Existe un mito en relación
con las cesáreas: se ha dicho durante años que los obstetras las
prefieren a los partos vaginales porque de esa forma cobrarían más.
Más que falsa, esta creencia peca de ingenuidad; o, directamente, es
incompleta. Dado el incremento en el riesgo de sufrir complicaciones (mayormente
infecciosas) que trae aparejado el uso de la intervención, recurrir a
ella no sólo no reporta mayores ganancias, sino que además implica
una mayor erogación en antibióticos, días de internación,
etcétera.
Es más, tan sólo pensar en ello con un dólar a poco menos
de 3,30 pesos (buena parte de los insumos médicos son importados) debería
generarle un pico de presión a cualquier jefe de servicio de obstetricia.
Y, sin embargo, se da la paradoja de que los países más pobres,
aquellos que cuentan con limitados presupuestos para destinar a la atención
sanitaria de su población, son los que más recurren a esta intervención
que de por sí requiere el empleo de una mayor cantidad de insumos médicos.
En cuanto a América latina, el término epidemia es el más
adecuado para describir los índices de cesáreas de la región,
afirma el doctor José Belizán, director del Centro Latinoamericano
de Perinatología y Desarrollo Humano (CLAP), dependiente de la Organización
Panamericana de la Salud (OPS/OMS). Mientras en Estados Unidos y en Europa se
llevan adelante programas para reducir su uso, América latina ostenta
el triste privilegio de contar con los índices más altos de partos
por cesárea del mundo.
Hace unos pocos años, Belizán dirigió un interesante estudio
que confirmó la tendencia del incremento de las cesáreas en la
región. El estudio publicado en la revista British Medical Journal revelaba
que de 18 países evaluados sólo seis podían exhibir tasas
de cesáreas inferiores al 15 por ciento del total de los partos, que
es el porcentaje máximo que acepta la Organización Mundial de
la Salud (OMS). En el resto de los países, las tasas de cesáreas
se ubican en una tabla que va del 16,8 por ciento al 40 por ciento.
La tasa global para la región era del 25 por ciento agrega
el doctor Fernando Althabe, investigador del CLAP y coautor del citado estudio.
Pero se sabe que actualmente los países están aumentando sus tasas
de cesáreas (los últimos registros de Chile y de Brasil hablan
de un 42 por ciento y un 36 por ciento, respectivamente), por lo que probablemente
se haya superado ese porcentaje. En cuanto a la Argentina, cuando publicamos
el artículo en 1999 la tasa era del 25 al 30 por ciento, en un cálculo
conservador; probablemente la cifra actual sea del 30 por ciento.
El lado oscuro de las cesareas
¿Cuáles son los contras de
realizar en forma indiscriminada y rutinaria una cesárea? Está
demostrado que independientemente de la causa que genere la indicación,
la cesárea se asocia con una mayor mortalidad materna (3 a 5 veces mayor)
y a una mayor morbilidad (complicaciones posoperatorias principalmente infecciosas)
en comparación con el parto vaginal, señala el doctor Althabe.
Por otro lado, tener como antecedente una cesárea hace que en el
embarazo siguiente haya más probabilidades de complicaciones durante
el parto, principalmente hemorragias, ya que la cicatriz de la cesárea
predispone a alteraciones en la inserción de la placenta. Tampoco
los pequeños han de beneficiarse necesariamente con esta intervención:
desde el punto de vista neonatal, las cesáreas programadas sin
una buena determinación de la edad gestacional se asocian con problemas
de adaptación en los primeros días de vida.
Si bien en los últimos años continúa este especialista,
el riesgo de realizar esta intervención ha ido disminuyendo debido a
diversas mejoras en las técnicas quirúrgicas, los materiales de
anestesia y el uso de antibióticos profilácticos, que hacen que
las diferencias con el parto vaginal no sean tan marcadas, esto vale sólo
para los países desarrollados y solamente para un pequeño grupo
de mujeres en nuestros países.
Como explica Althabe, las condiciones en las que se realiza la mayoría
de las cesáreas en las instituciones públicas de la región
distan de ser similares a las condiciones de los países desarrollados.
De modo que el riesgo de aumentar la tasa de cesáreas injustificadamente
puede generar más problemas que beneficios en nuestros países.
Sin duda hace falta información local acerca de los riesgos relacionados
con la forma de terminación del embarazo.
