MEMORIAS PARA UN ESCRITOR CIENTíFICO
› Por Mariano Ribas
Cuesta escribir desde el dolor profundo, y desde el desconcierto que produce el vacío: Leonardo se fue, y parece mentira. Se fue el maestro, el amigo y el guía. Se fue quien nos enseñó, durante tantos años, que la ciencia puede y debe ser contada. Bien contada, porque vale la pena. Y porque la ciencia y sus extraordinarios frutos son patrimonio de la humanidad toda. Algo a compartir. Algo que debe ser fomentado con genuino entusiasmo. Porque aquello que no se reproduce, aquello que no se estimula, declina. E inexorablemente, tarde o temprano, desaparece.
Leonardo decía que “la divulgación científica es la continuación de la ciencia por otros medios”. Y a lo largo de décadas, en sus libros, artículos, conferencias, o simplemente en sus charlas de café, nos demostró con hechos, con historia, y con un talento narrativo pocas veces visto, que la ciencia transforma y mejora al hombre y a las sociedades. Que la ciencia es profundamente beneficiosa, movilizadora, atrapante, y divertida. Y además, que es el poderoso viento que ha ido disipando, poco a poco, las pesadas brumas del pensamiento mágico, las supersticiones, y todas esas calamidades que tanto daño nos han hecho, a lo largo de siglos y milenios. El sabía todo eso. Bien que lo sabía. Era un científico como pocos ha habido. Más que eso: Leonardo Moledo fue el más grande divulgador de la ciencia que tuvo nuestro país. Que nadie tenga dudas de eso. Marcó un nuevo estilo, una ruptura, y una apertura plena en el reparto de los saberes. Hizo verdadera divulgación científica: libros, artículos, conferencias y charlas que daban gusto leer y escuchar. Y no simulacros de divulgación científica: cosas que, de tan cerradas, aburridas, mal escritas y peor contadas, nadie lee, ni nadie escucha y, por eso mismo, no sirven realmente para nada.
Leonardo pateó el tablero. Fue vehemente, irreverente, y simpáticamente excéntrico y desprolijo. Y por momentos, oscuro, duro, y hasta difícil en el trato. Pero fue tan brillante, tan sabio, tan ingenioso, y tan travieso que, desde la perspectiva que sólo nos dan los años, siempre terminó por imponerse su enorme estatura intelectual. Y tanto o más importante que todo lo anterior: Leonardo fue una persona muy generosa. Alguien que nos enseñó, nos motivó, y nos abrió caminos.
Podría contar tantísimas cosas de mis más de veinte años de trabajo a su lado. Pero hay dos verdaderamente fundamentales. Un buen día, a mediados del año 2000, me dijo que iba a ser el próximo director del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires (un lugar al que él cambió para bien, y para siempre). Y me pidió que lo acompañara. Confió en mí y en mi debilidad por la astronomía (y tanto o más por su divulgación). Y así me dio el mejor de los trabajos que yo podía soñar: contar la ciencia del universo desde esa tribuna maravillosa. Ponerla en juego. Desparramarla. Social y masivamente. Y claro, lo otro que no puedo dejar de mencionar es este lugar: Futuro. Un querido barco en el que, desde hace más de 17 años, vengo navegando las aguas de la divulgación científica. Aquí empecé, aquí aprendí, y aquí sigo. A bordo. Y sin querer bajarme. Junto a mis grandes compañeros. Prestigiosos colegas que, a lo largo de todo este tiempo, se fueron sumando a estas páginas tan queridas.
Futuro fue y sigue siendo el buque insignia de nuestro Gran Capitán. Nosotros, su tripulación, nunca lo olvidaremos. Y mantendremos el rumbo trazado desde el comienzo. Sabemos que vamos por buen camino: Leonardo nos dejó su brújula.
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