MEMORIAS PARA UN ESCRITOR CIENTíFICO
› Por Martín Cagliani
La cita era en avenida Corrientes y Francisco Acuña de Figueroa. El bar La Orquídea. Típico café porteño, ventanas y puertas con marcos de madera. Mesas cuadradas, sillas haciendo juego. Busco entre las mesas, y no lo veo. Sin embargo veo una de ellas repleta de libros. Enseguida entra al bar, por la otra puerta, un hombre con el pelo revuelto, la barba rala, y un rostro con expresión a medio camino entre divertida y loca. Lo reconozco de las fotos. Lo reconozco de haber escuchado charlas cuando estudiaba periodismo científico en Exactas, de la UBA. Lo reconozco de haber leído Futuro. Lo reconozco como una leyenda de la divulgación científica.
En el momento no puedo creer que voy a encontrarme a charlar con Leonardo Moledo, quien me invitó a conversar sobre la posibilidad de que colabore en Futuro. Mi experiencia con la divulgación científica, hasta ese momento, se limitaba a la historia. Mi pasión, la divulgación de la antropología y la evolución humana, en especial, sólo había podido plasmarla en sitios web.
“Me interesa mucho lo que escribís”, me dijo. Antes habíamos intercambiado correos electrónicos sobre cómo veíamos la divulgación científica. Yo compartía su visión, y no por casualidad, ya que la había aprendido de él. Salí de esa reunión con la sensación de que tocaba el cielo con las manos. Y no exagero. Nada menos que Leonardo Moledo estaba interesado en mi trabajo, me daba la oportunidad de colaborar en Futuro, y escribiendo sobre mi tema.
Ese viaje que compartimos por cinco años ahora va a cambiar. Lo bueno de Leonardo como editor es que nos daba libertad, él nos inspiró, pero luego nos dejaba libres. Su legado seguirá en los divulgadores y lectores que ha influenciado.
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