Sáb 15.03.2003
futuro

BOTáNICA Y ARQUEOLOGíA

Las plantas del Coliseo

“Mientras exista el Coliseo, existirá Roma; cuando caiga el Coliseo, Roma caerá; y cuando caiga Roma, caerá el mundo...”
Venerable Beda, monje inglés del s. VIII

Por Federico Kukso

Fue escenario de las más crueles batallas en las que murieron miles de gladiadores, mártires cristianos y las más diversas especies de animales exóticos transportados desde el norte de Africa y Asia Menor. En él, también se recrearon batallas navales, se disputaron carreras de carros y hasta se organizó alguna vez una corrida de toros. Sin embargo, a pesar de su poderío, el Coliseo, monumento-símbolo por excelencia del Imperio Romano, con el tiempo cayó derrotado ante un enemigo en apariencia eterno: las plantas, que hoy cuentan los últimos 350 años de historia de esta construcción donde cabían entre 50 y 80 mil espectadores ansiosos de ver correr sangre.
Pero ocurrió que después de cinco siglos de esplendor, el Coliseo entró en decadencia. Al borde del abandono total, la vege-tación se hizo dueña de él. Y no pasó mucho tiempo para que ella también fuese estudiada: desde mediados del siglo XVII, se llevaron a cabo varios inventarios tanto de las raras como comunes hierbas y árboles que allí crecían.
El telón se levantó en el siglo I: el Coliseo Romano (o Amphitheatrum Flavium, como se lo llamaba) fue inaugurado el 21 de abril del año 80 (ocho años después del inicio de su construcción), bajo el régimen de Tito, hijo del emperador Vespasiano, que quiso estampar en la memoria colectiva la imagen del poderío y magnificencia de los Flavios, la dinastía que había tomado las riendas del imperio luego del período de anarquía que siguió a la caída y muerte de Nerón, en el año 68. La monumentalidad del Coliseo (que, según se cree, adquirió este nombre posteriormente por una estatua llamada Colossus ubicada en las cercanías del anfiteatro) estaba (y está) a la vista: de forma elíptica, 188 metros de largo y 57 de altura, y revestido con mármol travertino (hasta que varios vivos se dieron cuenta de su valor y lo saquearon). La entrada era gratis y los espectadores recibían, a cambio de su simpatía y devoción, “pan y circo” por parte de los gobernantes. Los espectáculos empezaban al amanecer y podían extenderse hasta la noche, y cuando lo inauguraron, se festejó con cien días seguidos de matanzas, en los que las muertes se sucedieron sin parar: se mataron cinco mil animales y murió la mitad de los tres mil gladiadores que combatieron en la arena. En realidad, el Coliseo era un templo del horror, con programas sangrientos: carreras de carros (ludi circenses), batallas navales (naumachias), reproducción de historias mitológicas (dramas) y los famosos combates entre gladiadores (ludi gladiatori) tras los cuales la multitud enardecida alzaba o bajaba los pulgares incitando al emperador a ordenar vida o muerte del luchador vencido. Sin contar las ejecuciones en las que se arrojaba gente a los leones, o se obligaba a los gladiadores a combatir con fieras. Sin embargo, con la llegada de Constantino al poder (año 313) y la imposición del cristianismo como religión oficial, las masacres paulatinamente entraron en desuso hasta prohibirse definitivamente en el 407 (aunque los sacrificios de animales continuaron hasta el 523). Como toda historia, la del espléndido y antiguo centro de espectáculos romano tiene un final: con la caída del Imperio, el Coliseo fue gradualmente abandonado. Entonces, crecieron las plantas.
El primer registro (Plantarum Amphytheatralium Catalogus) de las plantas que afloraban en el Coliseo data del 1643 y le corresponde al doctor Domenico Panaroli. En el siglo XIX, bajo el dominio de Napoleón, se llevó a cabo una limpieza (no muy a fondo) del anfiteatro. Aun así, los estudios no cesaron: en 1813, Antonio Sebastiani publicó Flora Colisea, en donde enumeró 261 especies vegetales diferentes. A este estudio le siguió, en 1855, el del na-turalista inglés Richard Deakin que contó unas 420. Para esos años, el Coliseo estaba casi completamente cubierto de ve-getación. Había árboles de higos, perales, cerezos, olmos, olivos y muchas otras plantas cuyas semillas en algún momento llegaron del resto de Europa, Asia y Africa, llevadas casi como polizones por las fieras y esclavos que encontrarían un trágico final en la arena del edificio. La alfombra de ve-getación que cubrió por siglos el Coliseo le dio un toque romántico: basta decir que inspiró a escritores como Stendhal, Byron, Mark Twain, Dickens, Emile Zola y Henry James, entre otros.
Luego de varias limpiezas, la vegetación entró en retroceso. Hoy el Coliseo es conservado como tesoro arqueológico, se desarrollan de vez en cuando obras de teatro y, más que nada, es recorrido todos los años por el Papa en las catorce estaciones del Via Crucis, el Viernes Santo.
La última inspección botánica fue realizada recientemente por un grupo de biólogos italianos de la Universidad de Roma. Liderado por la doctora Giulia Caneva, el equipo de científicos identificó 242 especies. En el estudio, publicado en la revista International Biodeterioration and Biodegradation, también se dio cuenta del proceso de calentamiento global: aparentemente, en el siglo XVII, Roma era mucho más fría y húmeda de lo que es ahora. Con este nuevo inventario, la lista de la flora del anfiteatro romano, iniciada hace 350 años, asciende a unas 684 especies. Que rara vez notan los turistas que lo recorren y se sacan fotos con las comparsas con hombres disfrazados de gladiadores o legionarios. Como tampoco notan que están visitando lo que parece un templo y que fue, en realidad, un escenario de puras atrocidades.

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