinción).

El baobab más grande del mundo está en Sudáfrica. Tiene seis mil años, mide veintidós metros de alto y cuarenta y siete de circunferencia. Aprovechando que el tronco es hueco y presenta una abertura natural, el dueño del terreno instaló en el interior del árbol un bar con capacidad para sesenta personas.

La especie más grande de Madagascar se llama baobab de Grandidier, en honor al naturalista francés Alfred Grandidier, que exploró la isla durante la década de 1880. Esta planta produce grandes frutos ovalados, comestibles y ricos en vitamina C. De las semillas se extrae aceite para cocina; la madera es esponjosa y se usa para construir techos de viviendas; con la corteza se fabrican cuerdas para embarcaciones.

Los lugareños creen que los baobabs están habitados por espíritus, por eso depositan junto a ellos ofrendas de ron y granos.

UN PUNTO CALIENTE

En 1988, el biólogo Norman Myers identificó varias regiones de la Tierra que comparten dos características: perdieron al menos el setenta por ciento de su vegetación original y están habitadas por mil quinientas especies de plantas vasculares que no se encuentran en ninguna otra parte del planeta (se llama vasculares a las plantas que poseen un sistema interno para el transporte de agua). Myers llamó a estos lugares “puntos calientes”.

Madagascar y las islas que la rodean (Comoras, Mauricio, Seychelles y Reunión, entre otras) constituyen un punto caliente llamado “Madagascar e islas del Océano Indico”. La vegetación original de esta región cubría seiscientos mil kilómetros cuadrados, hoy abarca apenas sesenta mil.

Los primeros asentamientos humanos en Madagascar ocurrieron hace apenas dos mil años. En ese momento, el lugar estaba habitado por grandes animales que luego desaparecieron. Había tortugas gigantes, hipopótamos pigmeos, varias especies de lémures y el pájaro elefante, un ave de tres metros de altura, que no volaba y ponía huevos de un metro de circunferencia (en el extremo sur de la isla hay una playa cubierta por miles de fragmentos de estos huevos, que llevan siglos en ese lugar).

Apenas llegados a Madagascar, los humanos introdujeron la “tala y quema”, una de las actividades agrícolas más agresivas para el ambiente. Consiste en cortar los árboles de los bosques y quemarlos en el mismo sitio donde caen. De esta manera se despejan y al mismo tiempo se fertilizan terrenos que a continuación se destinan a la agricultura. La “tala y quema” todavía se practica en Madagascar y en millones de granjas de todo el mundo.

La importación ilegal de madera es otra importante causa de deforestación. Uno de los árboles más afectados es el palo de rosa, cuya madera tiene el color de la remolacha. Los chinos son los principales compradores de esta materia prima, que usan para fabricar lujosos muebles artesanales.

La destrucción de los bosques tiene un efecto perjudicial directo sobre la vegetación y un efecto indirecto sobre los animales que los habitan, porque destruye los lugares donde viven y las plantas de las que se alimentan.

UNA TAREA DIFICIL

La extinción de las especies es sólo uno de los muchos problemas que enfrenta Madagascar. Entre 1895 y 1960, la isla fue sucesivamente un protectorado, una colonia y un territorio de ultramar francés. El 26 de junio de 1960 proclamó su independencia y comenzó una etapa de gobierno democrático que ya ha sido interrumpida por dos golpes de Estado.

El Producto Bruto Interno (PBI) es una medida del bienestar material de los habitantes de un país. Cuanto más alto es el PBI, mayor es el bienestar. En la lista del Banco Mundial de países ordenados en orden decreciente de PBI, Madagascar ocupa el lugar 171º sobre un total de 181 naciones. El setenta por ciento de sus veintidós millones de habitantes es extremadamente pobre.

A comienzos del siglo XXI, el entonces presidente constitucional Marc Ravalomanana lanzó una iniciativa para recaudar fondos destinados a proteger la vida silvestre. Organizaciones no gubernamentales de distintas partes del mundo, bancos internacionales y otros gobiernos aportaron varios millones de dólares. Dos años después se creó el Fondo Fiduciario para la Biodiversidad. Ravalomanana fue derrocado en 2009, mientras ejercía su segundo mandato.

En Madagascar hay cuarenta y ocho parques nacionales y reservas donde se intenta proteger a las especies en peligro de extinción (pero dentro de estas áreas se siguen practicando la caza y la tala no autorizadas). El conjunto de estos lugares representa menos del tres por ciento de la isla. En el resto del territorio, mientras no se encuentre una manera de armonizar las actividades humanas y la preservación del patrimonio biológico, los cultivos y el ganado seguirán reemplazando a los bosques y a los animales salvajes.

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