Algo mas que moda
Pero si los
obstetras aparentemente no ganan más que potenciales problemas con el
uso indiscriminado de la cesárea, uno bien podría preguntarse
por qué son tan elevados los índices de la región. Para
el doctor Belizán, una autoridad en la materia, esto en parte se debe
a que se ha generado una malversación del proceso natural del nacimiento
que es el resultado de ciertas actitudes de los médicos que luego se
han trasladado a la población.
Para los médicos afirma el especialista, la cesárea
es más cómoda porque permite planificar el momento del parto fuera
del horario del consultorio. Por otro lado, esta intervención dura apenas
una hora mientras que un parto normal requiere muchas horas de trabajo.
Claro que tampoco toda la culpa la tienen los médicos. Ubiquémonos
tan sólo por un minuto en el lugar de un obstetra argentino que para
llegar a fin de mes debe atender en dos o tres centros médicos, un par
de prepagas y otro de obras sociales, además de su consultorio. Imaginemos
que un día deba atender en distintos sanatorios y/o hospitales cuatro
partos que se extienden cada uno por espacio de seis horas. ¿Cómo
hace?
Bueno, la cesárea es la solución... hago una a las ocho, otra
a las doce, la tercera a las cuatro y la última a las ocho. Además,
en un medio como el argentino, en donde los juicios por mala praxis están
a la orden del día, los obstetras ya están avisados de que son
mucho más frecuentes los juicios por problemas surgidos en los partos
vaginales que por aquellos que ocurren a partir de una cesárea.
Para peor, la percepción de que la cesárea es mucho más
cómoda y práctica que el parto vaginal también ha sido
adoptada por las mujeres, a veces espontáneamente, otras a la fuerza.
La consolidación de la inserción laboral de la mujer lleva a que
muchas veces se vean forzadas por su contexto de trabajo a vivir el parto de
una forma más organizada y previsible, características que no
necesariamente se asocian con el nacimiento de un hijo.
Por último, también está algo así como de moda cierto
temor al impacto del parto vaginal sobre la vida sexual de la mujer. Del mismo
modo que los archipublicitados partos por cesárea de muchas celebridades
hacen lo suyo a favor de esta intervención, la antropóloga brasileña
Cecilia de Mello E. Souza ha señalado cómo los obstetras se han
apropiado del temor de las mujeres en relación con el trabajo de parto,
la desfiguración genital y la performance sexual posparto para justificar
su preferencia por el parto quirúrgico.
Para Souza, la salud se ha vuelto secundaria a la producción de
cuerpos sexualmente atractivos. Como afirma la activista australiana Hilda
Bastian, en un comentario al trabajo de Belizán y Althabe también
publicado en el British Medical Journal, si la moda de cesáreas
se extiende más allá de las mujeres saludables de familias reducidas,
este problema de salud pública podría volverse aún peor.
Hemos visto algo similar cuando las clases altas abandonaron el amamantamiento
durante el último siglo, y fueron las familias más pobres las
que pagaron, generaciones más tarde, el enorme costo.
Asignatura pendientes
¿Qué
se puede hacer entonces para que médicos y pacientes tomen conciencia
de que la cesárea sólo debe ser realizada en casos muy particulares
que demanden dicha intervención quirúrgica? No hay intervenciones
que hayan sido rigurosamente evaluadas por buenas investigaciones clínicas
y que a su vez hayan demostrado ser efectivas para reducir la tasa de cesáreas
innecesarias, responde Althabe.
El CLAP ha terminado un estudio muy sólido en 34 hospitales de
cinco países de la región (Argentina, Brasil, Cuba, Guatemala
y México), que está por publicarse, donde se ha evaluado las posibilidades
de que el obstetra pida una segunda opinión a otro especialista en el
momento de indicar una cesárea. Pero los resultados muestran un efecto
modesto sobre la frecuencia de cesáreas.
Según Althabe, cambiar las conductas de los profesionales es muy
difícil, aun cuando exista una buena base científica que avale
las recomendaciones. Probablemente haya que apuntar intervenciones que busquen
cambiar el sistema de atención vigente por una atención más
basada en equipos obstétricos, y que incluyan componentes de motivación
y responsabilidad, para que los profesionales respeten en primer lugar las necesidades
y opiniones de las mujeres antes que sus propios intereses.
Claro que en ese caso también sería bueno que las futuras madres
cuenten con información veraz sobre los pros y los contras de las cesáreas.
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