HISTORIAS DE LA CIENCIA: KEPLER Y TYCHO
Dos gigantes de la astronomía
Por Martín De Ambrosio
Cuando Europa comenzaba a derramar su Renacimiento por el mundo, dos científicos con sus observaciones contribuyeron desde Alemania y Dinamarca a la construcción del vasto universo newtoniano que, en cierto modo –y aumentado por la teoría einsteiniana–, también es el que nosotros percibimos. En las vidas (y obras) de Johannes Kepler y Tycho Brahe se pueden encontrar, más allá de la anécdotas, algunas de las claves que permiten comprender el devenir de la ciencia y el cambio de paradigma de la astronomía, una de las disciplinas que revolucionaron hasta el mismo concepto de ciencia. Por otra parte, y para no mitificar, hay que señalar que tanto Kepler (1571-1630) como Brahe (1546-1601) fueron también astrólogos y funcionarios reales que se ocuparon de desentrañar las supuestas consecuencias que tendrían los movimientos estelares para el devenir humano.
Yo, Kepler
Como para tantos otros, no fue fácil la infancia de Kepler. A sus cuatro años estuvo a punto de morir de viruela; también padeció infecciones de la piel, fiebre, dolores de estómago, forúnculos, repetidos dolores de cabeza y ataques a la vesícula. No se sabe si realmente fue así, pero tranquilamente Kepler pudo haber dicho: “Todo lo que no me mata me fortalece”. Porque ésas no fueron las únicas desgracias de K. Su madre murió acusada de brujería y su primera esposa, en un rapto de locura; tampoco tuvieron mucha suerte los siete hijos que tuvo con su segunda esposa: todos murieron bastante antes que él. Además, fue perseguido por los católicos, porque era protestante; y por los protestantes, porque había vivido entre católicos.
Cuando no se ocupaba de su mera supervivencia, Kepler estudió matemática con Michael Maestlin, un partidario de aquella teoría heliocéntrica que había propuesto Nicolás Copérnico. El piadoso Kepler aceptó este ordenamiento planetario –con el sol al centro– porque creía que la simplicidad de esta teoría tenía que ser el plan de Dios. Hacia 1594, en Graz (Austria), dio con una de las intuiciones más geniales de la historia de la astronomía. ¿Por qué seguir pensando al movimiento planetario como perfecto, circular, incorruptible? Kepler decidió modificar esa herencia griega, hija del diktat platónico, y planteó la posibilidad del movimiento elíptico (con el Sol en uno de los focos de la elipsis). En 1609 publicó Astronomia nova, libro que contiene las leyes de Kepler, una de las cuales dicta el movimiento elíptico. En tanto, la también elíptica vida del astrónomo alemán se encuentra en un momento con Tycho Brahe, que ciertamente lo ayudó a forjar su teoría, pero antes del encuentro del 1600, veamos algo de la vida y obra de Brahe.
Yo, Tycho
Con pocas dudas, se podría considerar a Tycho Brahe como el campeón mundial de la observación pretelescópica. El astrónomo danés (nacido en Knudstrup, que hoy forma parte de Suecia) acumuló más datos que los obtenidos por todas las demás mediciones astronómicas hechas hasta la invención del telescopio y su aplicación a la astronomía por Galileo. Con escuetas ayudas de unos pocos instrumentos consiguió detectar y corregir los graves errores de las tablas astronómicas de la época, las llamadas “tablas alfonsinas”, que por ejemplo predijeron una conjunción entre Saturno y Júpiter con un mes de error.
En cuestiones personales, no le fue mucho mejor que a Kepler. En 1565, cuando era estudiante universitario, se batió a duelo con otro estudiante como forma de dirimir quién sabía más de matemáticas (?). No se sabe quién ganó; lo cierto es que Tycho terminó con la nariz destrozada y en su lugar le pusieron una placa de metal realizada con oro y plata, a la que debía lubricar bastante seguido con un ungüento.
Como Kepler, también Tycho le dio un gran golpe al aristotelismo que se mantuvo –casi– incólume durante dos milenios. El 11 de noviembre de 1572, mientras volvía del taller de alquimia de su tío, vio una estrella demasiado brillante, más brillante aún que Venus. Como se supo después, estaba viendo nada menos que los retazos del estallido de una supernova. Al año siguiente publicó la obra Nova stella (es decir “estrella nueva”) y le dio nombre a un fenómeno que aún no estaba claro y que ahora se conoce simplemente como “supernova”. El libro, además de los detalles de la observación, también incluía unas cartas introductorias, almanaques, diarios meteorológicos y astrológicos, y hasta algunos versos.
Dos potencias se saludan
La historia del encuentro entre Tycho y Kepler se entreteje con las vidas y decisiones de reyes y otras nobles personas. Gracias a la fama que había obtenido su libro sobre la nova, Tycho se ganó la gracia de Federico II y, lógicamente, también de buena parte de la aristocracia danesa. Después de ofrecerle varios lugares para instalar un observatorio astronómico, que Tycho rechazó con cortesía, Federico decidió entregarle una isla entera para que hiciera lo que quisiera, junto con el dinero necesario para vivir cómodamente. La isla de Hven, así se llamaba, estaba a mitad de camino entre Suecia y Dinamarca, y fue bautizada como Uraniburg (“ciudad del cielo”). Allí, en una esfera de un metro y medio de diámetro que tenía en la biblioteca grabó cada una de las estrellas de su catálogo, que llegaba a 1000, ni una más ni una menos. Pero, en paralelo con sus actividades astronómicas, Tycho, mandamás de la isla, se dedicó a maltratar a los habitantes e incluso llegó a mofarse del mismísimo rey Federico. Cuando el rey –que toleraba los insultos– se murió, rápidamente Tycho perdió el favor de la corona. De modo que le bajaron el sueldo (las crónicas no dicen si fue un 13 por ciento o si fue más) y lo sacaron de la isla donde estuvo 22 años mirando el cielo.
Hacia el 1600, Kepler llegó a Praga, lugar donde ahora residía Tycho, con la intención de trabajar con él. Pero nadie la había prometido un jardín de rosas. Kepler fue maltratado y estuvo a punto de irse, sin siquiera poder hablar con Brahe. Varias semanas después, se dignó a recibirlo. Igualmente, las relaciones nunca fueron brillantes; y por momentos se hacía evidente la hostilidad de Tycho. Kepler contó que “Tycho no me daba ninguna oportunidad de compartir sus experiencias. Lo único que yo conseguía era que en el transcurso de una comida y mientras hablábamos de otros asuntos, me mencionara, como de pasada, la cifra del apogeo de un planeta, los nodos de otro”. Después de varias idas y vueltas, con viajes disuasorios incluidos, Tycho aceptó que Kepler accediera con libertad a los datos obtenidos y así poder dar forma, nada menos, que a una nueva cosmología.
Apostilla: Una muerte ridicula
La muerte de Brahe es bastante curiosa, poco envidiable y nada agradable. (Como se dice en las películas, si usted es impresionable, no mire lo que sigue.) El 13 de octubre de 1601 tuvo una cena en casa de un tal Rosenberg, un influyente de la época. Cuando llegó, ya sentía ciertasganas de orinar, pero se le ocurrió que las reglas de cortesía le impedían evacuar su vejiga. Como suele suceder en los banquetes, Tycho bebió sin pensar en la forma en que se iba hinchando. Dijo el mismo Kepler: “Puso la educación por delante de la salud; cuando regresó a su casa, apenas si fue capaz de orinar”. Estuvo cinco noches sin dormir (y sin orinar). Finalmente, murió el 24 de octubre en medio de fiebres delirantes.