TECNOLOGíA SUSTENTABLE
Fairphone es un teléfono que intenta correr el velo sobre las condiciones de producción de ciertos productos tecnológicos. Más allá de su éxito comercial aún incierto, toca el corazón (y el bolsillo) de una lógica corporativa que barre debajo de la alfombra global los costos de su producción.
› Por Esteban Magnani
Karl Marx decía en El Capital que las mercancías se nos presentan como objetos casi mágicos que se intercambian sin que nadie se pregunte demasiado sobre su origen. En los tiempos previos, cuando cada trabajador debía trocar sus productos por los ajenos, en cambio, éstos eran plenamente conscientes de quién había hecho qué y cómo. Pero actualmente los objetos aparecen en las vitrinas sin historia, llegados desde otros rincones desconocidos del planeta. Esto permite, por ejemplo, que zapatillas producidas en maquiladoras con condiciones de semiesclavitud se vendan por medio de publicidades que nos prometen hacernos más libres, veloces y mejores. La contradicción obvia encerrada en el objeto queda, así, invisibilizada.
En la actualidad esto se traduce en que gente decente, bien pensante e incluso comprometida con la paz mundial, no sienta ningún tipo de objeción moral a la hora de comprar un celular o una tablet cuyos componentes tienen rastros de sangre. Uno de los casos que logró llegar a los medios y hacerse conocido fue la llamada Guerra del Coltán. Este mineral mezcla de columbita y tantalita, de allí su nombre, se usa para la elaboración de condensadores. El crecimiento exponencial en la fabricación y venta de dispositivos electrónicos llevó la demanda del coltán a escalar vertiginosamente, junto a su precio. Las minas más importantes están en la República Democrática del Congo, cerca de la frontera con Ruanda y Uganda, países que trafican el mineral producido por mineros en las peores condiciones y acosados por las distintas fuerzas armadas que toman el control del lugar. Desde 1998 existe una guerra de intensidad variable por el control del coltán, financiada por los enormes recursos que genera. Como la mayor parte de la producción es luego vendida directamente a las fábricas chinas que producen para las grandes corporaciones transnacionales, cualquier dispositivo de las primeras marcas puede contener este mineral sangriento.
Lo bueno es que se han encontrado formas de reemplazar el coltán. Lo malo es que sólo se trata de un ejemplo: las condiciones laborales, el daño ecológico (sobre todo de las pilas y baterías), la lógica de obsolescencia programada y demás costos quedan ocultos a la hora de comprar tecnología. Esa factura invisible la pagamos entre todos con problemas ambientales, conflictos sociales, inestabilidad política, etc.
Quienes trabajan en estos temas son conscientes de la magnitud del problema, pero ya es evidente que las campañas de concientización no pueden luchar contra el marketing ni contra ciertos hábitos de consumo desmedidos para la capacidad planetaria. Por eso una ONG decidió comenzar a producir un celular sustentable que devela sus condiciones de producción y pone en evidencia a otros actores del mercado.
En 2010 Bas van Abel y Peter van der Mark, dos holandeses con experiencia en diseño y preocupaciones ambientales, pensaron que la mejor forma de detener la guerra del coltán era ofrecer un producto superador capaz de poner sobre la mesa (o en las vidrieras) todo lo que queda oculto cuando se compra un dispositivo. Gracias al apoyo de varias ONG que aportaron el dinero para iniciar el proyecto, diseñaron el Fairphone (que podría traducirse como el “teléfono justo”) y formaron una empresa social del mismo nombre, que tiene un modelo de negocios bastante particular. En primer lugar prometen la utilización exclusiva de minerales obtenidos en condiciones razonables de trabajo e impacto al medio ambiente. Luego, cuentan, viajaron a China, donde se encuentran las fábricas y buena parte de los materiales necesarios para producir estos dispositivos, y llegaron a un acuerdo para garantizar condiciones laborales razonables. Ellos mismos confiesan en su blog que en la medida en que encarguen más celulares tendrán más poder para mejorar las condiciones laborales que permitan, por ejemplo, dedicar una parte del dinero pagado a un fondo social y otros destinos decididos por los trabajadores.
Por otro lado, ofrecen algo obvio pero que nadie más brinda: repuestos. Casi todos los teléfonos actuales, ante el mínimo desperfecto, deben tirarse a la basura, una buena medida empresaria porque ayuda a la demanda, pero pésima desde el punto de vista medioambiental o el bolsillo del consumidor. Con el Fairphone, si a uno se le rompe la pantalla o la lente de la cámara puede encargar los repuestos y repararlos. Además se asociaron con iFixit, un sitio web que promete “El manual de reparaciones gratuito para todo, escrito por todos”, una especie de Wikipedia de reparaciones que lucha, justamente, contra la obsolescencia programada.
Por otro lado el teléfono viene “rooteado”, es decir que el usuario tiene un control total para quitar aplicaciones que no usa pero se comen la memoria del celular, ralentándolo. Además han pedido a las comunidades del software libre que desarrollen un sistema operativo más liviano para extender el uso de los celulares. Actualmente las aplicaciones aumentan su voracidad tan rápido que fuerzan el cambio de aparatos a una velocidad cada vez mayor. Con un sistema operativo pensado de forma sustentable se pueden lograr celulares más longevos y reducir la cantidad de basura tecnológica generada por la obsolescencia programada.
En sí mismo el aparato es bastante potente, con un chip de cuatro núcleos a 1,2 GHz, 1 GB de RAM, 16 GB de memoria interna, etc., y a un precio similar a equipos de esas características, pero el esfuerzo de los desarrolladores debe ser enorme para competir en un mercado lleno de gigantes. La empresa está entregando la segunda tanda de 35.000 celulares (la anterior fue de 20.000) en mayo. Parte del dinero ganado se volcará a comprar celulares usados y procesarlos con el objetivo de, algún día, llegar a producir todo lo que se pueda del Fairphone con material reciclado. Como explican, Fairphone no es sólo un celular sino un movimiento, y las dificultades para hacerlo competitivo son enormes y están muy bien relatadas en las entrevistas publicadas en su propio blog.
Fairphone no encara el proyecto solo, sino con una red de ONG que se dedica al reciclado, el trabajo justo y los desarrollos sustentables. El proyecto es muy ambicioso, porque ataca lugares donde la industria ahorra mucho dinero. Cambiar la lógica cómoda y de maximización de ganancia por una que vea las consecuencias globales de su modelo de negocios no es poco desafío.
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